Anónimo

En la puerta encontré una nota anónima pegada con cinta adhesiva: "vete y no vuelbas mas o sino te vas a enterar". Cualquiera se acojonaría. Yo también, claro, pero antes maldije el sistema educativo español.

La policía no me hizo nada de caso, "será un vecino enfadado, ¿monta usted muchas fiestas?" Por poco lo mando a la mierda. ¡Claro que monto fiestas, pero eso no es para amenazar a nadie! Antes vas a casa de tu vecino juerguista (yo) y le pides que baje la música. Lo normal. No le dejas una nota amenazadora y sales corriendo, como los niños que tocan los porteros para dar por culo. Odio que me amenacen, pero más odio que el que va a hacer que me entere si no me voy sea tan cobarde de no dar la cara. ¡Pues no me voy!

A la semana mi vecino apareció con un cuchillo clavado en la espalda, tumbado en su salón y muerto. Tenía una nota pegada en la frente, "te dije de que te fueras, ijo de puta". La policía me dijo que el asesino se había equivocado de puerta al pegar mi nota. Mi puerta es la letra B y la suya la D. Comprendía la confusión, les dije, este hombre no era muy de letras... pero, añadí, ¿no era posible que el asesino se hubiera equivocado de puerta la segunda vez en lugar de la primera y otro día vinieran a mi casa a cumplir con su amenaza? Los polis me miraron como si estuviera loco, se encogieron de hombros y me dejaron allí con un par de nudos en el estómago que todavía estoy tratando de deshacer.

Los Supervivientes y las Putas Pozas

La hostia con la bici

Escribo esto todavía conmocionado así es que no sé si se me entenderá bien o no. Me acabo de pegar un piñazo con la bici, sin que medie ninguno de mis atrevimientos habituales: no iba rápido, no hacía el caballito, no sorteaba agujeros de manera suicida ni nada por el estilo. Simplemente pedaleaba y al segundo estaba en el suelo. El casco me ha salvado de abrirme la cabeza. Las manos todavía me duelen, y las rodillas. Tras salir despedido de la bici y caer de boca lo primero ha sido la sorpresa, luego el dolor, luego ha venido la incomprensión. Una vaca que pastaba al borde del camino me ha mirado quizá compartiendo mis emociones, no lo sé. La bici estaba tras de mí, con la rueda delantera doblada sobre su eje, no rota. He comprobado que no tenía nada roto, tampoco sangraba (yo, no la bici). He enderezado la rueda y entonces me he dado cuenta de la causa del hostión. No había chocado con nada, el suelo de tierra no tenía ningún obstáculo. La culpa era de la bici. El freno de atrás se había quedado pillado en seco. Aturdido todavía, he seguido el cable del freno de un extremo a otro. Las zapatillas de freno seguían presionando la rueda. Por qué. No podía pensar bien. He apartado la bici del camino buscando la sobra de un árbol y algo de tranquilidad y allí he descubierto el fallo. El tubo de plástico que recubre el cable del freno a la altura del manillar se había salido, no sé cómo, está muy duro, y en lugar de volver a su sitio, se había atascado contra la tuerca que lo aguanta. El resultado, que tras frenar levemente, el tubo se ha salido, se ha quedado pillado el freno, la bici se ha parado en seco y he salido volando. Así de simple.

He vuelto a casa a ratos en la bici, a ratos andando. Me duelen los pulgares y tengo las rodillas raspadas, como un niño chico.

Batallitas

-No sé si te he contado, nieto mío, que yo siendo joven, sólo un poco mayor que tú, participé en la Batalla del Valle Grande, la que determinó el fin de la Guerra III que seguro estudias en el colegio.

-Sí, abuelo, pero ya no me acuerdo, ¡cuéntamela otra vez!

-Jejeje, venga. Yo era un poeta, sabes, y como tal fui reclutado para formar parte de la infantería de nuestro ejército. Éramos los primeros en caer, siempre en primera línea, con sólo nuestros versos como arma y nuestra pasión por los sonetos como argumento. Siempre me sentiré orgulloso de haber pertenecido a tan leído ejército. Éramos miles. Muchos amigos míos lucharon a mi lado, hilando rimas, declamando a diestra y siniestra, machacando al enemigo con difíciles estrofas, casi siempre mejores que las de los poetas del bando contrario, todo hay que decirlo. Ahora todos están muertos, casi todos en el campo de batalla. En los flancos estaban los dramaturgos, montados a caballo y agrupados por obras. Recuerdo que cuando entraron en combate casi les aplaudimos, por la alegría, porque teníamos muchas bajas, a pesar de ir venciendo, pero esperamos al final, que es lo correcto en toda obra de teatro que se esté disfrutando. Los dramaturgos entraron a saco, machacaron a los poetas que todavía quedaban frente a nosotros y se lanzaron contra el enemigo buscando la ovación del público. Salvo los creadores de teatro postmoderno, el resto cumplió. Dos batallones de teatro griego pasaron a la historia por su interpretación en la batalla, coros incluidos. Se dice que, tras la batalla, algunos enemigos aplaudieron a nuestros dramaturgos. Fue memorable. Pero no todo fue tan fácil como cuentan en los libros. Cuando parecía que la batalla estaba en nuestras manos, los novelistas del enemigo desplegaron todos sus giros narrativos, abrieron sus mejores capítulos y, he de admitirlo, nos vimos casi derrotados. Pero aquello se quedó en un simple prólogo. Nuestros narradores se desplegaron en forma de media luna y recibieron el apoyo de los dramaturgos. Lanzaron varias obras maestras, trilogías de calidad y grandes sagas de novela negra. Eso no lo esperaban. Ellos seguían utilizando las viejas técnicas de la novela decimonónica rusa y los nuestros se las sabían todas. Eso es por lo que te digo, nieto mío, que estudies, que estés siempre al día, que luego en estas batallas se necesita estar bien preparado.

-Sí, abuelo, que estuuudio mucho.

-Eso está bien. Ya acabo la historia y te dejo jugar con la consola. Durante unos minutos la cosa estuvo igualada, sus mejores hombres y los mejores de los nuestros mantuvieron la trama en todo lo alto hasta el final. Intercambiaban personajes, elipsis y subtramas hasta que el mando literario enemigo ejecutó un movimiento inesperado introduciendo un nuevo personaje. Todos bajamos los brazos. La batalla y la guerra estaban perdidas. Pero nuestro general, que había sido premiado hacía poco con el Nobel de Literatura, se la jugó con todo lo que tenía, y por eso siempre será recordado.

-¿Entonces abuelo, cómo acabó, ganamos no?

-Nadie los sabe, nieto mío, el último giro narrativo utilizado a la desesperada por el gran general provocó un final abierto de tres pares de narices.

Los Supervivientes y el Ascenso a La Almenara

El joven hombre antiguo

Hoy he salido a dar un paseo con La Rosa de los Vientos en las orejas, como es habitual, y me he cruzado con un joven hombre antiguo que corría por el mismo sendero. En cuanto lo he visto me ha venido a la mente la imagen de un halterofílico (no es ninguna enfermedad rara, sino eso que llaman deporte y que consiste en levantar pesas, aguantar y soltar y que nos ponen en las olimpiadas cada cuatro años) de los años treinta. El joven hombre antiguo no tendría más de veinticinco años y corría despacio, con la clara intención de deshacerse de unos cuantos quilos de masa corporal aunque sin mucha fe. Vestía una camisola blanca de manga larga, de una talla o dos mayor a la suya y unos pantalones de deporte azules, anchos, largos y subidos hasta la cintura, con la camisa metida por dentro. Cuando se iba cruzar conmigo lo he saludado y él ha girado ligeramente la cabeza, como si me hubiese oído sólo un poco y no estuviera seguro de ello; como si no yo no estuviera allí realmente, he pensado después. Ha pasado a mi lado con su correr cansino y a los pocos metros me he parado, confuso, y me he quedado mirándolo conforme se alejaba, queriendo confirmar quizá si el joven hombre antiguo estaba realmente allí o si por contra iba a desvanecerse y a volver a su década de blanco y negro.

Preparándonos para el frío

-¿Leña?
-Leña.
-¿Gasoil para la calefa?
-Lleno.
-Juntas de puertas y ventanas.
-Perfectas.
-¿Uranio para el reactor?
-Enriquecido al máximo.
-¿Mantica para el momento sofá y tele?
-¡Hostia, espera, que no la encuentro!
-Activada "Alerta Roja" en todos los sistemas. ¿Cómo piensas que vamos a pasar el invierno sin mantica en el sofá? ¡Dios, es que tengo que estar yo en todo!

El tiempo que pierdo

Si encuentras el tiempo que pierdo, quédatelo, es tuyo. No intentes devolvérmelo. No serviría de nada. Para mí él ya es pasado y para él yo soy un torpe desconocido.

La ventanilla

Una señora mayor, de negro, viuda, deduzco, con una bolsa del Carrefour donde imagino que lleva la enorme cartera típica de señora mayor. No sé por qué lo hacen. Lo de guardar la cartera dentro de una bolsa de plástico. Por la lluvia no es. Podrían llevar un bolso. Pensarán que los ladrones no sabemos que suelen llevar la cartera dentro de una bolsa de plástico y parecen no darse cuenta de que tirar de esa bolsa y romperla es mucho más fácil que hacerlo de un bolso. ¿Creen que el plástico de la bolsa está hecho de titanio? No sé. No logro comprenderlo. A veces me he visto tentado de acercarme y decírselo, "señora, si quiero llevarme su cartera sólo tengo que tirar de su endeble bolsita de plástico, ¿no se da cuenta?", pero siempre me echo atrás, luego me enfado por su ignorancia y me recreo en el mismo acto del hurto.

En la fila de la ventanilla del banco, delante de la señora de la bolsa y de cháchara con el auxiliar de la ventanilla, un jubilado de pelo cano y elegancia apolillada, frena el ritmo de la fila. Parece discutir algo sobre la pensión, que algo le falta, que algo le han cobrado de más, no sé. La señora, como los demás, está algo harta de esperar. Parece incómoda. Tendrá problemas con las piernas. Podría sentarse y le guardaríamos la vez. Delante de mí, detrás de ella, una mujer joven escucha música, o simplemente lleva los auriculares puestos y la música apagada. Apuesto por lo primero, porque no parece darse cuenta de nada. Ni del retraso por el viejo, ni de la incomodidad de la viuda blanco fácil para los ladrones como yo, y menos de mis divertimentos mentales observándolos a todos, cada uno en su mundo particular, como pequeños muñecos que hacen lo que yo pienso que deben hacer.

Cuando el viejo elegante termina sus gestiones, el alivio se nota al instante. Hasta se oye algún "por fin" entre las personas que van detrás de mí. La señora de la bolsa pasa por encima de la raya pintada en el suelo, la frontera entre la cola y el espacio de privacidad del cliente frente a la ventanilla, abre la bolsa, saca una pistola, nos la enseña a todos con una tímida sonrisa en la cara y apuntando al auxiliar del banco le dice con un susurro que todos oímos claramente "démelo todo, por favor".

11-S

Siempre recordaré el 11 de septiembre de 2001 como el día en el que me dieron plantón en la puerta de un cine.

La otra noche

Cuando vives la noche te pasan cosas que luego al contarlas a los amigos o aquí, en un trozo de papel virtual, pierden toda la credibilidad. Es cuando se usa la manida frase aquella... "la realidad supera a la ficción". Pero da igual, de nada serviría, porque sin me pusiera a contaros lo de la otra noche, como mínimo dudaríais; lo normal sería que torcierais el gesto, hicierais un giro de ojos y soltarais un "venga yaaaaa", y alguno habría que hasta dejaría de leer para irse a hacer algo más provechoso. O sea que.

Los viejos

Hay dos viejos sentados que siempre me encuentro y nunca los he visto hablar. Están muy juntos, no tanto como parecer siameses, pero muy juntos. Cada uno juguetea con su bastón, sin pensar, lo cambia de mano, lo apoya en la silla, contra la pared, lo vuelve a coger. Uno lleva una gorra marrón, de pana. El otro una visera de esas que ya no existen, de las que no te tapan por arriba, no sé si me explico. Sólo visera, y vieja. Puede que sea de las que daban con el 7Up en su día, el siglo pasado, verde. Yo paso porque me viene de camino cuando voy a comprar el pan cada día (hoy no he ido, recordádmelo luego que si no se me olvida) y los saludo. Los dos hacen un ruido, que traduzco como saludo de respuesta aunque perfectamente puede ser que me estén mandando a la mierda. Luego siguen ahí, quietos, pensando, imagino. Al rato vuelvo a pasar, esta vez no saludo, ya con la barra en la mano, y siguen ahí, callados, como si llevaran tanto tiempo sentándose juntos que ya no tuvieran nada que decirse; ni falta que hace. Nunca los he visto llegar ni irse.

Making Off

Un hombre y una mujer están sentados frente a una mesa. Visten de negro. Detrás de ellos, colgada en la pared, hay un cartel con unas palabras y una serpiente enroscada en un hacha.

La mujer: A ver, ¿estáis ya? Venga, que la cámara no tiene mucha batería y quiero dejar esto listo hoy.
El hombre: Sí sí... no no, espera, que no encuentro mi txapela.
La mujer: No te la habrás dejado en el coche...
El hombre: No no, estoy seguro de que la he traído conmigo. Mira a ver si está en el bolso de la comida, debajo de los bocatas.
La mujer: No veo nada aquí. Oye, estoy huele a chorizo... ¡espero que el mío sea de jamón y queso!
El hombre: ¿Jamón y queso? ¿Desde cuándo tomas tú jamón y queso en el bocata?
La mujer: No me jodas, Gorka, ¿me lo has hecho de chorizo? ¡Si sabes que lo odio! Bueno, venga, luego lo hablamos. Voy al baño un momento. Busca tu mientras la txapela.

Gorka mira por toda la habitación pero no encuentra nada. La mujer vuelve del baño.

La mujer: Mira, tu txapela, te la habías dejado en el baño.
Gorka: ¿Y qué hacía en el baño?
La mujer: No sé, tú sabrás, es tu txapela. ¿No has ido a cagar antes? El derrape que has dejado en el váter tiene tela, Gorkita, que ya tenemos una edad...

Gorka se pone colorado y coge la txapela.

La mujer: ¡Aitor, venga, ya estamos listos!

Llega otro hombre, Aitor.

Aitor: ¡Dios, casi me mato! Me he puesto la mierda esta blanca en la cara cuando iba por el pasillo y, tíos, no se ve un carajo. Alguien se ha dejado una caja en el suelo y me la he comido. ¿No podríamos hacer esto con una una careta o algo así? Los agujeros son más grandes...
La mujer: Aitor, eres imbécil. ¿Una careta? Vamos a salir en todas las teles y quieres ponerte una careta... ¡tenemos una imagen! ¡Mira la pared!
Aitor: Qué, la pared, sí, y qué.
La mujer: Qué ves.
Aitor: Nuestra insignia, el símbolo del hacha...
La mujer: Eso es, nuestra insignia y nuestro lema. ¿He colgado yo, no sé, la puta bandera de los boys scouts? No, he colgado nuestra puta insignia, para que se reconozca claramente que somos nosotros: la insignia, el lema, la mesa, los tres sentados, las putas txapelas, la tela blanca y el puto traje negro que da un calor de la hostia... más claro, el agua, ¿y tú quieres que salgamos con una careta del puto mickey mouse?
Aitor: No, si yo lo decía...
La mujer: ¡Pues menos decir y siéntate ya, leo el comunicado y nos vamos, que ya estoy harta de vosotros!

Los tres se cubren la cara y se colocan bien las txapelas. La tensión se siente en el ambiente. La mujer coge un papel y lo revisa por encima, lo lee en voz baja deprisa.

La mujer: Y que sepáis que tengo una oferta de las FARC. No no no, no me pongáis esas caras largas. Leo esto y me piro, os dejo, que estoy harta de tanta incompetencia. Venga, tú, dale al Rec y acabemos con esto.

Aitor se levanta, va hasta la cámara, pulsa el botón de grabación y vuelve corriendo hasta la mesa. Lo mujer carraspea y empieza a leer.

Viejos propósitos, nuevas energías

He cogido septiembre con ganas. Me he dicho "son treinta días, no los desperdicies", así es que este mes me estoy tocando los huevos más que nunca.

Las tuercas

Mira qué casualidad, que hoy salgo a comprar unas tuercas para un tema de casa y me encuentro con Manolo García, el de El Último de la Fila, que ya hace mucho que canta solo, lo digo para que se sepa quién es, que Manolos García anónimos tiene que haber a miles. Pues ese Manolo García. Y joder, qué alegría, con lo que me gusta a mí este tío y sus gorgoritos aflamencaíllos y anda por mi pueblo para que yo me cruce con él. La ferretería, donde iba a comprar las tuercas, claro, está justo enfrente del bar donde Manolo estaba sentado, cerveza en mano, charlando con unos amigos. A lo mejor eran músicos conocidos, de su grupo o de otro pero yo sólo me fijé en él. Y en cuanto lo vi se me olvidaron las tuercas, los tornillos y todo lo demás.

¡Manolo!, le grito, y eso que estaba al lado, pero es que yo soy muy de hablar alto, todos me lo dicen y yo digo que es por sordera, y algo hay de cierto. ¡Manolo! le repito, por si no se reconoce. Perdona que te interrumpa, Manolo, no te importa que te llame Manolo, ¿no?, claro que no, cómo te iba a importar si es así como te llamas, qué alegría verte por aquí. Él se queda un poco parado, quizá duda de si me conoce o no. Yo le saco de dudas, por si acaso. ¡Soy un fan tuyo!, jajajaja, no me conoces, M. me llamo, ¿te importa que me siente contigo? Una cervecita, le pido al camarero, qué alegría Manolo. Precisamente el otro día estaba escuchando un disco tuyo. ¡Discazo! Hay que ver cómo eres con las letras, eh. ¡No hay forma de que pueda memorizar una! Pero qué bonitas son, chiquillo, y qué bien las cantas. Tengo todos tus discos, piratillas, claro, que la cosa está muy mala. ¡Y una vez casi voy a un concierto tuyo!, lo que pasa es que al final mi primo, que tenía las entradas, se pegó un piñazo contra un árbol, con el coche, y se acabó lo de ir al concierto. ¡Pero mi primo bien, eh, no le pasó nada, que los coches ahora los hacen para aguantar lo que les eches! ¡Saltaron todos los airbags y allí se quedó mi primo, envuelto para regalo!

Hasta este momento Manolo no ha abierto la boca. Miento. Tiene la boca abierta pero no dice nada. Sus amigos se aguantan la risa, que yo lo sé, pero a mí me da lo mismo. Es Manolo García y está en mi pueblo así es que le puedo decir lo que me dé la gana y punto.

Me llega la cerveza. Fresquita. Quiero hacer un brindis, Manolo. Y Manolo coge la cerveza y la levanta conmigo. ¡Yo haciendo un brindis con Manolo García, el de El Último de la Fila, en la plaza del pueblo! ¡Qué grande! Por tu nuevo disco, Manolo, y por mis huevos que esta vez voy a verte! Y la cerveza para dentro, de un trago. Y ahora te dejo, Manu, que tengo que comprar unas tuercas, nada, no es grave, por una fuguilla de agua que ya está casi controlada. Y a mi pueblo vienes cuando quieras. Ah, toma, te apunto mi dirección y teléfono en esta servilleta. Lo apunto. Y me llamas y vienes cuando quieras y nos tomamos unas cerecillas por aquí. Me levanto y le doy la mano a Manolo García y con las mismas me meto en la ferretería y le cuento todo a Luis el ferretero, que no se cree nada de lo que digo, y claro... salgo con Luis y le digo, ¡mira Luis, ahí está mi amigo Manolo García! ¡Qué incrédulo eres, por dios!

Backstreet Boy

Callejeando por mi pueblo, el de ahora, no el de antes, encontré una calle no vista hasta entonces. La razón por la que no la había visto en mis anteriores paseos es que sólo se puede acceder a ella atravesando un bar (entrando por una puerta y saliendo por otra situada enfrente de la primera) y por un callejón muy estrecho que suele estar tapado por un coche aparcado, con lo que si no se conoce la calle no se te ocurre siquiera mirar detrás del coche. Vamos, que no se ve a simple vista. Yo, por supuesto, la encontré por error. Entré en el bar, me tomé una caña y salí por la puerta equivocada. Esperaba encontrarme con lo mismo de antes: la calle que baja hasta la plaza, algún coche, la puerta entreabierta del sastre. Al ver que no estaba donde debía me di la vuelta instintivamente con la idea de volver al bar y elegir la puerta correcta, pero algo me hizo detenerme y todavía no sé qué fue. La calle estaba vacía de gente. Sólo la puerta del bar a este lado y dos puertas que parecían dar a dos viviendas en la otra acera. A mi izquierda la calle se acababa y a la derecha pude distinguir el callejón. Si no fuera por el callejón aquello parecería más bien un patio interior, pero no era eso. Tenía una salida, y además en un patio no hay puertas de casas. Ni por supuesto un letrero en una de las paredes con el nombre de la calle. "El calvero". Tenía gracia, pensé. Como en un bosque en el que de pronto se hace un hueco libre de árboles. Un calvero, sólo que en un pueblo. Me acerqué a las casas y vi que estaban cerradas. Puertas cerradas y ventanas cerradas. Entonces fui al callejón tratando de adivinar antes de llegar él a qué calle daría. Creía conocerlas todas, pero visto lo visto, no me extrañaba que fuera a dar a una calle nueva para mí. Atravesé los tres metros del callejoncillo y me encontré con el coche aparcado. El dueño viviría en alguna de las casas, o quizá fuera del tío del bar. La cuestión es que lo había dejado tapando el callejón y tuve que pasar de lado entre la pared y el coche para poder salir. No era normal. Así no se aparca. Libre de estrecheces, me encontré en una calle bastante más amplia. Me sonaba pero no del todo.

El ruido de la aspiradora enturbió la imagen en la pantalla. Si ya era irreal antes, ahora lo era más. ¿Será así el infierno de los creyentes? ¿Todo igual que aquí pero con el continuo y ensordecedor ruido de una aspiradora?

Vagué, porque eso era vagar, buscando una calle conocida. Todas me sonaban, pero no del todo. Y cuando quise volver al callejón para deshacer mis pasos ya era demasiado tarde.

Gestiones

Toda la documentación en regla: certificado de nacionalidad, documento de identificación, genealogía familiar de al menos un siglo, certificado de salud, incluido genoma y análisis de enfermedades futuras, aporte personal a la humanidad, certificado de penales, impreso de intenciones futuras y planes de vida. Todo en regla, completo, sin una mancha que pueda joderme la vida, mi vida futura que tanto ansío, lejos de aquí.

El sistema acepta el envío de la solicitud y procesará el resultado "en un tiempo estimado de entre 1 y 5 minutos", según los baremos estipulados, las bases de datos, y bla bla bla. Espero frente al terminal. Mi familia no lo entiende pero tengo que irme. No se dan cuenta de que aquí no hay nada que hacer. No hay trabajo, y pronto ni siquiera habrá gente. Ellos se quedan. Esta es su tierra y aquí morirán, dicen. Ellos y cientos de millones más, por cabezonería unos pocos o por incumplir con los requisitos mínimos para la salida del planeta, la mayoría. No todos podemos ir, está claro. No cometeremos el mismo error en las tres colonias de destino que en la vieja Tierra. Será duro, un viaje largo, un cambio de vida total, pero merecerá la pena porque significará que hay esperanza para nuestra especie.

El terminal finaliza su análisis y responde con un 'OK', envía a mi sistema el certificado, los permisos y la fecha de embarque. Dentro de una semana. Será dentro de una semana.

Los peligros

A veces salgo a la calle y todo me parece peligroso. Me recuerdo a una tía mía, asustadiza de nacimiento, que veía microbios genocidas en todas partes, "cierra la boca, que te entran los microbios", gritaba. A lo mejor algo se me quedó de ella (me pasó su particular microbio) y por eso alterno confianza plena con miedos atávicos. Será la edad, me digo, que chocheo prematuramente. No sé. Los miedos estos son encima poco prácticos, porque el día a día se te hace denso, lleno de obstáculos que los demás no tienen. Salgo a la calle y el sol está allí arriba y quema: no olvides la gorra, ponte protección solar; los coches van como locos: mira varias veces a derecha y a izquierda antes de cruzar, qué imprudentes. Los niños juegan con la pelota y te puedes llevar un buen golpe: te alejas mirándolos con odio, son homicidas potenciales, te pueden romper las gafas con un balonazo y los cristales se te pueden clavar en los ojos (aunque ya te habías quedado ciego simplemente por quedarte sin gafas). Y de noche, cuidado por dónde andas: hay ladrones en todas partes o te pueden raptar y robarte los riñones (los dos). Todo es peligroso. Todo. Pero sólo a veces, cuando me da por ahí. Otra veces salgo y como si nada.