Lapo mental 98

Había una vez un niño que vivía a su bola encima del gran árbol. Allí pasó sus primeros veinte años. Día tras día sobre la gran copa del gran árbol, el niño crecía casi sin darse cuenta. Al despertar el primer día de su vigésimo primer año, sentenció: "vaya coñazo", y se comió otra manzana.

Lapo mental 97

Ahora que soy mayor, más abuelo que nieto, me doy cuenta de la suerte que tuvimos mi hermano y yo al poder pasar esos largos y pegajosos veranos en casa de la abuela Lola, lejos de la ciudad, lejos de mis padres, rodeados de madera vieja, altos techos e historias, porque la abuela tenía la cabeza llena de historias... Cada día, después de comer, nos sentábamos en el salón, mi hermano y yo en el suelo, mi abuela en su eterno sillón de orejas, que olía a recuerdos y crujía como sus propios y jubilados huesos. Cada día una historia y cada noche un sueño, y al despertar un desayuno increíble.
Un verano dejamos de ir a la gran casa y al año siguiente ella murió. Desde entonces no he vuelto a soñar.

Lapo mental 96

DIALOGOS QUE NO VEAAH

Escena IV

De noche, luna llena, alguna nube, frío playero, en el parque Nicolás Salmerón, Almería, España. Gente bebe y ríe, murmullo de fondo. Dos Amigos, vaso en mano, filosofan a su bola.

El Amigo 1 es rubio, alto, viste pijo y lleva el pelo con un pequeño tupé engominado, un aro en la oreja izquierda y un anillo en el dedo gordo de la mano derecha.

El Amigo 2 es igual que el Amigo 1 pero moreno (no es por simplificar, es que es así).

Los plurales van sin ese, se abren las vocales, otras palabras tampoco terminan (indicado con "h").

AMIGO 1: Poh a mí me suda la polla lo que diga el Riky... (bebe de su copa).

AMIGO 2: Poh si yaaa (bebe de su copa).

AMIGO 1: Eh que no veah, joder, poh si yo le dije que no le dijera na a la tonta de su novia, ¿no veh que eh máh tonta queún bocao en la polla? Eh imbécih. (bebe de su copa).

Pasa una chavala y su amiga. Es guapa y lleva la ropa ajustada. Al pasar por delante de los Amigos se le oye hablar con la amiga.

CHAVALA: Sii hooombre, con ese imbécih no quiero naa... eh tontico. ¿Koraeh, Trini?, que si llego tarde mi padre mehcalabra.

AMIGO 2: Ta buena esa eh. (bebe de su copa).

AMIGO 1: Jaajaja, jue, sí, me la follaba sin lavar ni na. (bebe de su copa).

FIN (bebe de su copa).

Lapo mental 95

La triste historia de un triste hombre que estuvo en un tris de ser feliz


Este es el típico título que te jode el final, porque todo el mundo sabe nada más ponerse a leer que el protagonista, el triste hombre, tan triste que ni un triste nombre tiene, cruel autor que ni nombre pone a su literaria víctima, qué poco respeto, pensará el lector y así es, porque ningún ser, real o imaginario, merece el catigo de vivir sin nombre...

... decía, antes de desvariar, que con sólo leerlo ya sabemos que el triste hombre sin triste nombre vivirá una historia llena de obstáculos, de malos momentos, cruel autor... ¿por qué está triste ese hombre? porque el autor no hace más que fastidiar todo lo que el pobre hombre quiere hacer. No encuentra trabajo, no se enamora, no se enamoran de él... ni siquiera su equipo de fútbol gana un simple partido amistoso... ¡en un tris de ser feliz!... se me vienen a la cabeza mil torturas que infligir en las carnes de tan desalmado autor, infraser que dedica su tiempo a hacer sufrir a su triste hombre, página tras página, capítulo tras capítulo... ¿qué pasará por la cabeza de ese imbécil? ¿qué le lleva a ser tan malvado? ¿acaso no tiene sentimientos buenos, no ama, no tiene amigos, su padre le sodomizaba de chico, no folla?

... ¡hijo de puta!, si me estás leyendo, que sepas que no pienso leer tu puto libro. Espero que vosotros tampoco, amigos.

Lapo mental 93

Al princio éramos diez. Ahora sólo quedamos tres en el ático y otros dos en la segunda planta. Los muertos están en el congelador de la quinta. Ayer oímos ruidos en la cuarta pero resultó ser una rata. Es curioso, cuando todo era normal las ratas no se atrevían a acercarse tanto a los hombres. Ya no nos temen. Esta mañana hemos vuelto a echar a suertes y me ha tocado ir de caza. El truco está en estarse muy quieto para oír cualquier ruido y así no coincidir en las cocinas con los de la segunda planta. Esta noche pensaremos qué hacer cuando se acabe la comida. Ya queda poca pero nos resistimos a salir del edificio. A veces hay disparos. Los oímos pero no vemos nada. No nos atrevemos a asomarnos a las ventanas. Afuera puede haber alguien apuntando. Creemos que los de la segunda planta se han ido esta tarde. Más tarde o más temprano tendremos hacer lo mismo.

Lapo mental 92

Ya los daba por perdidos. Abandonados en el ciberspacio algunos, otros cogiendo polvo binario en un disco duro muerto, otros en algún correo electrónico de algún antiguo compañero de trabajo... Son los relatos de Ana. Bueno, no todos, sólo los que el maestro Pelayo guardaba en su casa, quizá esperando que algún día fueran valiosos por ser obra de un servidor, futuro premio Blaneta, Madal o Fervantes... Aquí los dejo, fruto de momentos de tensión, escritos huyendo de la mirada acusatoria de mi superior en horas de trabajo, algunos a papel para huir de la censura... "Ana fue un personaje vital en su carrera como escritor", dirán...

Ana en la fiesta del cole

Al final de curso siempre hay una fiesta en la que los de último nivel sacan dinero para su viaje de estudios. Ana nunca había ido a la fiesta. Siempre había sido muy pequeña y su madre no le dejaba ir, pero Ana tenía ya 12 años y por fin su madre había entrado en razón.

Lo que la mamá de Ana no sabía era que la niña había decidido dejar en la fiesta su virginidad y volver a casa hecha toda una mujer. Aún no había pensado quién la iba a cambiar de status sexual y la verdad es que no le importaba mucho. Cualquiera le serviría. Al fin y al cabo una polla es una polla y no había más que encontrar una voluntaria que quisiera hacer los honores. Y tuvo suerte, porque aquella noche vio más pollas que estrellas en el cielo…


Ana y la Semana Santa

Ana estaba feliz. La Semana Santa se acercaba y eso significaba que no tendría que ir al cole. Unos dias de tranquilidad sin la pesada de su profe Amalia, que siempre intentaba meterle mano cuando tenía clase de gimnasia, y la miraba con los mismos ojos de su perra Carrie cuando está en celo.

Lo mejor de Semana Santa eran los roscos de su abuela. Todos distintos, blanditos y recubiertos de azúcar que la viejecita rayaba hasta dejarla fina finísima.

Le encantaba ver cómo su abuela hacía los roscos, paso a paso, despacio y con mucho cariño. Disfrutaba viendo cómo empolvaba la masa con el azúcar y, cuando su abuela no miraba, metía el dedo en el tarro para llevarse a la boca ese dulzor que prometía ser infinitamente mejor cuando los roscos estuvieran terminados.

Nadie en la familia conocía el secreto de los roscos de la abuela. Sólo Ana. Porque la niña había visto cómo la abuelita pasaba el mortero por su coño antes de machacar las almendras.



Ana y la cerilla

Ana no era pirómana pero, como a todos, alguna vez le daba por disfrutar de la belleza embelesadora de una llama. Una tarde sin cole se tropezó con una caja de cerillas que su madre guardaba celosamente bajo llave en un cajón de la cocina. Casualmente la llave estaba en el bolsillo del vestido de la niña y al rato, con no mucho esfuerzo, la caja de cerillas también.

La llama no tenía por qué ser exagerada. Ella no pretendía provocar un incendio, al menos no antes del verano, cuando todo prende mejor y el barrio entero sería mejor pasto de las llamas. Sólo quería hacer una hoguerita pequeña en casa.

Para ello necesitaba cosas para quemar. La peluca rubia de su madre fue su primer objetivo. Lugo le tocó el turno a la pata de madera de su abuelo, la teta postiza de su abuelita, el pollón de goma orgánica que su padre usaba para suplir sus deficiencias sexuales en la cama…

Lo juntó todo en un montón en medio de su habitación e hizo saltar la chispa que prendió a la cerilla que llevó la llama hasta la peluca que originó el fuego que quemó la madera que derritió el pollón que dejó en el suelo una bonita marca en forma de corazón que la madre de Anita jamás pudo quitar y que sólo arrancó el incendio oficialmente no provocado que carbonizó el barrio bien entrado el verano…


Ana y la grapadora

Ana lo pasó fatal cuando “sin querer” grapó a su hamster contra la pared de su habitación. El bicho chillaba como si se le fuera la vida, y es que se le iba, porqu la niñita había acabado la tira de grapas perforando el pelaje blanco del roedor hasta convertirlo en una masa sanguinolenta que espasmódicamente palpitaba pidiendo en cada convulsión un perdón que nunca llegaría.

La razón para tal atrocidad descansaba en el siguiente principio: “si te comes mis galletas, te grapo a la pared”, idea madurada por Anita después de muchos años de reflexión y que había tenido que poner en acción dado que el puto ratón se había zampado sus galletas con fresa. De todas formas Ana lo pasó mal al ver morir al bicho, casi lloró por su pérdida, pero peor lo pasó cuando se dio cuenta de que se había quedado sin grapas para su trabajo del cole sobre la masturbación femenina.