en mi ataúd

una camiseta del Blanes,
unas bermudas holgueras,
crema solar factor 100, por si caigo en el averno,
un pino de retrovisor de coche,
música de ascensor (incluye "carros de fuego chill out"),
cacahuetes, patatas fritas y anacardos,
las bibliografías de asimov, borges y arguiñano en una pda,
las diez temporadas de 'cheers', 'mash' y 'friends',
una muñeca hinchable,
un despertador.

¿algo más?

al son

el tañido rielante del buzuqui marcó el comienzo de la fiesta. los hombres agarraron a las mujeres por la cintura y se dejaron llevar por la música milenaria de aquellas tierras de mar enfurruñado y verdes montes. mientras, los niños corrían entre los mayores, con sus juegos inocentes. las pandereteiras contagiaron el ritmo a todos los vecinos, y la cerveza y el vino ayudaron a que la noche le quitara horas a la mañana. así había sido siempre y así seguiría siéndolo, aunque algunos, de vez en cuando, no pudieran evitar volver la mirada hacia el monte en busca del temido fulgor.

ecos en las aceras

estuve en la ciudad. ya no es la misma. es como si hubieran pasado miles de años. mira, en el parque donde te conocí ahora hay un solar lleno de escombros y algunos drogadictos que le dan algo de color. el banco de madera ya no está. imagino que los mendigos lo quemarían alguna noche fría de invierno. si puedes, no vayas, es deprimente. ¿y recuerdas la cafetería de la esquina, la del francés tartamudo que escupía al hablar? pues la han chapado y han puesto un starbucks de esos donde no se puede fumar y el café sabe a agua con polvos. por cierto, me quedé en casa de víctor el heavy, que ya no es heavy ni nada. se ha echado novia, catequista, creo, y se ha comprado una biblia. recuerdos de su parte.

sabes, he intentado encontrar algo de ti en la ciudad y no hay nada. solo ecos, solo "antes ahí...", un regusto amargo en blanco y negro. es normal, supongo. y bueno, si vas, ya me contarás. yo ya no creo que vuelva.

mala noche

anoche dormí solo.

bueno, al menos eso es lo que yo creí al irme a la cama, porque al rato de apagar la luz sentí claramente que estaba equivocado. allí había alguien más. no lo veía, no podía oírlo, pero sabía que estaba muy cerca. tanto, que podía imaginarlo aguantando la respiración.

como debajo de la cama no podía haber nadie ya que duermo sobre un colchón tirado en el suelo y la puerta y la ventana estaban cerradas sólo quedaba una posibilidad: el armario, y hasta que sonó el despertador no pude hacer otra cosa que mirarlo fijamente, intentando con la inútil ayuda de las farolas de la calle atisbar algún movimiento a través de la ranura que dejaba la tercera de las cuatro puertas de falsa madera, que siempre andaba entreabierta.