Temprano

Hacía mucho que no madrugaba. También hacía mucho que no compartía autobús y cercanías con otra gente a esas horas, 7 de la mañana, 8, cuando acaban casi de despertarse, o ni han llegado a ese punto aún. El silencio del autobús, las caras desencajadas, todavía en pedazos que se irán recomponiendo a lo largo de la mañana. Se me hizo raro. Parecía una caravana de presos insomnes camino de la penitencia diaria. Y yo estaba con ellos, pero a la vez estaba fuera. Yo no madrugaba para trabajar sino para buscar trabajo. Que es otro tipo muy distinto de trabajo.

Tras una hora de autobús tocó echar casi otra en cercanías. Ya era más tarde, era más de día, ya hacía calor. La gente leía más, escuchaba música, hablaba incluso. Las caras ya parecían humanas. Habría que ver, pensé, cuánto podrían aguantar así, porque más tarde o más temprano, la fuerza que une los pedazos volvería a enflaquecer y a descomponerse. Volverían las caras fantasmales que había visto tan sólo una hora antes y todo volvería a empezar. La vida, la llaman. El bucle finito, digo yo.

El recado

Bajo los escalones de dos en dos, sudando, que es mi estado natural con estos calores. Al final de la escalera parece esperar Lourdes, la vecina, una viejita de edad indefinida que anda tan despacio que para detectar su movimiento hay que usar un sismógrafo. Una vez, hace años, cuando ella todavía se paraba a hablar conmigo, me contó que había nacido en el mismo edificio, nuestro edificio, y nunca jamás había vivido en otro lugar. Cuando le dije que yo había cambiado una decena de veces de casa, me tomó por loco o mentiroso. Seguro que cuando vuelva de mi recado, ella sigue allí, tendiendo hacia la escalera, rezando en silencio por subir el tramo de escaleras que la llevará a su casa, a ser posible antes de que caiga la noche.

Salgo a la calle y el calor me lanza hacia adentro. No salgas, parece decirme, si sales te quemo, vuelve a tu casa y enciende el aire acondicionado, no eres bienvenido. Ya me gustaría, pienso, pero hay algo que tengo que hacer y que no debería dejar para otro día.

Intento andar ligero. Cuanto antes llegue antes volveré. Ya me imagino bajo la ducha, el agua helada cayendo sobre mi cabeza, maldito verano. Trato de andar rápido pero al poco el calor me puede y equiparo mi paso con el del resto de los viandantes: lento, arrastrado, moribundo. Son tres calles nada más. En cualquier otro momento sería menos que nada. Ahora se me hace eterno. Cada paso es una losa que me echo a la espalda pero durará poco, me digo, poco, sólo unos minutos, me repito. Cuando llego al primer paso de peatones el semáforo de los peatones se acaba de poner en rojo. Arriba, el sol, abajo, el suelo quemante. No podré. No llegaré, confirmo, rendido. Y del arrepentimiento saco fuerzas para volver a casa, a mi lugar fresco, a la sombra, a la ducha soñada. El recado será para otro día, a ver si hace menos calor, me digo mientras entro en mi edificio, adelanto a la viejita Lourdes, que parece seguir en el mismo sitio en el que la dejé, y subo de dos en dos los escalones hasta la seguridad de mi casa.

La abuela exorcista

Mis vecinos tienen un bebé que llora y a veces, las menos, se calla. Sin seguir un criterio deducible por una mente humana, hay días en los que llaman a una exorcista, que además resulta ser la abuela, para que calme a la criatura (demoniaca). Esos días, a este lado de la pared, se convierten en puro estrés.

La señora se esfuerza mucho por consolar a su nieta y sacarle el demonio que lleva dentro. Entre sus técnicas destaca el Canto a Grito Pelado, que atraviesa los tímpanos del bebé, luego la pared y acaba por meterse en mi cabeza, donde provoca un estropicio neuronal que no os podéis ni imaginar. Gracias a sus sortilegios atronadores, la niña acaba gritando más, no sé si porque no le gusta lo que le canta su abuela, por el dolor que le producen los gritos en sus oiditos o simplemente porque da por hecho que lo normal es ir gritando por la vida e imita a su vociferante abuelita. Si os soy sincero, prefiero oír llorar al bebé que cantar-gritar a la abuela exorcista con sordera. Cuando se junta el lloro luciferino de la peque con el canto sísmico de la exorcista, que son la mayoría de las veces, simplemente prefiero morir.

Cuando el bebé ha dejado de llorar (por cansancio o porque le ha dado la gana), la abuela decide que ha llegado el momento de ejecutar su segunda técnica: la Carantoña Desquiciante. Por supuesto, las carantoñas estas también vienen acompañadas de sonidos inhumanos. La técnica es bien sencilla: la señora le habla-grita al bebé como si este fuera subnormal sólo que al final quien acaba pareciendo subnormal es ella. La abuela tiene toda una retahíla de frases hechas, todas ellas laudatorias hacia la belleza, pequeñez o whatever it is de la bebé en cuestión, y las lanza cual cañonazos sonoros poniendo voz de retarded human being. Después de unos pocos minutos, invariablemente, el bebé vuelve a llorar y la abuela se siente impelida a ejecutar de nuevo su primera técnica, el Canto a Grito Pelado. La suma de Canto y Carantoña en forma de bucle infinito recibe el nombre de Círculo Vicioso Asquerosete o Suicidal Fucking Loop.

Una vez la abuela exorcista ha decidido que el demonio ha salido del cuerpo de su nieta, se despide (a gritos), se va y nos deja a todos en paz (empezando por su nieta), aunque con el miedo en el cuerpo, porque sabemos que quizá mañana la volvamos a tener ahí, al otro lado de la pared, gritando como una posesa.

Políticos, cosa del pasado

-"A principios del siglo XXI", copiad esto que seguro cae en el examen, "se acabó con el sistema por el que unos hombres, llamados políticos, gobernaban al resto de la población". ¿Lo tenéis?

El Sistema de Educación Personal miró fijamente a Ric, esperando que confirmara que había asimilado la información. Igual que él, otros millones de niños escuchaban aburridos la clase, cómodamente sentados en sus casas. Claro que lo tenía. Conocía la historia de ese siglo. El fin del sistema representativo y de los políticos como figuras dominantes. En cuanto la tecnología permitió la participación directa ya no hizo falta delegar las decisiones importantes en esos representantes. Tan sólo se elegía a un número reducido de funcionarios para cuestiones menores administrativas. La mayoría de las decisiones eran tomadas en conjunto por toda la población mediante el voto online.

Ric todavía no tenía edad pero pronto, quizá a los 15 años si pasaba el examen de madurez, podría también decidir. Había visto infinidad de veces a su padre ejercer su derecho. Tres o cuatro veces a la semana le llegaba un aviso con las decisiones pendientes. Tras leer los informes, siempre breves y precisos, accedía al sistema y marcaba su voto. Así de sencillo. Lo mismo para elegir políticas educativas que para decisiones bélicas o económicas. Todo estaba en manos de la elección directa de los ciudadanos. Ric estaba ilusionado y pronto podría decidir, estaba seguro.

-"Los políticos fueron despedidos aunque gradualmente. No todos los países aceptaron el cambio desde un principio. Algunos se resistieron. Había muchos intereses personales. El poder era algo ansiado por muchos". Clase de Historia número 103 terminada. Descanso de 10 minutos antes de Clase de Literatura número 46.

Infinitamente estúpido

El concepto de infinito es inabarcable por definición. El de estupidez nos queda más a mano. Todos conocemos algún estúpido o algún amigo nuestro conoce a alguno. Incluso es posible que nosotros mismos hayamos sido estúpidos alguna vez, puntualmente, y que ahora, a toro pasado, se nos haya olvidado que tuvimos ese ramalazo tan vergonzante. Hasta puede ser que nos de cosilla admitirlo, y no por haber hecho alguna estupidez, sino incluso por haber sido estúpidos mediocres, sin gracia. Estúpidos inútiles, incompetentes, estúpidos aficionados. Porque tener un comportamiento estúpido es más difícil de lo que se puede pensar. De ahí el mérito de aquellos que lo son, estúpidos integrales, durante las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, festivos incluidos. Yo los alabo, los envidio, a partír de ahora públicamente. Pero cuántos estúpidos así puede haber en el mundo. No son muchos, seguro. Hasta el más estúpido de los estúpidos puede bajar la guardia (más bien subirla) y dejar a un lado, aunque sea por unos segundos, su preciado don. Un buen día lo tiene cualquiera, se podría decir.

En el horizonte de perfección, en el mundo ideal del estúpido, está el infinitamente estúpido, hacia donde todos los iniciados quieren tender aunque sea inconscientemente. Allí, al final del camino, se alza, como un faro sin luz, el ideal abstracto e inalcanzable de estupidez suprema. Alabado sea.

Soy una señora gorda

Soy una señora gorda con pamela y me he equivocado de lugar o de ropa. Voy vestida como para la boda de Kate y William pero estoy sentada en la grada de la pista central de Roland Garros. Ahora mismo hay dos señores jugando y parece muy emocionante. Golpean una pelota amarilla y la gente aplaude. Uno va de rojo y el otro de blanco. Un señor a mi derecha me explica que uno se llama Feodor y el otro Nole o Nolen, no sé muy bien. En resumen, el que gane llegará a la final, que es el objetivo, o no, luego allí tiene que jugar con otro jugador, uno español o mejicano y el que gane ese partido, ahora sí, será el campeón.

La verdad es que no sé lo que hago aquí pudiendo estar jugando al cinquillo con mis amigas, pero a lo tonto me he ido aficionando al juego este. Aunque no entiendo muy bien en qué consiste no puedo evitar gritar con el resto del público cada vez que uno u otro gana su punto. Es irracional, lo sé, pero aquí sigo, esperando que uno u otro terminen ganando, la gente se vaya de aquí y yo con ella, a casa, si averiguo cómo llegar desde aquí.