Dedicado

Él salió de casa con lo puesto. Ella siguió gritándole durante unos segundos más aun sabiendo que ya no la podía oír, que ya estaría en el ascensor. Se secó las lágrimas y corrió a la estantería. Recorrió los libros a medias con los dedos, a medias con la memoria, hasta que dio con el que buscaba. Se asomó a la ventana. Él salía del portal camino del coche. El libro rebotó en el capó y cayó a los pies del hombre, que miró hacia la ventana antes de coger El amor en los tiempos del cólera y abrirlo por donde años atrás escribiera aquel “Te querré para siempre, J.”

Sistema público

Entro en el Centro Sexual Público del barrio. Me han dicho que el Ayuntamiento ha incluido nuevas actuaciones este mes y se agracece, porque ya estaba un poco harto de la rusa contorsionista que juega con verduras. En la taquilla un funcionario con visera repasa unos impresos. Saco mis vales. Tengo cinco para todo el mes: tres por soltero y dos por pertenecer a familia numerosa. Al lado de la ventanilla, en un corcho, se puede ver la programación de todo el mes. La novedad es un juego sexual con animales y una chica negra que parte nueces con su vagina. El funcionario me pide el dni, el vale que voy a gastar y me pide que espere mi turno en la salita de al lado.

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Las revistas sobre la mesa son las mismas de siempre. Números atrasados de Playboy y Hustler. Parece que no han sacado este mes la Revista Pública de Sexo por una huelga de los funcionarios que la editan. Por lo visto quieren equiparar sueldos con sus homólogos del resto de la Unión Europea.

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Mi número es el 78. Me llaman pronto y una señorita me acompaña a la Cabina Pública. Tendrá treinta minutos, me dice. Aquí tiene papel higiénico, por si lo necesita. No haga fotos ni vídeos con el móvil. Si es tan amable, a la salida rellene el cuestionario sobre el servicio ofrecido. La Consejería quiere conocer el resultado de los últimos cambios en su política sexual. Asiento. Siempre es así. Casi pasas más tiempo rellenando formularios que disfrutando del servicio. Lo pondré en el cuestionario. Burocracia..., pero bueno, al menos es gratis.

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Un telón rígido se eleva y una chica semidesnuda sonríe mientras señala a sus amiguitos: un perrito, una serpiente y un pony. Pinta bien, me digo, y me pongo a lo mío.

Dios, un cachondo

Si hice esto fue por ayudar, no por sentirme mejor. De hecho ahora me siento fatal. En mi parroquia he procurado ser un buen sacerdote. He hecho el bien, o al menos lo he intentado. Los globos me mantienen vivo, el viento me lleva hacia la muerte. Dios me espera. Mi momento ha terminado, así lo ha decidido. Así debo morir. Colgado de unos globos, sobre el océano Atlántico. Seguramente saldré en las noticias. Buscarán mi cuerpo. Probablemente no lo encuentren. Quizá vean los globos sobre el agua. Mi cuerpo ya no estará. Así ha sido decidido. Seré el cura de los globos. Así se me recordará. El cura que murió por colgarse de mil globos de colores. Será un bonito recuerdo... será un bonito recuerdo, y ridículo... Dios tiene sentido del humor, sí. Hasta ahora no se lo había visto nunca. Ahora sí, sí señor, sí. Es un cachondo allá donde esté. Cuando lo vea, porque pienso verlo, se lo diré en la cara, con todo el respeto, pero se lo diré en la cara... ¡Cachondo, que eres un cachondo!

Momentos laborales del día

Un cliente borracho casado con una rusa,
Otro que me ha dicho que quien le vendió el tema iba hasta arriba de porros,
Una señora que se cree que internet va dentro del router y te lo puedes llevar allá donde vayas,
Un tartamudo al que le he ido terminando las frases, para joder, claro,
Una señora casi centenaria que quería darse de baja y que casi no recordaba su nombre,
Una madre que ha descubierto que su hijo o esposo no para de llamar a un 806,
Una señora que me ha llorado por no tener internet...

Y hoy ha sido un buen día.

Batallitas de policía

-Anda, Javi, cuéntanos uno de tus casos más emocionantes.
-Sí, Javi, porfi.
-Vale, venga. Todo empezó por el aviso de un confidente. Al parecer en una casa de las afueras estaba sucediendo algo bastante irregular. Llegamos allí con el coche-patrulla. Después de tocar al timbre varias veces, nos pusimos serios y golpeamos la puerta hasta que se vino abajo. Dentro todo parecía normal. Como siempre en estos casos. Quité el seguro del arma y me dirigí al pasillo. Mi compañero cubrió la cocina. Nada en la cocina, me gritó. Nada en el salón, le dije yo. Nada en el baño, dijo él. Estará arriba, pensamos los dos, y subimos. Después de dos dormitorios vacíos, lo encontramos en el tercero. ¡Sal de ahí, sabemos que estás debajo de la cama!, le grité. Tras unos segundos de indecisión, el niño salió de su escondite con la bolsa de pipas en la mano. Anda, niño, dame eso... ¿es que no te ha dicho nadie que las pipas extriñen? Se puso a llorar. No te pongas tonto, anda, y pórtate bien. Le leímos sus derechos, lo esposamos y a comisaría. La pipas, claro, fueron confiscadas.
-Mmm.

Un gran vacío

Me he despertado y el culo me había hecho ventosa con el colchón, y estoy indignado, porque la señora que me lo vendió me dijo que transpiraba y al parecer es totalmente impermeable. He llamado al trabajo para contar que me había puesto malo y he gritado un rato, no para pedir ayuda, qué va, ha sido por simple desesperación. Después de un esfuerzo inútil por contenerme me he meado encima y he comprobado que efectivamente el colchón es impermeable. ¿Alguna vez os habéis preguntado qué se siente cuando tienes el ojete abierto y no lo puedes cerrar porque se te ha pegado al colchón? Yo tampoco, pero ya sé que se siente. Es una mierda. Después de una hora he puesto la radio para distraerme. Al poco me he fijado en su antena y he puesto en práctica lo que se os está ocurriendo a vosotros. Lo que viene después está de más explicarlo.

Fin.

Puuuuulp Fiction

Aquellos tiempos

-Cuando se cortó la corriente el metro se detuvo para siempre. Eso lo sé ahora porque ya está en los libros de historia, no porque estuviera allí. Mi padre se quedó encerrado en uno de los vagones y como casi todos pensó que era una avería temporal. Como aquello no se arreglaba, me contó, forzaron las puertas y recorrieron los túneles a tientas hasta llegar a la estación más cercana. Al salir a la superficie pudieron ver qué es lo que había pasado. Vosotros lo sabéis. Para vosotros, niños, es algo del pasado, algo asumido, algo con lo que convivís día a día. Para los que todavía recordamos aquellos tiempos la pérdida todavía nos duele...
-Profesor, perdone... es que son las cinco según el reloj de sol... ¿Podemos irnos ya a casa?
-Claro, niños, que se me va el santo al cielo cuando me pongo a recordar aquellos tiempos. No olvidéis hacer vuestros deberes. Mañana os explicaré cómo nos comunicábamos usando ordenadores.
-¿Ordenadores? ¿Eso es como el ábaco, profe?
-Algo así, Luis, algo así. Venga, hasta mañana.

La escalera

Hubo una vez un hombre que trepó por una escalera de mano, de las que se usan para subir a un tejado, de las que usan los payasos para hacer reír con sus torpezas... una escalera de mano, vamos, una escalera.

Hubo una vez un hombre que trepó por una de estas escaleras de mano, sin más intención que subir, simplemente subir. La apoyó en el suelo y comenzó a subir. Qué estupidez, claro, visto desde nuestra perspectiva, pero la verdad es que en ese momento nadie lo vio así. Todos miraron embobados cómo subía, como quien ve por primera vez el océano, un agujero negro o la magia de la levadura en el pastel. Siguieron el ascenso del hombre, quizá envidiosos, quizá asustados, durante horas, hasta que llegó al último escalón y desapareció por entre las nubes. Los que allí se encontraban esperaron quietos durante unos segundos, temiendo que en cualquier momento la escalera se viniera abajo. Entonces, los más osados se acercaron y la tocaron: la escalera permanecía de pie, vertical, apoyada sobre el suelo, firme, como si ella misma pudiera aguantar el peso de todo el cielo. Poco a poco muchos más quisieron comprobar aquel maravilloso artefacto y se acercaron a tocarlo, y sin que nadie mediara más palabra comenzaron a subir como antes había hecho el que creían dueño de la escalera hasta que todos fueron desapareciendo uno tras otro por entre las nubes.

En fin, Pilarín

Estuve fuera unos días. Es por eso el silencio en este blog. Sin noticias de mí. Ni yo las tenía.

No estaba planeado. Estas cosas suceden y nada puedes hacer. Te lo puedes tomar mejor o peor, pero nada más. Y el pataleo. Ahora he vuelto y si hay ganas y algo que escupir, aquí estaremos.

Allí se quedaron algunos pegando los trozos como mejor pueden. Aquí se hace lo que se puede.

...

En fin, Pilarín, se me quedó el adiós en el bolsillo y todavía me pesa.
Te lo dejo aquí para que lo leas cuando quieras.

Mi caja del tiempo

Encontré mi caja del tiempo. La hice con mi hermano cuando éramos chicos. Él tenía siete y yo once. Cogimos una caja metálica que mi madre usaba para la costura y en ella pusimos lo que a nosotros nos pareció importante. Ahora miro su contenido y sólo reconozco algunas cosas. He olvidado el resto y me da penilla porque quizá eso significa que parte de mi pasado ya no está. O quizá eran cosas de mi hermano y por eso no las identifico. A saber. Recuerdo que durante varias semanas mamá intentó sonsacarnos dónde habíamos puesto su caja pero no lo consiguió. Le gustaba mucho esa lata. Eso me ha dicho cuando se lo he contado. Tenía dibujadas unas chinas, como geishas, en rojo, sobre el un fondo negro. Por lo visto se la regaló su madre, mi abuela. Podría haber estado oculta para siempre pero la hemos encontrado al mover el armario grande del salón para pintar la pared. Aquí detallo lo que he encontrado en la caja:

-Dos canicas, un "peto" blanco y una cristalina con el corazón azul y amarillo.
-Una baraja de cartas de motos, con los datos de los distintos modelos: velocidad, peso, marca y demás.
-Una goma elástica de las normales, marroncillo sucio.
-Varias pegatinas de verduras, de las que llevan pegadas, la marca. De chicos las coleccionábamos e intercambiábamos con los demás del colegio. Cosas del campo.
-Un trompo sin punta ni cuerda. Ese lo recuerdo bien. Era el que ponía cuando le iba a tirar uno de los que tiraban a romper.
-Una chapa de Butragueño. Chapa de metal con plastilina en el fondo, la cara del Buitre encima y una capa de cristal cortada por mi padre. Muy profesional.
-Un tazo.
-Un cacharro con un mono subido, de esos que pulsas y se pone a dar vueltas.
-Varias pegatinas "V" y dos cromos de "Dragones y Mazmorras": uno del arquero y del amo del calabozo.
-Varias monedas de cinco duros, de duro y pesetas.
-Dos dientes de leche.

La caja se la he devuelto a mi madre. Con las cosas no sé qué hacer.

La hija del polígamo

Tengo cuatro madres,
un padre
y dieciocho hermanos y hermanas,
y es guay,
porque siempre que grito mamá hay una cerca
y todas me dan caramelos porque no saben que otra de mis mamás ya me los dio antes
y nunca falta nadie cuando quiero jugar.

Gañán

Adrián se llama así por su abuelo, y éste por el suyo, y así ha sido hasta el primer Adrián, que fue un curtidor toledano que murió dicen las malas lenguas que de morbo gálico allá por el XVII. ¿Se encontraría el ultraretroabuelo* de Adrián en una situación similar a la que su ultrametanieto* está viviendo en estos momentos? Es lo que se pregunta Adrián justo cuando el médico le introduce la sonda por el tracto urinario. Supone que no, que por aquellos tiempos esto tenía mala solución o ninguna, como le sucedió a aquel Adrián del pasado. Claro que la cura de ahora no es que sea para ponerse a cantar de alegría.

-Definitivamente lo tiene usted regulero, Adrián.
-¿Regulero? Vaya -No había escuchado ese término médico con anterioridad pero no quiso pasar por inculto.
-Sí, amigo tunante, se le va a quedar enjuto, como poco.
-¿Enjuto? -Adrián cada vez comprendía menos.
-Enjutico perdío, Adrián. Ya no será usted el pataliebre que ha sido siempre, eso se lo aseguro.
Adrián sonrió sin saber si el doctor le estaba hablando en serio o no.
-¿Se ríe? Pues no debería. La vida para usted dejará de ser chanante, se lo aseguro. Verá, amigo, tendremos que amputar.
-¿Amputar? -Era lo primero que Adrián comprendía perfectamente. Amputar. Eso significaba que se la iban a cortar.
-Amputar, sí señor. El doctor Marlo se encargará de todo.
-Pero doctor Vázquez...
-Llámeme Vicentín, Adrián, que le acabo de meter un hierro por sus partes y eso digo yo que da cierta confianza...
-Emm, claro, Vicentín, ¿podría tener una segunda opinión? No es que desconfíe de su profesionalidad, pero antes de am... amputar me gustaría ver si existe otra opción.
-Claro claro, Adrián. Le voy a dar una segunda opinión: hay que amputar, y a ser posible ahora. Espere, que llamo al doctor para que venga con el material, que ya que estamos puestos, nos lo quitamos de encima en un periquete.
El doctor Marlo aparece en la habitación con un serrucho. Sonríe a Adrián y al doctor Vázquez y enseña sus dientes amarillentos y con algún resto de bocata de chorizo.
-Aquí estoy, amigos. A ver, traiga que se la corto y me la llevo puesta...
El doctor acerca el serrucho a la entrepierna de Adrián. Adrián grita.

Adrián está recostado en su sillón. Despierta confuso. Mira a todas partes y se lleva la mano a la entrepierna en un gesto instintivo. En la tele se ve el menú del dvd con los mejores programas de Muchachada Nui. Ha visto unos cuantos antes de caer rendido. Se calma y sonríe: ¡será gañán!

* por no poner demasiados tátaras delante.