En el mundo paralelo (que está aquí mismo) las normas que rigen la sociedad se parecen mucho a las nuestras. Casi podría decir que son idénticas. Casi.
En el mundo paralelo del que os hablo, ese que está aquí mismo, hay quien considera que para conseguir algo uno tiene que tragar un montón de mierda y sonreír al mismo tiempo. Es lo que el protocolo manda. También se alaba al que calla, al que no respira de más y al que anda con paso firme pero a la vez sumiso. En nuestro mundo no es tan así, ya os lo digo yo, que soy de aquí, pero en el mundo paralelo del que os hablo, y que a veces se confunde con este disentir, es rebelarse, opinar es faltar al respeto y decir la verdad la mayor de las faltas posibles.
Nuestro mundo y este mundo paralelo son tan parecidos que, he de admitirlo, tardé en darme cuenta de que había pasado de uno a otro. Ni siquiera puedo decir en qué momento sucedió, pero así fue. Sí recuerdo cuándo fui consciente de que ya no estaba en mi mundo sino en la versión bizarra de él. Fue un día en el que dije que me parecía que estaba recibiendo más carga de trabajo en mi empresa que los demás (un 60% más, aproximadamente) y en respuesta me acusaron de no saber trabajar en equipo, de romper la armonía de la oficina con mi comentario y de ser un individualista que mejor estaría fuera de la empresa que dentro. Obviamente en ese momento supe la verdad y ahora no sé cómo volver a mi mundo desde este extraño mundo paralelo (que está aquí mismo).
1 comentario:
Yo le vi a usted deslizarse a ese otro mundo pero nada dije.
Ahora le veo desde este otro lado y me parece usted un pez en pecera ajena.
Publicar un comentario