Lapo mental 7
Es duro ser uno mismo, pero más duro es ser aquel imbécil que me mira desde el otro lado del paso de cebra. Porque ser aquél tiene que ser duro de verdad. Rezuma imbecilidad incontrolada; carente de un mínimo sentido del decoro que le haga enrojecer, sonríe sin pudor, sin medida, y sin venir a cuento. En ningún momento aparenta darse cuenta de su condición de imbécil, o al menos no reniega de ella públicamente; muy al contrario, diría, parece sentirse orgulloso, henchido de amor por sí mismo, rebosante de mismidad, a punto de explotar de tanto narcisismo babeante que lo domina; un obús de imbecilidad que se dirige hacia mí en cuanto el semáforo pasa a verde, sonrisa en ristre, mirada vacía, con un gesto inequívoco de inminente saludo que me hace salir corriendo en sentido contrario, despavorido, sin poder evitar gritar "¡¡¡corran, corran, que viene el imbécil!!!", en un intento vano de salvar a los demás peatones.
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