Sobre la extraña desaparición del blog de M. Salieri y de su persona

Han pasado cuatro meses y pico y creo que ya es el momento de hablar del tema. Como sabéis, soy seguidor del creador del pseudogénero literario del lapo mental, Marco Salieri. Se puede decir que soy de los pocos que han llevado a la práctica lo que él planteó hace mucho como teoría. Esto me ha llevado a conocerlo si bien no muy profundamente sí lo suficiente como para mantener un contacto e-pistolar más o menos frecuente.

Cuando decidió saltar al mundo del blog fui el primero en animarlo. Al principio tuvo sus dudas pero cuando empezó a contar su vida y sus extrañas aventuras no hubo quien lo parara. Estaba emocionado. Pero creo que no entendió cómo funciona esto. Si escribes puede que la gente te lea, y si cuentas cosas que te comprometen es posible que te metas en un lío. No sé si ha sido eso lo que ha pasado. No tengo ni idea, pero algo intuyo.

Desde que cerró su blog, o se lo cerraron, no sé nada de él. No responde a mis correos y la gente que conocemos en común tampoco sabe nada de él. Si habéis intentado leerlo os habréis encontrado con un mensaje como este:



Si os enteráis de algo, por favor, decídmelo. En los últimos meses antes de desaparecer se metió en unas historias muy raras. Se mezcló con gente relacionada con lo paranormal, con mafiosos y espías, según contó él mismo en el blog. No sé si todo lo que escribió es cierto. Ni siquiera si una mínima parte lo es, pero el  hecho de haberse esfumado de un día para otro me hace pensar que quizá algo de verdad hay.

Sólo espero que no le haya pasado nada.

Un mundo paralelo (que está aquí mismo)

En el mundo paralelo (que está aquí mismo) las normas que rigen la sociedad se parecen mucho a las nuestras. Casi podría decir que son idénticas. Casi.

En el mundo paralelo del que os hablo, ese que está aquí mismo, hay quien considera que para conseguir algo uno tiene que tragar un montón de mierda y sonreír al mismo tiempo. Es lo que el protocolo manda. También se alaba al que calla, al que no respira de más y al que anda con paso firme pero a la vez sumiso. En nuestro mundo no es tan así, ya os lo digo yo, que soy de aquí, pero en el mundo paralelo del que os hablo, y que a veces se confunde con este disentir, es rebelarse, opinar es faltar al respeto y decir la verdad la mayor de las faltas posibles.

Nuestro mundo y este mundo paralelo son tan parecidos que, he de admitirlo, tardé en darme cuenta de que había pasado de uno a otro. Ni siquiera puedo decir en qué momento sucedió, pero así fue. Sí recuerdo cuándo fui consciente de que ya no estaba en mi mundo sino en la versión bizarra de él. Fue un día en el que dije que me parecía que estaba recibiendo más carga de trabajo en mi empresa que los demás (un 60% más, aproximadamente) y en respuesta me acusaron de no saber trabajar en equipo, de romper la armonía de la oficina con mi comentario y de ser un individualista que mejor estaría fuera de la empresa que dentro. Obviamente en ese momento supe la verdad y ahora no sé cómo volver a mi mundo desde este extraño mundo paralelo (que está aquí mismo).

Amigas

Bailamos en una fiesta gótica en la que los no-góticos somos mayoría. Bailamos, bebemos y ellas dos hablan acaloradamente. No las oímos porque la música no lo permite. Ni estando cerca podríamos. Han de hablar a gritos para oírse y en sus rostros se observa el fastidio, la impotencia por no poder comunicarse más cómodamente. Si por ellas fuera estarían en otra parte, discutiendo sin perder la voz en el camino. Agitan las manos. Debe de ser algo grave, o al menos importante, porque el resto baila y disfruta del momento y ellas, en medio de la pista, han creado su propia burbuja y sus propias reglas. Están allí pero no están. Un minuto después la conversación de detiene. Bajan las manos, dejan de mirarse y una de ellas se dirige a la salida, sin prisa pero con determinación. La otra, ahora sola, sigue descolocada. A su alrededor la gente sigue la música, cada uno a su manera, y ella parece no saber si unirse a la fiesta o salir de allí como su amiga. Tras unos segundos de duda en los que mira a su alrededor, quizá buscando a alguien, sigue los pasos que antes recorrió la otra y abandona el local.

Inercias

Rodar hacia arriba es imposible. Por lo visto hay que levantarse y andar. Mejor rodar hacia abajo, como se ha hecho toda la vida. Y si al final hay un muro infranqueable, nos haremos añicos, con mucho gusto.