Qué pena no ser ave de paso...
Reflexionar sobre la vida siempre me ha parecido perder el tiempo, ese tiempo que tanto reclamo y que, si llega, se queda lo justo para echarlo de menos cuando sin avisar marcha a mejores tierras. Y sin embargo ahora es lo que me viene a la cabeza. Demasiado tiempo para ser ave de paso, demasiado poco para disfrutar plenamente sin tener la sensación de que el fin se acerca. Y cómo usarlo... Vivir intensamente, vivir contemplativamente, encontrar el modo en que ambas formas puedan llevarse bien en cada uno de nosotros es complicado, o quizá lo hacemos complicado, no sé. Hay veces en las que despertar es un suplicio que no termina porque una cadena de fuertes eslabones te sujeta, te obliga a seguir dando pasos, como el respirar o el girar de planetas, sin razón ni voluntad.
Dentro de nosotros hay un reloj al que una vez dieron cuerda; no sabemos cuándo cesará su compás, ni por qué, ni para qué, pero es seguro que ese día llegará, es lo único que sabemos. Una vez me dijeron que lo importante es conseguir que ese ritmo sea una fuerza alegre, un impulso de vida, de supervivencia, de mejora, y no un lastre que amargue, que agote las ganas de estar, castigo por nada, injusta penitencia.
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