al son

el tañido rielante del buzuqui marcó el comienzo de la fiesta. los hombres agarraron a las mujeres por la cintura y se dejaron llevar por la música milenaria de aquellas tierras de mar enfurruñado y verdes montes. mientras, los niños corrían entre los mayores, con sus juegos inocentes. las pandereteiras contagiaron el ritmo a todos los vecinos, y la cerveza y el vino ayudaron a que la noche le quitara horas a la mañana. así había sido siempre y así seguiría siéndolo, aunque algunos, de vez en cuando, no pudieran evitar volver la mirada hacia el monte en busca del temido fulgor.

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