La TDT y la derrota parcial

Me he comprado un cacharro para la TDT. Lo sé, donde antes dije digo..., pero creo que dejar de golpe la tele puede ser contraproducente, y lo digo desde el punto de vista de mi psique. Son más de treinta años acompañado por la televisión y de un día para otro, si siguiera los pasos de mi reflexión anterior, dejar de verla ahí... no sé, creo que no podría sobrellevarlo. Sí, soy un cobarde y tengo miedo al síndrome de abstinencia. Pero joder, ¡soy humano! y a veces necesito ver unos cuantos anuncios y zapear por canales que nunca veo con la única intención de recordar por qué no los veo, y ponerla de fondo como si fuera la susurrante banda sonora de mi vida...

No obstante, y para no caer del todo en la trampa de la TDT, el cacharro me lo he comprado en un cash-converter, o sea, que es de segunda mano y por ello más barato, y funciona igual.

Como extra en este lapo reflexivo y como parte de mi lucha más bien pasiva e infructuosa contra la TDT, os suelto aquí este gran momento chanante:


La TDT y el giro dramático

La TDT me deja sin tele el día 10 de enero y yo sin cacharro de esos que te permiten verla. Lo sé, no es el fin del mundo. Sólo tengo que ir a una tienda y comprarlo. Pero no sé... me lo estoy pensando. No es que me dé pereza ir a pillarlo, que también, o que piense que esto será como el efecto 2000 y realmente todo seguirá igual después del fatídico día. No es eso. Es simplemente que me paro a pensar y pensar y pensar y mira, me planteo que quizá esto sea una señal (además de digital), una de las que te cambian la vida. Quizá haya llegado el momento que a toda persona le llega alguna vez y que casi todo el mundo ignora. Quizá, sí, quizá, es el momento de pasar de la tele de una vez por todas y para siempre.

Ahí lo dejo.

Ya si eso otro día vemos qué pasa o deja de pasar.

En extinción

No me extraña que pasen las cosas que pasan. Leo en la prensa y no me lo creo (pero sí, en el fondo no me extraña) que las redes sociales también están enredando a los vampiros y, quién lo iba a decir, están siendo su perdición (aquéllas de éstos). Ya sabíamos del ajo, las estacas de madera, la luz del sol, los crucifijos y los peta-zetas (esto no es tan conocido pero también puede con ellos), y ahora llega el Facebook, el Tuenti y demás redes para acabar con la inmortalidad vampírica.

Al parecer, lo que para algunos humanos se está convirtiendo en un hobby para los vampiros es una adicción más fuerte incluso que su necesidad de sangre, lo que está provocando que cada vampiro que se da de alta en una de estas redes irremediablemente acabe muerto (otra vez y definitivamente) por inanición. Es tal el enganche que produce en estos seres que la Sed, esa alarma que les avisa de que tienen que ingerir sangre o perderán su no-vida, deja de funcionar y, sin darse cuenta, caen redondos sobre su teclado.

Este nuevo punto débil de los vampiros está acabando con ellos. Para más inri, los humanos, que se han dado cuenta pronto de ello, llevan siempre el móvil conectado con su red favorita y en cuanto ven unos colmillos en actitud chupesca apuntan al atacante con el logo feisbuquiano o similar y los sedientos chupasangres quedan completamente atontados.

La Sociedad Española de Estudios sobre Vampiros ha presentado una protesta ante los distintos gobiernos para que las redes sociales adviertan a sus usuarios en todo momento de los efectos que pueden tener en su salud, haciendo especial hincapié en su toxicidad letal en la especie vampírica. Asimismo quiere prohibir el acceso a estas redes mediante telefonía móvil ya que considera que el uso como arma contra-vampiros está provocando la extinción de estos seres mitológicos de mala manera.

Personalmente y para poner mi pequeño grano de arena por la causa vampírica he decidido dejarme chupar las veces que sean necesarias hasta que se estabilice la población de vampiros.

He dicho.

Convictos

Javier, alias el Descuartizador, pidió en la biblioteca el último libro de Pérez Reverte. Procuraba pedir los últimos en llegar ya que todavía olían a nuevo, y a libre, como decía él. Con el tiempo algunas hojas se perdían y la historia perdía sentido. Este libro no sólo le haría pasar unos días desconectado de su mundo enrejado; también le haría pensar, y no por las palabras del autor, sino por la anotación que un preso había dejado al margen:

"La vida en la cárcel te cambia por completo. Ese que fuiste ya no está. Quizá murió, quizá vaga por las calles, perdido. Y aunque mantienes su rostro, sus formas, sus recuerdos, ahora eres otro y según te vaya aquí dentro podrás salir más fuerte, las menos veces, o destruido para siempre, como fue mi caso. Quien fuiste ya no importa. Las decisiones que tomes de ahora en adelante conformarán quién quieres ser."

Javier repasaba esas palabras, que ya sabía de memoria, y la firma del autor "M.S.", a quien esperaba conocer algún día. Quizá cuando llegara la libertad condicional en unos pocos años, quién sabe, y compartir con ese sabio e inspirador desconocido sus historias carcelarias, su pasado común, de años sin vida en prisión, quizá hasta ser amigos.

Esto mismo fue lo que le dijo al juez cuando se revisó su condena mucho tiempo después. A él le enseñó el libro y las palabras manuscritas del autor desconocido y se sinceró como nunca había hecho antes. El juez no pudo evitar conmoverse y preguntó a su ayudante por el misterioso "M.S." El ayudante se acercó al juez y le susurró al oído: "ya lo hemos investigado, señoría, el tal M.S., por las fechas de adquisición del libro y los presos de aquellos días sólo puede ser una persona: el autor Marco Salieri, detenido por escándalo público y otros delitos menores." "¿Y cuánto estuvo en prisión?", preguntó por lo bajo el juez. "Una semana, señoría", le contestó su ayudante. "¡¿Una semana?!, y cómo le digo yo a este..." masculló el juez. Entonces miró a Javier, quien llevaba un rato conteniendo las lágrimas, y tras dudar unos segundos sentenció: "Javier, no sabemos quién es ese M.S. y no hemos encontrado nada que nos sirva para localizarlo. Me temo que será imposible que conozca alguna vez a esta persona. No obstante, por su buena conducta y por lo dicho en esta sala, le concedo el tercer grado penitenciario."

Al otro lado

Cuando Platón hablaba de su caverna y de las sombras, ese mundo deformado que vemos y creemos real pero que tan sólo es un eco de lo verdadero, parece que estuviera pensando en mis vecinos.

No los conozco. Apenas los veo. Pero los oigo. Porque están al otro lado. De la pared. (Sirva este párrafo para la publicidad de la próxima película americana remake de una japonesa de miedo en la que me juego el cuello a que sale un niño con la cara pintada de blanco que da mucho mucho miedo.)

Con el tiempo he aprendido muchas cosas de ellos. Lo que a cualquier profano en el tema le pueden parecer ruidos inconexos y vacíos de contenido para mí es información valiosísima. Un golpe en el suelo, un grito, un portazo, el motor de un coche o el llanto de un niño se van hilando hasta conformar el tapiz algo pixelado de la vida de mis vecinos.

Ellos son dos, aunque a veces son más. Son marido y mujer, y rondan la cincuentena, por arriba o por abajo, y a veces tiene a una hija y a la hija de su hija, la nieta. He decidido que sea niña aleatoriamente, por no asexuarla. A esas edades no distingo mucho por el llanto. Un bebé llora igual tenga o no tenga pilila. Y este llora que da gusto. Por suerte no siempre está. Llega para pasar el fin de semana y luego se va por donde ha venido.

El motor del coche suena al rato de cerrarse la verja de la casa. Siempre a la misma hora. El hombre trabaja, o bien decide irse todos los días a la misma hora de casa por instinto rutinario, quizá, o por dar cierta imagen de normalidad al vecindario. Quizá coge el coche para dar una vuelta y dar sentido al hecho de tener un coche. No sé. Los ruidos informan, pero no tanto.

Tienen mucho frío y siempre tienen encendida la calefacción. No, no me meto en su casa para comprobarlo. Simplemente es que a todas horas se oye el motor de la calefa de gasóleo que, como el mío, estará en el garaje.

La mujer es silenciosa y el hombre se tinta el pelo. Lo segundo lo sé porque lo he visto. No mientras se lo tinta, claro, pero es que ese pelazo negro zaíno no puede ser real. Por eso paso las mañanas dudando cartesianamente si es tinte o peluquín. Un día le preguntaré o le tiraré del pelo. Paso de rebuscar en su basura a ver si encuentro el cartoncico usado de su Just For Men. Uno tiene su reputación.

Tienen perros o una grabación que simula los distintos ladridos, gemidos y aullidos de un par de perros. A veces tienen conversaciones, sus perros, con otros perros de fuera del barrio, casi siempre de noche. Imagino entonces lo pueden significar sus ladridos: "hola", "hola", "qué tal", "bien, yo fuera", "yo dentro, estoy en una casa, mis dueños me dan de comer", "ah, yo soy un pobre perro callejero, hambriento pero libre", "¿libre? ¿eso qué es? ¿una raza?", "...otro imbécil sometido al imperio del hombre y a la ignorancia", "¿qué?", "nada, olvídalo y lámete el culo de perro esclavo", "vale".

Y son del Real Madrid. Eso lo sé por los gritos que dan cuando su equipo marca gol.

En fin. Estos son ellos. Serán algo más, imagino. Ya me iré enterando.