El concepto de infinito es inabarcable por definición. El de estupidez nos queda más a mano. Todos conocemos algún estúpido o algún amigo nuestro conoce a alguno. Incluso es posible que nosotros mismos hayamos sido estúpidos alguna vez, puntualmente, y que ahora, a toro pasado, se nos haya olvidado que tuvimos ese ramalazo tan vergonzante. Hasta puede ser que nos de cosilla admitirlo, y no por haber hecho alguna estupidez, sino incluso por haber sido estúpidos mediocres, sin gracia. Estúpidos inútiles, incompetentes, estúpidos aficionados. Porque tener un comportamiento estúpido es más difícil de lo que se puede pensar. De ahí el mérito de aquellos que lo son, estúpidos integrales, durante las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, festivos incluidos. Yo los alabo, los envidio, a partír de ahora públicamente. Pero cuántos estúpidos así puede haber en el mundo. No son muchos, seguro. Hasta el más estúpido de los estúpidos puede bajar la guardia (más bien subirla) y dejar a un lado, aunque sea por unos segundos, su preciado don. Un buen día lo tiene cualquiera, se podría decir.
En el horizonte de perfección, en el mundo ideal del estúpido, está el infinitamente estúpido, hacia donde todos los iniciados quieren tender aunque sea inconscientemente. Allí, al final del camino, se alza, como un faro sin luz, el ideal abstracto e inalcanzable de estupidez suprema. Alabado sea.
1 comentario:
Conocí a uno que estaba de vuelta de su estupidez.
Quiso llegar hasta el final,
pero se cansó de tanto infinito.
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