No sé si Woody Allen me ha visto

Pues eso. Paseando ayer por la orilla del Támesis nos cruzamos con Woody Allen, que estaba allí trabajando. No es que se nos acercara y nos dijera "hola, soy Woody Allen y estoy trabajando". No hizo falta, aunque le habríamos dado las gracias si nos hubiera dirigido la palabra, aunque fuera para decir algo tan obvio. Había cámaras, focos, actores y estaba él, Woody Allen. Supusimos que estaría en medio de un rodaje, simplemente.

Pasó a metro y medio de mi señora y de un servidor, y conseguí no tirarme a sus pies como un pychofán estándar. Fue ella quien lo vio, y quien fue vista, que es lo más importante. Ella dice que cruzaron las miradas y que, supone, al verse reconocido, bajó la cabeza, así es que cuando lo miré él me apuntaba con la calva. Vi a Woody Allen y eso está bien, está genial, incluso. La duda estriba, y aquí viene lo más importante, en si él me vio a mí. Porque eso es lo verdaderamente crucial. Yo puedo verlo cada vez que quiera. Pongo una peli suya y ahí está. Lo que no es tan fácil es que él me vea a mí. Mi esposa dice que sí, que me vio, pero yo lo pongo en duda. Si tú eres Woody Allen y vas andando pensando en tus cosas de director de cine genial y te cruzas con una pareja con pinta de españoles, y ella es guapa, pues la miras a ella, y el maromo que hay al lao te la suda soberamente. Y como ves que la tía te mira con sorpresa y te esperas que te asalte, porque eso hacen los fans, pues miras para otro lado para ver si te libras del abordaje habitual.

Así es que probablemente, casi seguro, te lo digo yo, Woody Allen no me ha visto. O sí.

Diálogo interior

Ante todo:
No he escrito porque no he estado.
Ahora estoy pero en breve no estaré.
Con ires y venires poco se puede hacer.
Hasta las palabras se encogen.
También las frases.
No estaré, decía.
Me voy para venir, eso sí.

Nadie te ha pedido explicaciones. No debería darlas, pues. Están de más. Sobran. Como éstas mis redundancias.

Ya, pero las doy.
Me da la gana.
Habrá quien se sorprenda al no ver al pesao de los lapos.
Quizá me piensen muerto, o algo peor.

No creo.

¿Eso es todo?

Sí. No... bueno.

Qué.

Nada realmente. Es todo.

Ah.
Pues hola y adiós.

Dos vueltas

Se iba de Madrid. Allí ya nada la ataba. La costa sería un buen destino, pensó, y reservó un billete para el sur. En la maleta lo justo y un bikini, y en la cabeza una gorra. Cerró la puerta con llave, dos vueltas. El gas. Volvió a entrar. Cerrado, antes y ahora. Siempre igual. Las persianas bajadas, comprobó. Cerró la puerta con llave, otra vez, dos vueltas, otra vez. Abajo el taxi la llevó a la estación, y el tren a la costa, y andando se fue a la playa, y nadó hasta que no pudo más.

Escena cinematográfica total

Sentencia 4745/2010

M.S. se levantó cuando le dio la gana. Para eso era sábado. Miró el reloj: las 11. Una buena hora para despegarse de las sábanas y hacer algo de provecho. Encendió el ordenador para leer la prensa mientras el pan se tostaba en la cocina y el café comenzaba a darle a la casa el típico olor matinal. El plan para ese día consistía en limpiar un poco (sólo un poco), escribir un rato, ver alguna peli, algo de deporte (en la tele) y leer otro rato. Si sobraba tiempo lo utilizaría para escribir otro rato, ver otra peli y algo de deporte (esta vez en la calle, esquivando viandantes con su torpe carrera). El perfecto plan para un sábado. Pero lo primero era lo primero. Cogió el café, las tostadas y se sentó ante la tele a disfrutar de su desayuno con un trozo de capítulo de Stargate.

Lamentablemente su momento de felicidad de fin de semana duró poco. Tan sólo lo que tardó en comerse media tostada y tomar un par de sorbos de café. Sin más aviso que la sorpresa, tres hombres vestidos de negro entraron en su casa a través de las ventanas del salón. El estruendo de cristales sumado a su grito y a las voces broncas de los intrusos duró apenas cinco segundos. Rotura de cristales, grito del desayunante y orden firme de los asaltantes: "¡Policía Social, tírese al suelo, las manos sobre la cabeza, ahora!" M.S. obedeció y allí se encontró, tirado en el suelo, rodeado de cristales, con la tostada en la mano y mirando fíjamente las botas del agente que tenía delante. Uno de los policías recorrió la casa y gritó "¡Despejado!". El segundo policía comprobó que el ciudadano no iba armado, lo levantó del suelo y lo dejó caer en el sofá. El policía al mando (el único que no había hecho nada desde la espectacular entrada) se quitó el casco dejando su rostro al descubierto. Era un tío alto, rubio, cargado de músculo y al parecer bastante aliviado de que no hubiera habido ningún tipo de resistencia. "¿Ciudadano M.S?", preguntó mientras sacaba un papel de dentro de su uniforme de asalto. Sin aparente capacidad para hablar, el tembloroso M.S. asintió con la cabeza. "Por orden del Ministerio Social le comunicamos el inmediato cumplimiento de la sentencia 4745/2010 según la cual se le multa con 30 mil euros y un mes de confinamiento social en las instalaciones de recuperación sociabilizadora del Estado para discapacitados sociales y deshumanizados de grado 2. Tiene quince minutos para recoger lo estrictamente necesario y a continuación le acompañaremos a sus nuevas dependencias en el centro asignado. ¿Ha entendido todo?" M.S. tardó unos segundos en asimilar lo que le estaban diciendo. El policía esperaba su respuesta. Entonces se atrevió a articular un par de palabras: "¿Por qué?" El agente de la Posol hizo un gesto de incomprensión. Quizá nadie le había hecho antes esa pregunta. Entonces volvió la mirada al documento que había estado leyendo segundos antes y respondió con otra pregunta: "¿Qué tenía planeado para este fin de semana?". M.S., algo aturdido por la pregunta, balbució un "Bueno, no sé... había pensado en quedarme en casa y descansar..." El policía sonrió entonces y con una mueca irónica soltó un "¡Equilicuá!"

Ilocalizable

-Entonces dices que Fernando no viene...
-No, y mira que he intentado localizarle, pero nada.
-¿Y eso?
-Pues nada. Que estaba conectado al MSN, aunque ocupado, y le he dejado un par de líneas citándolo para hoy. Como ha pasado media hora y no ha respondido le he mandado un e-mail.
-¿Y?
-Que nada, que no me ha respondido, y no creo que haya leído el correo porque se lo he mandado con acuse de recibo y no he tenido confirmación de lectura. Entonces le he mandao un SMS.
-Y te ha respondido.
-Qué va. Lo he llamado al móvil y lo tenía apagado o fuera de cobertura. Entonces he entrado en el Facebook y le he dejado un mensaje. También en Tuenti. A él y a su hermano, por si acaso, y tampoco me ha respondido.
-Pues vaya.
-En su Twitter decía que estaba cansado, así es que lo mismo no tiene ganas de quedar.
-Puede, aunque yo no lo tengo tan claro...
-¿Por qué?
-Pues porque antes de llegar a tu planta, he parado el ascensor en el piso de Fernando, he tocado a su puerta y allí estaba él, en carne y hueso... y nada, que ahora sube.
-Humm.

El caballo de la foto

El caballo de la foto, el blanco, el que mira tristemente (parece mirar tristemente) a través del agujero de la puerta vive en El Gasco (Las Hurdes). Siempre se ha dicho que aquella zona extremeña es la más deprimida de España. Puede. No sé. De lo que sí estoy seguro es de que ese caballo es el más deprimido de Las Hurdes y, probablemente, de todo el universo.

La libélula y la flor

La libélula esperó unos segundos sobre la flor y luego se marchó por donde había venido. La flor se resignó, guardando un solemne silencio. Nadie sabría jamás qué había pasado entre los dos personajes, nadie, si un escarabajo que pasaba por allí no lo hubiera visto todo o si después se hubiera abstenido de contarlo, de contármelo. ¿Puede existir el amor entre una libélula y una flor? Pues no digo más, que con lo dicho ya tenéis para pensar un rato.

En letras negras

En la puerta acristalada de mi despacho no reza en letras negras 'Ángel Luis Pérez, Detective Privado', porque ni la puerta es acristalada, ni soy detective, ni me llamo Ángel Luis Pérez. Por no tener no tengo ni despacho.

Qué geniales esas novelas negras que empiezan así, con las letras en la puerta, el detective que se enciende un cigarro (cigarrillo, lo llaman ellos), llena medio vaso de whisky de una botella que guarda en uno de los cajones de su vetusta y semipolvorienta mesa, y que recibe, sin demasiada sorpresa, la extraña visita de una despampanante rubia que le ofrece mucho dinero por resolver un caso irresoluble que él en principio rechaza pero que, acuciado por las deudas y por la posibilidad de llevarse a la cama a la rubia, acepta luego sin darle más vueltas. Y se va todo enredando un rato y desenredándose otro para descubrir quizá que es ella la mala de la historia, o quizá la mala a medias, interesada al menos en la muerte o desaparición del hombre que el detective ha de encontrar, por dios, encuéntrelo, detective, actúa al principio, con lágrimas incluidas, porque qué mejor prueba de inocencia que las lágrimas de una rubia despampanante, pero el detective siempre acaba por leer entre líneas, en los márgenes y allá donde sea posible leer algo que le lleva, pista tras pista, hasta el esperado y siempre y nunca obvio final.

Qué sería de los detectives sin las rubias despampanantes, el whisky, el humo del tabaco y los policías, y el soplón, y el bruto gángster y sus hombres. Porque los polis no pueden faltar y siempre son tontos, los pobres. Así el detective destaca mucho más, lo que los llenan de celos y por eso es obligada la escena en la que el jefe de policía amenaza al detective, no meta sus narices en este caso o le acusaremos de obstrucción a la justicia, le dice, pero a él le da igual, porque si les hiciera caso no podría seguir investigando y la novela se acabaría en la página 20, y la rubia se iría a llorarle a otro detective, suertudo él.

Y está el soplón que es malo pero no sabe serlo demasiado y siempre lo pillan, y es feo y deforme y su pistola es más cutre que la de los demás. Hasta su nombre es peor: se llama Snitch, Oly, Jerry el tuerto, el cojo, el jorobado... Pero al final si no fuera por el soplón no habría historia, porque es el que le va al detective y le dice que sabe dónde se esconde la víctima, o el culpable. Y no se come nunca un colín. Ni las putas le hacen caso. Pobre hombre. Y el gángster, siempre el sospechoso, culpable incluso, hasta que no se demuestre lo contrario, porque es un delincuente, y lo sabe todo el mundo y tiene hombres armados que siempre van con él, y tuvo algo con la rubia tiempo atrás, o quizá ahora y es por eso que se ha montado todo porque el gángster y la rubia quieren que el detective demuestre que lo cierto es falso y lo falso verdadero para ellos quedar absueltos del asesinato del marido de ella, ricachón anciano sin ninguna duda, ella heredera con amante armado y con cicatriz en la cara. Pero no cuentan con el soplón, que ama en secreto a la rubia despampanante y en secreto odia al gángster que tanto lo ha malatratado y allí está el detective que le servirá para su doble venganza, yo te digo y tú me ayudas, y hasta puede que el detective caiga en la trampa del feo soplón y acabe llevándose las culpas del doble homicidio, porque el soplón es feo pero no tan tonto como parecía, y el detective es un guaperas pero no tan listo como todos creíamos, y acabará entre rejas por el crimen del otro, sin dinero, ni rubia, ni más casos que resolver.

Es entonces cuando llego yo y alquilo el despacho, que para qué lo quiere él si está preso, y pongo mi nombre sobre la puerta acristalada, en letras negras, que desde dentro se ven al revés.