El café de la mañana
Dudó que fuera todavía de noche. Lo dudó porque según sus cálculos la última copa, la que le había llevado a olvidarse del mundo, no había caído antes de las cuatro de la mañana, y ahora, arramblado sobre la cama (¿de quién?), se encontraba extraña y totalmente despierto, en un estado de consciencia nada propio de una mañana de resaca. ¿Diez, doce horas de sueño? Abrió los ojos todo lo que pudo, en busca de cualquier pizca de luz que se escapase por alguna rendija en aquel lugar. Pura oscuridad y café. Olor a café recién hecho. No estaba solo. Hola, pensó decir, y lo intentó pero estaba totalmente afónico. Buscó el borde de la cama con los pies e intentó incorporase. Al pisar el suelo confirmó que no estaba en su casa. Estaba frío. Él tenía parqué. Siguió el olor del café procurando no golpear nada. Pared. Pared. Pared. La puerta. El pomo. Giró. Cerrada. ¿Cerrada? Golpeó la puerta un par de veces con los nudillos, con educación. Esperó una respuesta. Volvió a golpear, ahora con el puño. Quería gritar pero estaba mudo. Puso la oreja en la puerta. Una cucharilla removiendo el azúcar en el café.
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2 comentarios:
Joder. Qué bueno. Buenísimo, es más. Éste es de los que se lleva un primer premio en un concurso de microrrelatos, o como se llamen.
Jajaja, gracias, friend. Primer Premio LapoMental 2007 adjudicado, y el segundo, pos también. :D
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