Los huevos de Soraya

Quién dice miedo. Quién se atreve a apuntarnos con su dedo acusador, el índice suele ser éste por tradición, y llamarnos cobardes. Quién. ¿Acaso no saben que España es tierra de valientes? El Cid, el Gran Capitán, el héroe Eloy Gonzalo y, cómo no, Ortega Cano. Aquí no nos rendimos y, si caemos, nos levantamos con más fuerza para alcanzar lo inalcanzable.

Soraya quedó penúltima en Eurovisión y eso, que tumbaría la moral de cualquiera, no ha hecho sino darle la fuerza patria, el influjo nacional, el coraje ibérico, la bravura visigoda y el encono orgulloso de la casta española que la llevará, sin duda, a lo más alto, al preciado altar victorioso que es el podio del próximo festival de paladines duelistas de la canción europea, donde se elevará cual virgen poseída por los hados olímpicos y se hará con el deseado y máximo honor que un artista puede anhelar, el sueño, la meta, el destino de los más grandes, el hito que hará que pase a la Historia como la más grande heroína, que tras caer en desgracia resurge de sus cenizas con el ritmo de nuestros corazones hilado en su impresionante voz de mítica e idolatrada diosa de dioses.

Qué huevos tienes, Soraya.

La Banda del Bastón

Los viejos de la Banda del Bastón sembraron el terror por toda la sierra durante muchos años. Pueblo tras pueblo, ninguno quedó libre de sus felonías. Se llevaron gallinas, puercos y hasta una mula vieja, por no hablar de algunos robos menores o las incontables humillaciones. Al alcalde de Villainquina lo dejaron como su madre lo trajo al mundo, atado en la encina de la plaza del pueblo y sin un pelo en el cuerpo. Al cura de San Eufrasio le hicieron comerse todas las hostias que había en la iglesia y beberse todo el vino.

El viejo del bastón era el cabecilla y otra quincena de jubilados lo acompañaban en sus fechorías. Todos le temían. En sus ojos no había piedad y no dudó jamás en usar la violencia cuando lo así consideró necesario. Era un malhechor de los de antes. La leyenda dice que no siempre fue así, que hubo un tiempo en que andaba entre los demás como un vecino más, y trabajaba, y hasta tenía una familia. Fue al llegar la jubilación cuando su mente se trastocó. Entonces convenció a sus compañeros de centro de día de su pueblo y se tiró al monte. O eso dicen.

Fue un polaco, Marcio Salierisky, quien después de muchos años consiguió pararlo. Las historias del final del viejo del bastón son incontables, todas ellas increíbles. La verdad nunca es tan espectacular como la leyenda. O casi nunca. Como cada noche desde hacía un mes el polaco Salierisky y su cuadrilla construían un chalet en Torreinsulsa, todo en dinero negro, claro, y seguro que sin permisos municipales. Casualmente la Banda del Bastón había elegido ese pequeño pueblo para una de sus incursiones y la calle donde los polacos levantaban la casa como camino de entrada para llegar hasta uno de los silos de grano que pensaban vaciar. Salierisky los reconoció al instante. Nunca los había visto pero las descripciones corrían de boca en boca y desde que llegara a España había oído una y otra vez las historias del viejo del bastón y su banda. El viejo andaba apoyándose en un palo y muy despacio le seguía un camión con las luces apagadas y con tres viejos más en la cabina. "Qué le trae a este pueblo, viejo", dicen que dijo Salierisky con voz autoritaria. El nonagenario levantó una mano y el camión se detuvo. Fijó la mirada en el polaco y levantó amenazante el palo que le servía de bastón. Luego miró el chalet, sonrió mostrando su boca desdentada e hizo una señal para que los demás viejos de la banda bajaran del camión.

Al día siguiente la policía detuvo a toda la Banda del Bastón, cuyos miembros se habían pasado toda la noche, embelesados, viendo el buen hacer con el ladrillo de la cuadrilla de polacos.

Cosas que aprendí estos días (y olvidaré antes del finde)

Adidas fue creada por dos hermanos que se enfadaron. Eran algo nazis pero uno más que el otro y por eso el menos nazi se fue y fundó Puma. Adidas se llama así por su creador Adolf Dassler (Adi-Das).

En Túnez los hombres son los que van a la compra. No permitirían que sus mujeres llevaran el peso de las bolsas.

De toda la vida, los chinos cuando están enfermos se ponen mascarillas para no contagiar a los demás.

La fundadora de la 'Iglesia de Cristo, Científico' se curó de una hostia enorme y por eso sus fieles creen que las enfermedades se curan rezando.

El queso y el vino no van bien juntos, pese a la tradición. De hecho antiguamente se daba queso a los compradores al por mayor de vino para que no notaran que lo que estaban tomando y comprando era vino malo. El queso anula los matices del sabor del vino. De ahí viene la frase "darla con queso".

Según la Constitución, el tutor del futuro Rey de España ha de ser español de origen. En cambio el regente no tiene por qué serlo.

Para hacer un agujero con un taladro en la pared o en el culo de un macetero, conviene usar primer una broca pequeña y luego pasar a una mayor.

Las peras "conferencia" son esas que parece que se han caído en un charco de barro.

La palabra "sibarita" viene de los habitantes de Síbaris, una ciudad italiana donde se vivió del comercio; la gente se forró y se dedicó a no hacer nada.

El viejo del bastón

El polémico escritor salió echando leches del café Gijón y sin rumbo fijo. Lo único que quería era alejarse de allí, de las preguntas incómodas del periodista, del desayuno interminable que había pedido sabiendo que sería incapaz de comérselo, de las miradas que la gente le lanzaba, a él y a su chándal, su inseparable chándal. La huida le hizo sudar pero no hizo nada por evitarlo. Al contrario, aceleró el paso hasta que su falta de forma y de oxígeno se hicieron con el control de su cuerpo y lo arrastraron hasta un banco. Resoplando, se sentó al lado de un viejo con bastón. Los viejos con bastón, en opinión de Salieri, eran como un cuchillo de doble filo. Si no había que fiarse de los viejos en general, si además el susodicho era usuario de bastón o similar, había que temerlo como al mismo demonio. Pero se asfixiaba y no podía ponerse exquisito con el banco y su actual inquilino. El pulso le golpeaba en las sienes, el aire entraba y salía con dolor y el viejo del bastón lo miraba espectante. Esperaba quizá verlo morir allí mismo, y seguro que si algo así sucedía ni pestañearía. A los viejos la muerte ya no les soprende. Cuando vio que el escritor empezaba a recuperar el aliento, volvió su mirada a su objetivo anterior, un perroflauta que hacía malabares con unas pelotas de goma. A Salierie el gesto no le gustó ni un pelo. Durante unos segundos imaginó que se levantaba y con la velocidad de un felino le robaba el bastón al viejo y corría sin volver la vista atrás hasta su casa, lo colgaba en la pared del salón, como un trofeo de caza, y pasaba la tarde imaginando el gesto sorprendido, enfadado, impotente del viejo sin bastón. En lugar de eso, se levantó, se fue hasta casa y convirtió al viejo del bastón en la víctima odiosa que moría en una de sus creaciones literarias.

Chin-chímini

El viento sopla mi chimenea y le saca unos sonidos muy curiosos.

Y no sé si quiero que mi casa sea una ocarina divina.

Ahora que no querer no va a ser suficiente para acallar esos susurros, molestos de día y estremecedores de noche. Y de nada me va a servir pedir silencio a gritos por la chimenea, si acaso para sentir vergüenza propia y ajena (siendo yo el otro, reflejado en el espejo, propio y anejo).

Me he visto llamando al periódico para anunciarme como un demandante de sordinas para chimeneas pero he colgado y he recurrido a los tapones de oídos de toda la vida. Más baratos y menos absurdos.

Ahora oígo el tumtum de mi corazón y mi garganta tragar y el eco del silencio estomacal y, sinceramente, no sé yo qué es peor.

Entrevista al polémico escritor Marco Salieri

Entrevista publicada en el número de octubre de 2009 de la revista especializada "LiterHartura".

Marco Salieri se presenta a la entrevista en chándal. No es que hubieramos concretado otro tipo de vestimenta para nuestro encuentro, pero en el Café Gijón la gente no deja de mirarnos, y no sin cierto desprecio. Para evitar esta incomodidad, me siento de cara a la pared y dejo al entrevistado frente al resto de clientes. Por su gesto relajado e indiferente no parece importarle demasiado lo que piense el resto de la concurrencia. Cuando llega el camarero, pide un café, un zumo de naranja, dos cruasanes plancha, tostadas con tomate y un mollete de jamón y queso.

JM: Bien, señor Salieri...

MS: Llámeme Marco, si no le importa.

JM: Bien, Marco. En primer lugar me gustaría agradecerle que haya accedido a entrevistarse conmigo. Sabemos que no le gustan estos encuentros.

MS: Cierto. Pero bueno, mi editorial me ha dado un ultimátum y no he podido negarme.

JM: Ah, humm, bien. En fin. El motivo de la entrevista, como ya sabrá, es hablar de una de sus últimas creaciones, que ha traído consigo bastante polémica, porque...

MS: Lapos.

JM: ¿Decía?

MS: Lapos, que son lapos, lo que usted ha llamado creaciones literarias tiene un nombre: lapos, lapos mentales.

JM: Sí sí, claro. Eso... lapos. Disculpe, no quería faltarle...

MS: Pues si no quiere, no lo haga. Y vayamos al grano, que tengo que ir a comprar el pan: quiere usted hablar de La reliquia, supongo.

JM: Efectivamente. Como sabe ha suscitado muchas críticas, tanto en el mundo de la literatura como en otros sectores. La Asociación Española de Anticuarios ha enviado a los medios un comunicado en el que expresa su indignación, leo textualmente, "tanto por el cliché que es el personaje protagonista como por presentarlo como un estafador". ¿Qué piensa de esta acusación?

MS: Son chorradas. Claro que es un cliché y claro que es un estafador. Pero eso no significa que todos los anticuarios sean unos estafadores. Además, es ficción. La ficción, y me siento bastante ridículo al tener que realizar esta afirmación tan obvia, no es realidad. Si un anticuario escribiera sobre un escritor asesino jamás se me ocurriría decirle que se retractara de sus palabras ni nada parecido. Son chorradas, insisto.

JM: Entonces puedo afirmar, si no le he entendido mal, que usted no tiene nada en contra del gremio de anticuarios.

MS: Pues no, nada en contra. Aunque después de leer su comunicado podría tener alguna razón para tenerles cierta inquina. Pero vamos, que no voy a perder ni un segundo con ese tema. Hay mucha gente en el mundo que merece ser odiada y por buenas razones.

JM: Como por ejemplo...

MS: Los periodistas.

JM: Bien. Cambiemos de tema. La denuncia de Sony...

MS: Eso lo lleva mi abogado y me ha dicho que no comente nada al respecto...

JM: Pero usted afirma en su... lapo que la empresa cerrará...

MS: Como le he dicho, no voy a hablar del tema. Si acaso volver a recordarle que es ficción, sólo ficción.

JM: Teme llegar a juicio...

MS: Déjelo.

JM: Vale. Por último quería referirme a las críticas estrictamente literarias. Se le ha tachado de redundante por el comienzo del lapo: "En la centenaria tienda de antigüedades el anciano quitaba el polvo que cubría las vetustas reliquias." Quería usted decir que el sitio es viejo y redunda con 'centenaria', 'antigüedades', 'anciano', 'vetustas' y 'reliquias'.

MS: Efectivamente, redundo.

JM: Bueno, algunos críticos señalan que quizá es excesivo...

MS: Efectivamene, es excesivo.

JM: Entonces lo hizo así a sabiendas.

MS: Sip.

JM: Tiene entonces algo que decirle a sus detractores.

MS: No, bueno, sí. Que si no les gusta lo que escribo, que no lo lean, y todos tan contentos.

JM: Precisamente por este tipo de reacciones suyas se dice que es una persona que lleva mal las críticas. ¿Es cierto?

MS: Claro. Las malas no me gustan. A nadie, supongo. Si yo le digo a usted que está haciendo una entrevista de mierda quizá tampoco se lo tome bien.

JM: Claro, pero...

MS: Pues eso. Y le voy a ir dejando ya, que tengo mucho que hacer.

JM: Ah, bien, pues gracias de nuevo, y hasta otra.

MS: A usted por el desayuno.

Salieri se levanta y sale con paso ligero del café. En la mesa queda medio café, el zumo de naranja, un cruasán sin tocar, las tostadas y el mollete de jamón y queso. Pido la cuenta mientras me como el mollete abandonado por el escritor.

El niño del globo

Dentro de un par de décadas...

-Oye, ¿tú eras aquel chaval al que su padre hizo esconderse para que todo el mundo creyera que se había ido volando en un globo? ¿El del montaje que las teles siguieron en directo? ¿Que al final todo se descubrió y no veas qué estafa?
-Sí, ¿por?
-No, por nada, ¿y a qué te dedicas?
-Estudié derecho y ahora soy concejal de urbanismo.
-No sé por qué... pero te pega.
-Eso me dicen, sí.

La reliquia

En la centenaria tienda de antigüedades el anciano quitaba el polvo que cubría las vetustas reliquias. Cuando la cascada puerta se abrió y el cascabel sonó el viejo supo que el hombre que estaba entrando en su anacrónico santuario iba a volver patas arriba su tranquila existencia. Los años habían ido pasando casi sin notarlos. Sólo sus rodillas empezaban a quejarse. La tienda de coches de su derecha era ahora un dispensador de comida rápida. El Zara de su izquierda había cerrado hacía años y sus hijos habían vendido el local a unos kazajos que habían montado un ruidoso centro de ocio. Sólo él seguía allí. Dejó el aspirador sobre el cristal rayado del mostrador, recolocó sus gafas de pasta y trató de enfocar la mirada en la figura que se le acercaba desde la puerta.

-Buenas tardes, señor.- La voz chirriante del hombre hizo que el viejo torciera el gesto.- Me han dicho que quizá usted tenga lo que estoy buscando.

-¿Y se puede saber qué es lo que necesita?- La fama de poseer lo que ya nadie tenía era conocida en muchos círculos de la ciudad, y no sólo de la ciudad. A diario le llegaban pedidos de todo el país y a veces del extranjero.

El cliente se quitó la mochila que cargaba y la puso sobre el mostrador. Abrió la cremallera y el viejo se mordió el labio. Después de tantos años en el negocio todavía sentía aquella excitación que sólo las reliquias traen consigo. Le costaba no meter él mismo las manos y sacar lo que aquel extraño hombre traía. Pero no tuvo que esperar demasiado. El hombre puso delante de él una PS5, modelo de 2014, que reconoció nada más verla por el diseño aplanado y los bordes metálicos. Una PS5 en su tienda. No podía dar crédito a lo que veían sus ojos.

-Necesito una batería para este modelo, señor. Lo he buscado por todas partes pero es imposible. Desde que Sony cerró hace treinta y tantos años todo se mueve en mercado negro, y a precios altísimos. Además, no me fío. Pregunté en varios foros y todos le señalan a usted como el único que podría tener una batería válida. La tenía en casa guardada desde hacía tiempo y antes que tirarla he preferido arreglarla. Mi abuelo jugaba con ella cuando era pequeño, sabe.

El viejo observó la PlayStation detenidamente. Estaba muy bien conservada. Suponía que los circuitos estarían bien. Su dueño ya los habría revisado. Sólo faltaba la batería.

-Pues, señor, lamento no poder ayudarle. Hace años que vendí la última que me quedaba. Cuando mi propia PS5 se estropeó del todo me deshice de juegos, batería y todo lo demás. Desde el Cambio Tecnológico de 2031... ya sabe, no hay recambios ni técnicos que sepan cómo arreglar estas máquinas. Ahora son sólo...

-Reliquias, sí, lo sé. Entonces no me queda nada que hacer. Sólo guardarla y olvidarla.- El hombre empezó a guardar la consola en la mochila.

-O venderla. Hay gente que tiene otros modelos cuyas piezas son compatibles y cuando se averían pagan bien por recambios de segunda mano. Yo mismo podría encargarme de buscarle compradores. No es fácil y llevará su tiempo, pero algo podrá sacar.

-Ah, claro. Bien bien, me parece bien. Mejor eso que nada, supongo.

-Claro, hombre. En cuanto sepa algo, le llamo y le cuento.

Firmaron los documentos y el hombre se marchó dejando allí la consola. El anciano esperó unos minutos y luego sacó una pequeña caja fuerte de debajo del mostrador. Encajó temblorosamente la llave que colgaba de su cuello en la cerradura y sonrió de nostálgica felicidad al ver dentro sus mandos y la colección de juegos que había guardado durante tanto tiempo esperando este momento.

Y la batería.

A cuatro manos

A la guitarra, un servidor. Me salen los acordes de una de "Las buenas noches" mientras tecleo en el ordenador. Lo sé, nadie tiene cuatro manos, pero como esto es mi blog y pasa lo que a mí me da la gana, pues eso, que toco y escribo a la vez. Si queréis discutir sobre las probabilidades de que algo así ocurra en la realidad, o incluso en la ficción, ya si eso otro día monto un foro, charla-coloquio o tertulia y nos enzarzamos. Hoy no.

Que sea ficción no significa que sea fácil. Me explico. Mientras escribo estoy pensando en lo que toco y mientras toco, en lo que escribo, y es inevitable que al teclado me venga la letra de la canción, o sus acordes, o me dé por cantar lo que escribo, que de musical no tiene nada, ni rima, ni encaja en el 4/4 (o compás de compasillo, donde por compás hay cuatro notas de igual duración resultantes de la subdivisión de una redonda, o sea, negras; no sé si me explico; igual da). Y me harían falta dos manos más para la percusión.

Pues eso. A la guitarra un servidor y al teclado (de ordenador) yo mismo con un lío de tres pares. Y lo peor es que a la vez está sonando en mi spotify una de Jamiroquai, que no sé cómo no me vuelvo loco con esta multitarea cuyo único resultado será el de un dolor de cabeza mayúsculo y sus epílogas y minúsculas aspirinas.

Fábula del camino, el viejo y el caballo

El viejo tenía la cara como el desierto: grande, amarilla, reseca, milenaria, cálida, profunda, arenosa y encantadora. Con una mano acariciaba el cuello del caballo. En la otra sostenía un cigarrillo. El camino se había dividido en dos y no tenía ni idea de por donde tirar.

-Buenas tardes.
-Buenas tardes -me respondió.
-Verá usted... es que voy hacia el río...
-El río. Ahora lleva poca agua. Mejor ve en primavera. ¿Verdad Lozano?

El '¿Verdad Lozano?' no iba para mí, deduje al ver que el viejo se volvía ligeramente hacia el caballo. Me quedé mirando como un tonto al animal esperando su confirmación.

-Ya imagino. Pero es que ya que estoy me gustaría llegar y ver la zona...
-Sí sí. Pues mira. Por los dos caminos llegas. Por uno llegas antes que por el otro. ¿Verdad Lozano?

Lozano tenía que saber mucho de caminos. Se habría recorrido todos los de la zona mil veces y, como yo, preferiría coger el más corto. A él quizá le daría igual volver de noche a casa, pero un servidor es de los que prefiere ver por donde pisa.

-Pues el corto, si me dice usted cual es... me vendría muy bien.
-Claro claro. -Entonce se echó el cigarrillo a la boca, volvió palmear el cuello de Lozano.- El corto, claro. La de veces que me habré hecho yo ese camino. Setenta y dos años tengo y desde los ocho trabajando por estos caminos...
-... Mmm, ah...
-...y estos caminos antes no estaban como ahora...

Tras media hora larga de monólogo el viejo (se llama Gregorio, tiene cinco hijos, un rebaño de ovejas, dos caballos: Lozano y Kika, fue taxista en Madrid, albañil, vendedor de fruta y creo que guardabosques a ratos, le gusta cazar, hace queso, vende lana y dos hermanos mayores murieron en la guerra, es viudo, una vez fue con otros viudos a buscar novia a otro pueblo pero sólo había mujeres malas, con el pelo que le sale de las orejas se puede hacer una escoba) se calló. Miré el cielo y el sol ya estaba poniendo el cartel de 'cerrado'.

-Entonces vas al río...
-Iba, Gregorio, iba, que ya se está haciend...
-Pues nada entonces. Hasta otra, y vaya con cuidado, que se está haciendo de noche.
-Lo mismo digo...

Moraleja: Lleva siempre un mapa y si ves un viejo con un caballo, corre lo más que puedas.

Hoy es fiesta

Y por eso todo está cerrado.
Me comeré el pan de ayer, el que ya me comí.
Como hoy es fiesta, se rumia.

¿Tengo que saber yo que hoy es festivo aquí?
Se acabaron los tomates.
Se acabaron las patatas.
Y no tengo cebollas.

Ayuno obligatorio.
Me cago en la Virgen del Rosario.

La niña de rizos azules y el nido

La niña de rizos azules tuvo un presentimiento justo antes de que el nido cayera sobre su cabeza. Al sentir el golpe gritó y corrió agitando sus pequeños brazos, rompiendo con su huida el silencio en todas las habitaciones de la gran mansión. Cuando llegó al salón de baile el espejo que ocupaba una de las paredes le devolvió su reflejo y detuvo la carrera. Tras reconocerse, vestido verde, zapatos de charol y lazo lila en la muñeca, miró todavía asustada sobre el reflejo de su cabeza para descubrir el nido, que permanecía enganchado fuertemente a su enmarañada mata de pelo. Con cuidado, se despegó el nido de la cabeza y lo depositó sobre la mesa central.

Entre las ramas entrelazadas había tres huevos. La niña los cogió uno a uno para comprobar si alguno se había roto con la caída. Todos estaban perfectamente. Entonces pensó en la madre de los futuros polluelos. Seguro que estaría buscándolos como una loca. Lo sabía porque una vez ella se perdió en el parque y su madre llamó a la policía, y cuando la encontraron jugando junto al estanque la madre lloró mucho y ella no supo qué decirle para que no estuviera triste. Con cuidado, llevó el nido hasta el jardín de la entrada, y buscó el lugar exacto donde se encontraba cuando sucedió el accidente. Sobre el árbol más cercano descansaba un pájaro negro y grande que al verla saltó y planeó hasta posarse a un metro de ella. La niña dejó el nido en el suelo y el pájaro se acercó a los huevos. Los miró unos segundos y con tres certeros picotazos, los rompió y se los empezó a comer. La niña de rizos azules comprendió, demasiado tarde, que aquel pájaro no era el dueño de los huevos y, con un suspiro y un par de lágrimas en los ojos, volvió a su habitación a jugar con la Play3.

El niño freak

Con cinco años y esa barba de profesor Bacterio adónde crees que vas, niño. No has visto que estás fuera de lugar. Nadie te respeta y tú insistes en lucir tu barba, como un premio, un don divino que sólo tú tienes. Te crees algo y te tomas las burlas como alabanzas. Date cuenta. Estás haciendo el ridículo con esa barba doblemente anacrónica: ni se lleva ahora ni se lleva con tu edad, niño. Aféitate. Cercénala. Castra ese colgajo que no te hace mayor como tú crees. En un niño una barba así no te hace mayor, te hace un freak. No ves que sólo sirve para atraer a miles de afilados dedos índices. Y tú sigues siendo feliz. Inconsciente. Tú y tu barba, niño, adónde vais.