Arthur Honkytonk, 1915.
Como sabéis a veces me gusta analizar alguna de esas llamadas grandes citas hechas por grandes hombres que dan grandes dolores de cabeza cuando uno se pone a pensar en ellas. En este caso quiero fijarme en una de las muchas que pronunció el político norteamericano Arthur Honkytonk, congresista a principios de siglo XX, etnólogo, psicólogo y aficionado al origami (esto último es menos improtante pero da fe de su gusto por todo lo metódico).
El contexto en el que fueron dichas estas palabras es quizá tan importante como el contenido que quieren expresar. Este par de frases forman parte del discurso que el propio Arthur dio a sus seguidores el día en que ganó su segundo mandato como congresista. Solo un mes antes parecía que iba a perder su cargo en favor de un joven demócrata pero tras descubrirse que este tenía un affaire con una señora de mala reputación, el voto se decantó claramente por el ya entonces veterano congresista Honkytonk. Quizá, pensaron muchos, se refería a esta situación cuando pronunció estas míticas palabras. Todo puede ser. Las vueltas que dio antes de llegar a su destino fueron muchas y supo no marearse, no rendirse, antes de la inesperada victoria. Es una forma de verlo. En mi opinión la explicación es mucho más banal.
Arthur Honkytonk era un hombre tremendamente despistado. Así lo pudimos leer en sus memorias, en las que él mismo lo admitía: "He olvidado muchas veces adónde tenía que ir y si no es por mi agenda, que llevo siempre al día..." En más de una ocasión llegó tarde a un mitin, a una reunión de trabajo o al propio Congreso porque olvidaba la hora de la cita o la cita misma, o se perdía en el camino, ya que procuraba ir andando si era posible. Siempre se disculpaba alegando que había sido interrumpido en su marcha por algún ciudadano que le quería preguntar por esta o aquella cuestión, para pedirle consejo o exhortarle a que elevara alguna cuestión de importancia para él o sus vecinos en el parlamento. Por las declaraciones de sus amigos, la mayoría de las veces estas interrupciones solo existían en la imaginación del propio Arthur. El congresista se perdía día sí día también y trataba de ocultaro por vergüenza. A esto, y esta es mi teoría, ya lo habréis podido adivinar, se refería cuando habla de esas "vueltas antes de llegar a nuestro destino". En cuanto a lo de no marearse en el camino entramos en un terreno delicado. El del alcohol. Arthur Honkytonk nunca admitió ser alcohólico, pero ni falta que hacía. La mayoría de las veces llegaba al Congreso borracho. Otras ni siquiera conseguía llegar. Los ujieres trataban de hacerle pasar la borrachera con sobredosis de café y con alguna ducha de urgencia, sobre todo si era él quien tenía que hablar en el hemiciclo. Sus compañeros lo admiraban por su verbo ligero y sus profundas disgresiones, a menudo largas como días sin pan, pero sabían de su problema con la botella, y se lo permitían. El día que tenía que hablar y estaba un poco achispado no pasaba nada. Incluso se podía decir que una copita era buena compañera a la hora de dirigirse al resto de congresistas. El problema era cuando el número de tragos era incontable. Entonces procuraban pararle los pies y pedirle que dejara su discurso para el día siguiente.
Nadie esperaba que ganara las elecciones para un segundo mandato. Ni él mismo. Pero la gente rechazó al joven adúltero en favor del viejo borracho sin dudarlo. En el discurso de investidura no pudo evitar cerrar su intervención con esas palabras, aludiendo a su despiste y a su adicción al alcohol. Sus compañeros, estoy seguro, lo entendieron perfectamente. No veo que se pueda interpretar esta cita de otra manera que de la que os acabo de exponer, claro que puedo estar equivocado. Faltaría más.
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