Fin de ciclo

Tengo la sensación de que efectivamente va a haber un cambio de ciclo en 2012, parecido al que cuentan las estelas mayas. Una nueva era. Un cambio de ciclo lleno de fuego y confusión que puede destruirnos si nos descuidamos. Quizá que ojalá nos destruya y así podamos volver a empezar.

2012, a diestro y siniestro

Este año va a ser mi año. Cuando todo va mal o peor, cuando las cosas se enraecen, descolocan y empiezan a dejar de parecerse a sí mismas, decido que 2012 será mi año, el año de la venganza. Este año que está a punto de empezar será el año en el que paguen todos por lo que han hecho, o por lo que son. No pienso dejar a nadie sin su justo castigo. Empezaré con la sinceridad, que es lo que más duele. Diré siempre lo que pienso, y si puede servir para hacer daño a los que no soporto, aumentaré la dosis de sinceridad hasta superar los límites de la tortura. Haré daño, aunque no indiscriminadamente. Hay quien se lo ha ganado y no sería justo para con ellos que gastara mis fuerzas en joder a inocentes cuando hay quien se merece toda mi atención. Nadie se quedará sin su dosis de dolor. Por supuesto no me refiero a dolor físico. Eso sería realmente burdo. Inflingiré dolor, repartiré vergüenza, provocaré rabia, dejaré en ridículo a quien haya estado tocándome las pelotas estos años, daré donde más duele, hurgaré en la oscuridad de cada uno y la despelotaré para que todos puedan verla. Me jugaré la vida, porque espero recibir más de una hostia, más de un insulto. Quizá hasta sea despedido de mi trabajo. Da igual. Me quedaré a gusto y luego lo contaré aquí, para que todos podáis leerlo. Nuevos tiempos están llegando y la ira que llevo dentro va a salir con una fuerza que jamás nadie pudo imaginar.

Sus vais a cagar...

Navidad

Va de comer, beber y reventar. Algunos todavía piensan en religión, el cielo, el infierno, los pastorcillos y el caganet, pero sobre todo va de comer, beber y reventar. En el mejor de los casos no llegas a reventar, pero la gente te mira mal si no lo haces: es una regla básica del espíritu navideño. La mesa ya está puesta y quedan dos horas para la cena. Un mantel más feo de lo habitual, más gente, más ruido, comida extraña esta vez hecha por otros, por pereza, comodidad, de todo un poco, y la comida que espera, en cantidades ingentes, como si esta cena fuera la última para todos nosotros y si no devoramos debidamente iremos al infierno.

Mi madre llama a sus amigos, a ver si están bien. Es algo que hace por estas fechas. Son fechas en las que algunos se acuerdan de otros algunos y los llaman. ¿Estás bien? Sí, todo bien. Pasad felices fiestas. Gracias, igualmente. Y a comer. Es un protocolo, una tradición, un rito casposo, educado, a veces sincero, una inercia que viene de cuando la gente era creyente. Algunos todavía lo son. Gente rara. Ahora ha quedado el eco de lo que hacían. Ahora comemos, bebemos y, si tenemos suerte, reventamos.

Ametrallar es gratis

Salvo por el coste inicial en material, véase ametralladora y munición, ametrallar es gratis. Como catarsis para el que dispara es realmente recomendable. Como método de relajación final para el que recibe el balazo o los balazos, es sumamente efectivo.

Que si es algo que he hecho. No, lo admito. Todavía (todavía) no he sido capaz de ponerme a ello. Ni como verdugo ni como víctima. Pensaréis que lo preferible es ser verdugo. Permitidme que lo ponga en duda. La muerte es preferible a una vida de culpa, arrepentimiento y, en el peor de los casos, cárcel.

No es fácil. No creo que sea habitual plantearse esto, para suerte de la mayoría de la población terrícola. Solo unos pocos caen en esta trampa que lleva a un inevitable sufrimiento a cambio de un placer que a lo suma dura dos o tres minutos. 

Una cita de Arthur Honkytonk

"Podemos dar muchas vueltas antes de llegar a nuestro destino. Lo importante es no marearse en el camino."

Arthur Honkytonk, 1915.

Como sabéis a veces me gusta analizar alguna de esas llamadas grandes citas hechas por grandes hombres que dan grandes dolores de cabeza cuando uno se pone a pensar en ellas. En este caso quiero fijarme en una de las muchas que pronunció el político norteamericano Arthur Honkytonk, congresista a principios de siglo XX, etnólogo, psicólogo y aficionado al origami (esto último es menos improtante pero da fe de su gusto por todo lo metódico).

El contexto en el que fueron dichas estas palabras es quizá tan importante como el contenido que quieren expresar. Este par de frases forman parte del discurso que el propio Arthur dio a sus seguidores el día en que ganó su segundo mandato como congresista. Solo un mes antes parecía que iba a perder su cargo en favor de un joven demócrata pero tras descubrirse que este tenía un affaire con una señora de mala reputación, el voto se decantó claramente por el ya entonces veterano congresista Honkytonk. Quizá, pensaron muchos, se refería a esta situación cuando pronunció estas míticas palabras. Todo puede ser. Las vueltas que dio antes de llegar a su destino fueron muchas y supo no marearse, no rendirse, antes de la inesperada victoria. Es una forma de verlo. En mi opinión la explicación es mucho más banal.

Arthur Honkytonk era un hombre tremendamente despistado. Así lo pudimos leer en sus memorias, en las que él mismo lo admitía: "He olvidado muchas veces adónde tenía que ir y si no es por mi agenda, que llevo siempre al día..." En más de una ocasión llegó tarde a un mitin, a una reunión de trabajo o al propio Congreso porque olvidaba la hora de la cita o la cita misma, o se perdía en el camino, ya que procuraba ir andando si era posible. Siempre se disculpaba alegando que había sido interrumpido en su marcha por algún ciudadano que le quería preguntar por esta o aquella cuestión, para pedirle consejo o exhortarle a que elevara alguna cuestión de importancia para él o sus vecinos en el parlamento. Por las declaraciones de sus amigos, la mayoría de las veces estas interrupciones solo existían en la imaginación del propio Arthur. El congresista se perdía día sí día también y trataba de ocultaro por vergüenza. A esto, y esta es mi teoría, ya lo habréis podido adivinar, se refería cuando habla de esas "vueltas antes de llegar a nuestro destino". En cuanto a lo de no marearse en el camino entramos en un terreno delicado. El del alcohol. Arthur Honkytonk nunca admitió ser alcohólico, pero ni falta que hacía. La mayoría de las veces llegaba al Congreso borracho. Otras ni siquiera conseguía llegar. Los ujieres trataban de hacerle pasar la borrachera con sobredosis de café y con alguna ducha de urgencia, sobre todo si era él quien tenía que hablar en el hemiciclo. Sus compañeros lo admiraban por su verbo ligero y sus profundas disgresiones, a menudo largas como días sin pan, pero sabían de su problema con la botella, y se lo permitían. El día que tenía que hablar y estaba un poco achispado no pasaba nada. Incluso se podía decir que una copita era buena compañera a la hora de dirigirse al resto de congresistas. El problema era cuando el número de tragos era incontable. Entonces procuraban pararle los pies y pedirle que dejara su discurso para el día siguiente.

Nadie esperaba que ganara las elecciones para un segundo mandato. Ni él mismo. Pero la gente rechazó al joven adúltero en favor del viejo borracho sin dudarlo. En el discurso de investidura no pudo evitar cerrar su intervención con esas palabras, aludiendo a su despiste y a su adicción al alcohol. Sus compañeros, estoy seguro, lo entendieron perfectamente. No veo que se pueda interpretar esta cita de otra manera que de la que os acabo de exponer, claro que puedo estar equivocado. Faltaría más.

Ono

¿Te pués creer que Ono me ha mandao un técnico en domingo pa cambiarme el modem? Pa flipar. Eso es profesionalidá. Ahora tira que da gusto. Y en breve, 50 megazas, con 5 de subida. Pa flipar.

(Este lapo NO está patrocinado por ONO, aunque lo parezca.)

El Señor que Vino del Pasado

A diario me tropiezo con El Señor que Vino del Pasado. Que digo yo que viene del pasado, que es de donde venimos todos, ya lo sé, pero este hombre viene de mucho antes. Cuando me lo encuentro siento un escalofrío. Viste de marrón y lleva un sombrero de ala, elegante, anacrónico. ¿Será que soy el único que lo ve? Eso llegué a pensar hasta que oí a otros hablar de él. Lo llamaban el "pirado del sombrero". Ellos lo ven como un tío loco, excéntrico, que viste así porque es rarito. No saben que vino del pasado y, como a todos nos pasa, le cuesta adaptarse a las modas. En su época se vestía así y ahora, en su futuro, nuestro presente, no se ve vestido de otra forma. No se imagina con unos vaqueros, con una camiseta del H&M o del Zara, con la cabeza descubierta (creo que en el pasado también sería raro llevar sombrero dentro de un edificio, constantemente, incluso mientras come; puede que en su época también fuera algo rarito). El Señor que Vino del Pasado trabaja en no sé qué en mi empresa, así es que debe de haberse reciclado para hacer cosas de hoy, o quizá hace lo mismo que en su tiempo. Mi teoría: es un investigador privado que está aquí para resolver un asesinato. El Señor que Vino del Pasado para Resolver un Crimen parece un personaje de Hammet. No descarto que lo sea. Si pudo viajar desde el pasado hasta hoy quién nos dice que no vino de un mundo paralelo donde nuestra fantasía es realidad. No seré yo quien le ponga vallas al campo.

El Señor que Vino del Pasado para Resolver un Crimen comió ayer casi a mi lado. Tampoco se quitó el sombrero.

El jamón

En realidad no era un jamón. Ese trozo de cerdo muerto bailaba perdido dentro de la caja verde. Como única compañía, un trozo de lomo y un cacho de salchichón, todos ibéricos, si podemos fiarnos de la etiqueta, claro. En realidad no era era un jamón, era una paletilla. La diferencia es brutal. El jamón... es el jamón. La paletilla es la hermana pequeña, la pata delantera, bastarda, huesuda, escasa, rácana, fácilmente olvidable, anoréxica incluso. El eco de un jamón. La sombra desleída en la penumbra. El segundón que acaba siendo cura en lugar de heredar las tierras del padre. Pero si me preguntan, que siempre hay quien lo hace, diré que mi empresa me dio un jamón, grande, veteado de grasa, bellotero y de pata subsahariana. Faltaría más.

Otros tiempos

42 años. Esos son los necesarios ahora para tener derecho a pensión en Italia. Pronto, muy pronto, nos tocará caer en la misma trampa. Y no será esa la única...


España, 2050

Cumplo 74 años. Todavía no he podido cotizar los 42 que necesito para jubilarme. A lo largo de estos años ha sido prácticamente imposible no perder trabajos, estar unos meses parado, volver a trabajar de media jornada o menos. Imposible cotizar lo necesario. A partir de los 45 la cosa se puso verdaderamente jodida. En los últimos treinta años habré podido trabajar diez como mucho. El resto del tiempo he tenido que vivir del aire y de los amigos, la familia, la suerte... Sé que no tendré pensión, y si cae algo será mínimo, del todo insuficiente.

Me faltan las fuerzas para luchar por vivir dignamente. Acabar mis días sobreviviendo no es lo que había soñado, pero esperar algo más es simplemente de ilusos. La crisis del 2008 duró demasiado y cuando había terminado las medidas temporales que se tomaron para solucionarla pasaron a ser definitivas. Impuestos, derechos recortados, educación y sanidad en manos privadas... los dejamos hacer, confiamos, y fue un error. Ahora miramos atrás y nos parece mentira que antes de la crisis el Estado del Bienestar fuera algo real.

Nuestros hijos y nietos nos miran como estuviéramos locos cuando les hablamos de esos días. Ellos ya han nacido en un mundo podrido y el olor hediondo de estos tiempos no les hace retorcer el gesto. Cuando les hablo del futuro, de lo que se podría hacer para mejorar el sistema, se ríen de mí. Es normal, son fantasías de un viejo senil. Ya nos tienen. Nos han ganado, y lo que es peor, nos han convencido de que tienen razón.