Universos paralelos

En mis viajes por los universos paralelos he visto de todo y me he sorprendido con infinitas cosas. Ahora, lo más fuerte fue aquella vez que al entrar en uno, una sartén con los ojos pintados me dijo con voz melodiosa pero firme que saliera y volviera a entrar, eso sí, "llamando antes a la puerta, jovencito."

Picor (X)

Agarré el pomo de la puerta con unas manos que no eran mías. Fue lo primero que sentí real, un recuerdo cercano que ya daba por perdido, el frío metal contra la piel fría y húmeda. La puerta estaba cerrada. Me sentí contrariado, torpe. Todavía no era yo. Al poco comprendí lo estúpido de la situación. Era normal y lógico que la puerta estuviera cerrada. Era de noche. La calle estaba vacía, como el cementerio dejado atrás. Ella dormiría. Tardé horas en despertar, en recordar, en recordarme. Luego había rascado, había golpeado, arañado, ¿gritado? No, gritado no. Mi voz seguía muerta, la garganta reseca, tenía tierra húmeda en el pelo, en la ropa que no recordaba mía, en la boca anquilosada. Había caminado después de recordar cómo hacerlo, después de caer, de querer llorar, de seguir recordando. Entonces volvió el odio y busqué la casa como el perro perdido que siempre encuentra el camino de vuelta. Caminé lo que me pareció una eternidad. Recordé la sala de espera, la escalera rota, mi turno. Rompí el cristal de la ventana con aquella mano medio muerta y conseguí entrar. Era el salón. Había flores en una mesa, vasos medio llenos de licor, restos de una fiesta, quizá de la mía, de mi despedida. Tras un momento de duda, me arrastré hacia el dormitorio.

Apuntes para "Memorias de un pistolero"

-Comprar balas.
-Revisar cañón de 9 mm.
-Patatas para freír, huevos, jamón y ariel.

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Me llevé la mano al revólver con la intención de disparar a aquel imbécil pero a medio camino cambié de idea y pensé que quizá yo no era quién para quitarle la vida a alguien y bla bla bla, pero me interrupió la reflexión con un "qué, ¿te achantas?" y con las mismas le hice un boquete muy profesional entre ceja y ceja, que a mí nadie me vacila, y allí se quedó el perla.

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La vida de un pistolero es chunga por donde se mire. Y no digo ya por los riesgos laborales que se presuponen propios de este trabajo. Es la soledad del asesino. Sobre todo cuando te mandan hacer de fracotirador, que os juro que es lo más aburrido que te puedes echar a la cara. Hasta diez horas he estado asomado a una ventana hasta que el blanco de turno ha aparecido para ponerse delante de mi punto de mira. Y no es que te puedas poner a hacer sudokus para pasar el rato, que como se te escape el gachó se te cae el pelo. Y ya son muchos años. La espalda ya no me aguanta, y mira que voy al gimnasio cuando tengo tiempo. A estas alturas de mi vida, prefiero el cara a cara, que es rápido y limpio. Llego, disparo y me voy, sin preliminares.

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En mi vida ha habido muchos amores, para qué negarlo. Y no es que sea guapo, pero llevar un par de pistolas encima te da un empaque que ni un Armani. Cuando entro en un local todas se vuelven, y es normal, mi mirada es firme y ando como sólo yo puedo. Me como el mundo y ellas lo saben. Claro que por mi trabajo muchas son sólo mujeres de una noche. El único verdadero amor que he tenido se llamaba Sylvie. Era francesa y no se depilaba los sobacos. Me dio tanta confianza que le confesé mi profesión y lo aceptó. Me siguió en mis trabajos. Incluso me ayudaba a planearlos y me preparaba unos desayunos increíbles. Se puede decir que fui feliz durante los seis meses que convivimos. El día que la pillé follando con el botones del hotel donde parábamos y me la cargué se me quitó la tontería, y hasta ahora.

La cúpula del Reichstag

El vídeo es un coñazo, pero quien quiera ver bien la cúpula del Reichstag lo puede aprovechar...

La vida de uno

Uno confía en su suerte y a veces la suerte le coge a uno por detrás y le raja el culo, sin miramientos, y luego se va y uno se queda tirado en el suelo sin saber muy bien qué ha pasado pero, me cago en dios, le dan a uno ganas de matar a alguien o algo peor. La suerte no siempre es buena, decía mi abuelo, y él lo sabía muy bien, que mala vida le había tocado, y más de una que se había llevado por delante en aquellos tiempos de antes en los que la vida, la de uno, era la que valía, y la de los demás que se la guarden como puedan. Ya no es como antes, me decía. Ahora es distinto, digo yo, que es lo mismo pero con menos nostalgia, porque uno es joven y no tiene recuerdos de los tiempos del abuelo. No hay nada que echar de menos, o sí. Echo de menos no estar cuando todo vaya mejor.

De feria por Málaga


Cuando uno no está por aquí es que está en otro lado. Ayer en Málaga. Mañana toca Berlín. Nos vemos pronto. O no.

Me mudo

En mi barrio si miras a alguien durante más de dos segundos te llevas una hostia seguro. Como mínimo una. Es por eso llevo un tiempo buscando la forma de irme a otro. No pido mucho, la verdad, sólo que sea algo menos estresante. Y que me deje llegar a viejo.

Anoche pude dormir. Los de abajo no montaron fiesta, los de arriba no se pusieron a mover los muebles porque sí, los de al lado no se pelearon y en la calle las putas tuvieron mucho trabajo, se ve, porque casi no hubo discusiones sobre quién la chupa de vicio, quién las tiene mejor puestas a pesar de los años o cuál de ellas está cobrando menos de lo acordado por un completo. A pesar de que me he aprendido que en todos lados cuecen hablas y que hasta en el mundo del putiferio se da la competencia desleal, suelo preferir dormir a no hacerlo.

Anoche, como decía, pude dormir. Así es que esta mañana, fresco como una lechuga, he visto tres posibles pisos en dos barrios bastante decentes. Los dos primeros estaban en el centro de la ciudad. Me han sorprendido gratamente ya que esperaba algo mucho peor después de consultar a amigos que ya habían pasado por este proceso.

El primero me entró por los ojos muy rápidamente. Y tanto. El piso consistía en: una puerta para entrar y una habitación para vivir. En el interior todo estaba muy bien organizado: su ventanuco perfectamente colocado sobre la salida de humos del vecino de abajo, su cocina de dos fuegos empotrada en un ¿armario? al lado del retrete, y a dos metros de la cama nido (de chinches). "Un lujo de piso en pleno centro de la ciudad, con todo a mano, bien comunicado y a precio de ganga". Efectivamente, el anuncio no mentía. Sobre todo en lo de bien comunicado, porque si quieres hablar con cualquier vecino del edificio sólo tienes que asomar la cabeza por el ventanuco, y si no, da igual, porque ya se encargan ellos de hablar lo suficientemente alto como para que puedas oírlos a través de esos tabiques ausonia, por lo finos, claro. Y barato era, para su puta madre.

Muy cerca de allí estaba el segundo piso. Cuando vi este estuve a punto de llamar a todos mis amigos para que vinieran a verlo. El piso era bastante decente. Salón, dormitorio, baño, cocina, internet, microondas, garaje, piscina, jacuzzi, terraza de cuarenta metros, boca de metro a dos minutos... Corrijo. El piso era un lujazo de piso. Casi lloro de alegría al verlo. Y de precio, increíblemente barato. Entonces llegaron los peros. El alquiler incluía gratis el cuidado y mantenimiento de un anciano senil, dueño al parecer de aquel paraíso terrenal. El hombre se veía solo y algo inútil y había pensado que quizá alguien querría ocuparse de él a cambio de aquel alquiler de ensueño. Estuve apunto de quitarle el andador para que se partiera la cadera.

Con mis ilusiones rotas me dirigí al tercer piso. Al momento supe que allí iba a haber hostias por quedárselo. Junto a la puerta esperaban unas diez personas. Nos habían citado a todos allí para enseñar y subastar el alquiler. Había una pareja, dos grupos de amigos y una señora muy rara vestida de sacerdotisa tántrica con una luna tatuada de henna en la frente y con un bastón de peregrino o algo así. Los grupos hablaban entre sí, sin cruzar ni media con sus futuros competidores. La señora flipada hablaba sola, supongo que para no ser menos que los demás. Al poco llegó el dueño del piso. Echó un vistazo al grupo de candidatos, saludó con un gesto rápido y abrió la puerta del piso. Bien, dijo, este es el piso, y nos lo enseñó. La verdad es que estaba bastante bien. Era un piso perfecto para mí. También para los demás, por lo que oí. Después de responder a algunas preguntas, el dueño sacó el tema del alquiler. 600 euros es el precio, dijo, gastos aparte, una ganga, pensé yo, pero sabía que sólo sería el precio de salida. Los grupos discutieron en voz baja. La loca de la luna en la frente metió la mano en su bolso de estrellitas pegadas. Por un momento pensé que iba a sacar una pistola para quitarse competencia. Luego pensé que no, que allí tendría una bola de cristal portátil y se disponía a adivinar si podría quedarse con el piso. Sacó un cigarrillo y lo encendió. Los primeros en hablar fueron los que parecían una parejita. Nosotros estamos dispuestos a pagar 800. Murmullo, comentarios al oído, calada de la bruja Lola. Me parece un buen precio, dijo el casero. 900, cantó uno de los grupitos. A 950 subió el segundo grupo sin dar tiempo a pensar nada. Bien, apuntó el dueño, eso me parece incluso mejor. Yo no podía pasar de 1000 así es que dije mi puja máxima en espera de que la señora mística se retirara. Durante unos segundos todos reflexionamos. Por algún comentario captado con mi fino oído supe que más de uno estaba dispuesto a subir mi oferta. Entonces oí en mi mente una voz que me decía "ofreczo 1200 y lo compartimos". Era ella, la meiga flipada, que ahora resultaba ser telépata. Joder, pensé, y luego me di cuenta de que ella me estaría oyendo con sus poderes selenitas. Qué carajo, pensé, vale. Entonces la tía dijo 1200 y el piso fue suyo. Nuestro, en realidad.

Mañana me mudo con la bruja a nuestro nuevo piso. Deseadme suerte (he comprado un par de ristras de ajos, por si sirven de algo).

El café de la mañana

Dudó que fuera todavía de noche. Lo dudó porque según sus cálculos la última copa, la que le había llevado a olvidarse del mundo, no había caído antes de las cuatro de la mañana, y ahora, arramblado sobre la cama (¿de quién?), se encontraba extraña y totalmente despierto, en un estado de consciencia nada propio de una mañana de resaca. ¿Diez, doce horas de sueño? Abrió los ojos todo lo que pudo, en busca de cualquier pizca de luz que se escapase por alguna rendija en aquel lugar. Pura oscuridad y café. Olor a café recién hecho. No estaba solo. Hola, pensó decir, y lo intentó pero estaba totalmente afónico. Buscó el borde de la cama con los pies e intentó incorporase. Al pisar el suelo confirmó que no estaba en su casa. Estaba frío. Él tenía parqué. Siguió el olor del café procurando no golpear nada. Pared. Pared. Pared. La puerta. El pomo. Giró. Cerrada. ¿Cerrada? Golpeó la puerta un par de veces con los nudillos, con educación. Esperó una respuesta. Volvió a golpear, ahora con el puño. Quería gritar pero estaba mudo. Puso la oreja en la puerta. Una cucharilla removiendo el azúcar en el café.

Reunión mítica

Año y medio después, volví a ver a Dianita. Claro que lo de Yami es más grave, porque habían pasado tres años. Elenita tres cuartos de lo mismo. El guapo soy yo.

Conquistando

Como un día me explicó una amiga, engordar es una forma como otra cualquiera de conquistar el mundo. Conquistémoslo pues.

Picor (IX)

Al abrir la puerta espero un quejido, cierta resistencia, pero, a pesar del tamaño, se abren con suavidad, livianas, y dejan a la vista un sencillo dormitorio. Las ventanas están cerradas. Las persianas, bajadas totalmente. Las tupidas cortinas cubren toda la pared. Tomo aire antes de entrar en aquella habitación que huele a tanatorio y con un par de pasos temerosos me sitúo a pocos metros de la cama. Sobre ella, un bulto medio tapado resulta ser el origen del ronquido que ya se oía desde el pasillo. Cuento hasta tres y le hablo.

-Señor... -La voz me sale rota, con un gallo que se me atraviesa. Carraspeo y lo vuelvo a intentar, esta vez con más fuerza.- Señor, necesitamos que nos ayude.
-Mmm. -El bulto no se mueve pero se detiene el ronquido. Espero unos segundos.
-Señor... disculpe... -¿Debería tocarle el hombro para hacerme notar? Me acerco y ahora la espalda desnuda está tan sólo a medio metro. Acerco la mano temblorosa pero la respuesta me hace retroceder.
-Mmm, déjame... mmm, déjame en paz. -Su enorme cuerpo se empieza a mover, con fastidio. Al menos ya está medio despierto.
-Señor, verá, es una emergencia. Si no lo fuera no se me ocurriría molestarle, pero esta vez lo es. -Cierro los ojos esperando lo peor. Todavía recuerdo la vez anterior. Aún me quedan marcas en el brazo y un ligero pitido en el oído derecho.
-Mmm... joder, hostias, qué pasa, ¿es que no voy a poder dormir tranquilo? ¡Vete, joder! -Se revuelve y medio se incorpora buscando el culpable que habrá de pagar por sacarlo de su sueño. Aprovecho que me encuentra con la mirada para resumirle la situación.
-Señor, lamento despertarle de su siesta. Ya sé que si dura menos de dos mil años no le sienta bien, pero es que tenemos una situación extrema, señor. Es una huelga general... señor.
-¿Una qué? ¿Qué diablos es una huelga general? -Parece que ya está despierto del todo porque echa mano de la lámpara de la mesita de noche. Durante una décima de segundo creo que me la va a tirar pero al final sólo la enciende. Intento no sonreír al verle la cara marcada por las sábanas.
-Señor, todas las áreas han cesado en su labor. Han dejado de... trabajar, señor. Piden mejores condiciones laborales, ya sabe, mejores horarios, turnos, vacaciones... Llevamos tres horas así y el primer efecto ya se está notando en la entrada de los nuevos, señor. Verá, los están mandando de vuelta... -Ahora es cuando vendrá la reacción, ahora es cuando debería salir corriendo, pero espero. El Creador parece pensar unos segundos, se rasca la cabeza y se destapa.
-Bien. Prepárame un baño y tráeme ropa limpia. Ah, y ya sabes qué me gusta comer después de la siesta. Dentro de una hora los quiero a todos en la sala de reuniones.
-Muchas gracias, señor. En seguida está todo listo. -Gracias por no pagarlo conmigo. Salgo como un tiro de allí hacia la cocina. No sé si queda helado con pasas.

Silencios

Despertar y mantener el silencio. Como monje curtido en el voto, callar y callar. Hay razones, las hay, pero es difícil explicar a un niño por qué ha de estar en silencio. ¿Qué es el silencio para un niño? Quizá no sea nada. Un concepto imposible, si acaso. Pero hay que guardar silencio como quien guarda una virginidad celosamente, más por miedo a la represalia que por un deseo real de protegerla. Niño, calla, que tu padre está durmiendo, que anoche llegó muy tarde. La tele flojita, casi no se oye, mamá. Y hay un hermano. El silencio entonces es pura utopía. Hay gritos, peleas, carreras. ¿Silencio? ¡Niños, callad, que vuestro padre se va a despertar! Los niños todavía no lo saben pero es ella la que lo pasa peor. El padre se despertará enfadado, seguro. Con ella, por no conseguir el silencio deseado. Con ellos, por ser niños. Será un día tenso, de miradas cruzadas y silencios. Silencios de los otros. Será un mal día.

Un lado menos

Me duele el cuello desde hace semanas. Tengo una contractura, creo, o varias, y no puedo mirar a la derecha sin girar todo el cuerpo. Llegado cierto punto ataca el dolor, mi cuello dice basta, y si dice que no es que no. Durante días he cedido cada vez, y como un robot cutre me vuelto todo, para ver, para mirar, para hablar, y en cada ocasión me he forzado a prometer una pronta solución que me saque de este infierno insoportable.

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Es ridículo verme así de tieso así es que después de diez días me he rendido, y cuando me viene algo por el lado prohibido, paso. Aparto la curiosidad de mí con un gesto anquilosado, de atrofiado torticuloso, y sigo adelante. Lo que hay a mi derecha, a efectos prácticos, no existe, no importa, no es. Me hablan por ese lado y como si fuera sordo. Se acabó el lado derecho.

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Realmente reducir el mundo a tres lados lo hace más manejable. Todo es más sencillo. Un lado menos que tener en cuenta. Claro que esta decisión ha provocado algunos cambios en mi vida. He perdido a la mitad de mis amigos. Esto, que podría ser algo triste, ha resultado bien porque por la derecha siempre me venían los más odiosos (al final no eran tan amigos...). Y me han atropellado dos motos, una de ellas de Telepizza, que se disculpó con una cuatro quesos calentita que estaba para chuparse los dedos. En general el balance es positivo. Así es que ahí va mi consejo: amputaos un lado, mola mazo.

Demasiado lejos

Hay respuestas que están tan lejos que ni con un supertelescopio podríamos siquiera intuirlas. Y detrás hay más preguntas, acechando.