Lapo mental 17

Ángela tenía una bicicleta roja con una cesta delante y un timbre metálico que hacía sonar cuando llegaba a mi casa. Esa tarde la esperaba ansiosa, a ella y a dos amigas más que venían a mi fiesta de cumpleaños. Era mi primera fiesta de cumpleaños en aquel pueblo. Dieciséis. Salí a recibirla con mi reloj nuevo, regalo de papá, y con la cámara de fotos digital que mi tía, la hermana de mi padre, me había dado por navidades. Ángela tenía un pelo bonito, castaño claro, muy largo. Me gustaba cuando se lo dejaba suelto porque parecía una actriz americana. Era alta, muy alta. Yo también soy alta, pero menos que ella. Cuando me vio dejó de tocar el timbre y pedaleó más fuerte para llegar a la puerta de mi casa. Llevaba una mochila. Una de peluche rosa chicle. Sonreí porque allí traería mi regalo. Cuando se detuvo, le hice una foto. Era la primera en llegar. Venía muy guapa pero pensé que habría sido mejor que la trajeran en coche por si acabábamos tarde y se hacía de noche. A sus padres no les gusta que vaya con la bici de noche. No es seguro. Me soltó un abrazo de amiga y un beso. Entramos en casa.

Había preparado una merienda rica, con cruasanes y batido de chocolate que nos esperaban en el salón, en la mesa grande. Quería ver mi regalo, pero Ángela no mencionaba el tema, así es que esperé. Quizá pensaba en las demás. Cuando estuvieran todas abriríamos los regalos. Ángela tenía novio. Era la única del grupo que lo tenía. Yo no sentía envidia, no mucha. Algo, puede ser, por el hecho de tener novio, pero no por ese en concreto. No era muy guapo ni era de buena familia, aunque en aquel sitio nadie era de buena familia. Por lo que me había dicho mamá, nosotros éramos los más ricos de por allí porque papá ganaba mucho dinero en la ciudad. Nos sentamos en el salón, frente a la comida, y nos pusimos a hablar de Pedro, el novio, mientras venían las demás. Llevaban tres semanas saliendo, ya se habían besado y él le había tocado por encima de la ropa. Me extrañó que me lo dijera, era muy cortada con esas cosas. Ella, por lo visto, no le había tocado, le daba vergüenza. Era su primer novio y no quería que dijeran en el pueblo que ella hacía esas cosas tan pronto. Yo no lo entendí muy bien, quizá porque en la ciudad es distinto, no sé, pero asentí y la dejé hablar. Por lo visto él quería algo más y ella se lo estaba pensando, y me pedía consejo. La verdad es que me dejó perpleja. No era la más indicada para hablar de esas cosas, pensé, y el timbre de la puerta me evitó seguir con la conversación. Eran las pelirrojas Lidia y Elena.

Todo el mundo creía que eran hermanas, y no lo desmentían, por seguir la broma. Traían los regalos envueltos en un bonito papel azul. Me felicitaron y me dieron dos besos, y entraron al salón. Ángela las saludó y casi al momento sacó el tema del novio. Me pareció de mal gusto. No sé, quizá no era el momento de hablar de esas cosas, y más con las pelirrojas que se iban tanto de la lengua. Además, era mi cumpleaños y la verdad es que con tanto cotorreo no lo parecía. No me sentía bien allí y no era justo. En estos casos la que cumplía tenía que ser el centro de atención, la protagonista de la historia y no estaba siendo así. Mi padre pagaba mucho para que yo fuera feliz y no lo estaba siendo. Parloteaban sin parar, como si yo no estuviera, ignorándome, ni siquiera me habían felicitado, creo. No era justo. Todo el encanto de la situación desapareció. Salí de la habitación y llamé a papá desde el teléfono de la cocina. Tenía forma de tomate. Le conté todo y estuvo de acuerdo con que las cosas no debían ser así, que era mi fiesta, que yo era la protagonista y que tenía que recibir toda la atención. Prometió hablar con el responsable y llamarme luego con la solución. Volví al salón y ellas seguían hablando de Pedro y de la posibilidad más que clara de que hubiera sexo entre mi amiga y él. Ángela estaba muy nerviosa, se la veía emocionada. En un momento, su gesto cambió y dejó de hablar con las pelirrojas.

Continuará

Continúa

Me miró, las otras dos callaron y agacharon la cabeza, y habló. Dijo muchas cosas que no entendí pero el fondo estaba claro. Según el contrato, mi padre había especificado un servicio de máxima realidad en el que los personajes no tenían por qué comportarse conforme a mis deseos, imitando lo más posible el comportamiento humano. Un fastidio. Él en el otro lado de la galaxia, de negocios, y yo sola en casa con tres androides que pasaban de mí en el día de mi cumpleaños. La señorita que hablaba a través de Ángela me preguntó si quería seguir con el servicio o si prefería interrumpirlo definitivamente. Por un momento pensé en interrumpirlo pero encontré una forma mejor de aprovecharlo. Tras mi respuesta, Ángela volvió a ser ella misma y las dos pelirrojas volvieron a prestarle atención, interesadísimas en la futura vida sexual de su amiga. Entonces empecé a divertirme. Chicas, las interrumpí, he pensado que podríamos hacer un pacto de amigas. Me miraron extrañadas. Quizá su programación no contemplaba aquella posibilidad. Un pacto de amistad, repetí. A los pocos segundos parecieron comprender e incluso se mostraron emocionadas. En el día de mi cumpleaños sellaremos nuestra amistad como se hacía siglos atrás, con un pacto de sangre. Al decir esto Ángela puso un poco cara de asco. Es verdad que se permite jugar con esas cosas para evitar contagios, pero supuestamente todas habíamos pasado los exámenes médicos hacía un mes. Corrí a la cocina por un cuchillo y volví al salón. Yo sonreía, y las pelirrojas parecían dispuestas. La otra trataba de convencerlas de que no lo hicieran, que eso era cosa de niñatas y que lo único que podía pasar es que se hicieran daño. Parecía realmente preocupada. Quizá ella sabía de su condición no humana, pensé, y trataba de evitar el mal trago a las más pequeñas. Hicimos un corro en el suelo las tres, Ángela se quedó en el sofá, nerviosa e intentando convencer sin éxito a las pelirrojas, que estaban cada vez más emocionadas con la idea. Yo seré la primera, la idea ha sido mía, dije, y ellas aceptaron. Tu padre se enfadará, soltó Ángela como último intento. Me da igual, niña, pensé, pero sólo la miré, buscando el miedo en sus ojos y encontrándolo. El corte fue pequeño, tampoco hacía falta pasarse. Al momento la sangre salió por la yema del dedo y corrió buscando el suelo. Ahora vosotras. Lidia agarró el cuchillo algo nerviosa y lo llevó hasta su dedo corazón. Presionó y el filo hizo su trabajo.

Continuará

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