Respuesta a cartas de los lectores

Interrumpo momentáneamente la emisión de los habituales lapos mentales para responder a unos lectores.

Antes de ir al grano, dejo constancia de que no lo hago por gusto: no me gusta hablar directamente con los lectores ya que para mí ellos son un ente abstracto y me gusta que ellos me vean a mí de igual forma (o sea, que no me vean). Siempre he mantenido el anonimato y no creo que eso suponga ningún problema para nadie. No hablo de temas importantes, no me meto con nadie y procuro no insultar, de manera que nadie me puede acusar de no dar la cara, de tirar la piedra y esconder la mano, porque no hay piedra (sí mano, manos, dos, para ser preciso). Se puede decir que aquí, en este mundo de lapos, el anonimato es inofensivo y poco o nada defensivo. De todas formas mi correo electrónico está disponible y hasta hay algún lector habitual que conoce mi dirección física (por un error mío que ya no puedo subsanar, salvo futura mudanza nocturna). Y por aquí han llegado las quejas. Concreto.

He recibido varios correos electrónicos y una nota atada a un ladrillo, que por cierto ha atravesado la ventana (abierta, ¡huy!) de mi salón para, milagrosa e irónicamente, colocarse al lado del Ulises de Joyce en mi librería de castaño. Salvo por el soporte elegido, los mensajes son bastante similares: una educada, entendiendo por educada "no letal", solicitud hacia mi persona para que abandone "inmediatamente" la "penosa y lastimera" costumbre de escribir lapos en este blog, con el objetivo de "liberar" a la especie humana de mis "alaridos desafinados" de "ínfima calidad literaria" y de "dudoso gusto".

Como entenderéis, y me dirijo a los seguro sorprendidos e inocentes lectores habituales, me he visto obligado a recurrir al blog para responder a estos señores (por llamarlos de alguna manera), ya que en sus anónimos no han puesto ni el nombre (claro...) ni dirección electrónica o física de contacto.

En fin, respondo... allá voy:

Pues no os falta parte razón. Pensaré vuestra amistosa propuesta y ya si eso os digo algo.

Bodas

En cuanto tocaron suelo, el novio se bajó del globo aerostático vestido con un frac multicolor y con una sonrisa explosiva. Por un momento pensé que me encontraba en una escena de El mago de Oz o de Mary Poppins. La orquesta apuntó sus vientos hacia el planeta, como mandaba la tradición, con la típica llamada musical que nos decía que la novia estaba a punto de hacer su aparición. Y no tardó en aparecer, montada en su unicornio, rodeada por toda la familia hasta el quinto grado y con la lanza de cristal que, según me explicaron, simbolizaba la aceptación del novio aunque no la sumisión. Muy civilizado. Los presentes, unas quinientas personas, nos acercamos al estanque en cuyo centro esperaba el cura. Bueno, el cura es como lo llamo yo. Realmente no tiene nada de cura. Es algo así como el guardián del bosque, que sólo se deja ver por los demás mortales una vez cada cincuenta años cuando accede a casar a los herederos del reino. Ella en su unicornio y él nadando (sigo sin entender esto) llegaron hasta el centro del estanque donde comenzó el ritual final. Después de unas palabras en una de sus lenguas antiguas, los novios se arrancaron el uno al otro una de las orejas (realmente asqueroso) y se juraron amor eterno. Luego vino la fiesta y nos pusimos hasta arriba de comer y ciegazos perdidos.

Las bodas son cosas extrañas pero, si tienes un amigo en Titán que se casa, vas y punto.

El concurso (I)

En la cuarta fase del concurso tenía que encontrar a un señor mayor y convencerle para que viviera conmigo al menos dos meses. Tenía 1 hora para conseguirlo. La prueba no era fácil, pero después de pasar las tres primeras etapas camino del premio final, no estaba nada dispuesto a rendirme, y salí del plató corriendo hacia la calle. La Gran Vía estaba a rebosar de gente. Día punta, hora punta y yo, vestida de lagarterana (por la segunda fase del juego), me subí a valla que separaba la calle de la acera y oteé en busca de un señor mayor, Gran Vía arriba, Gran Vía bajo, y nada. Los viejos no van a la Gran Vía. Allí sólo había chavales y guiris. Entoces me quité los zapatos de tacón y corrí hacia la calle Luna. Craso error. En cuanto las putas de la zona me vieron llegar, reaccionaron como una manada de hienas y corrieron tras de mí con la intención de zurrarme de lo lindo mientras yo trataba de explicarles que no estaba allí para quitarles sus esquinas, que era un concurso... pero nada. Subí la Corredera con el corazón en la boca y los gritos histéricos y blasfemos de la horda de meretrices. Cuando se cansaron/vieron que yo me alejaba de su territorio, pude parar y recuperar el aliento. Entré en un bar, el reloj de pared de Martini me decía que había gastado apenas un cuarto de hora; pasé al baño y trate de desputiferar mi cara: fuera maquillaje, uñas postizas y pestañas; me recogí el pelo. Luego pasé por un chino y me compré unos zapatos bajos y un vestido made in china (allí mismo me lo puse, en el pasillo de los tuppers) que me acercó un poco al look María Teresa Campos rejuvenecida.

Estaba lista. El reloj con forma de Cristo fosforito del chino me dijo que me quedaban 35 minutos. Hostias. Salí a la calle, cerré los ojos y agudicé el oído. De siempre he tenido buen oído y de algo me tenía que servir. Escuché un martillo neumático no muy lejos. Crucé varias calles y di con la obra. Bingo. Dos viejos miraban embelesados la obra de acondicionamiento incluida en el Plan E del barrio: cambio de aceras, mejora del parque, que incluía cambio de bancos, árboles, una estatua y una fuente. Sobre los bancos hablaban los dos viejos. Uno de ellos tenía problemas de espalda y dudaba, al ver el nuevo mobiliario del parque, que esos bancos tuvieran un respaldo que a él le viniera bien para sus achaques. Pensaba protestar, pero dudaba que tuviera alguna respuesta, visto el resultado de sus anteriores protestas (cambio del semáforo por otro más moderno pero con un ruido para ciegos horrible, farola que daba luz cuando no hacía falta, excesivo paso de viandantes por la zona). Decidí que ese sería el señor mayor (o el amigo, si fallaba el primero). Tenía una media hora para conseguir su objetivo.

Insomne

Recuerdo las noches sin dormir en la garita, cuando hice la mili. (Falso. No hice la mili. Tengo que inspirarme en vivencias propias. Empiezo de nuevo.)

Recuerdo las noches sin dormir, borracho de whisky barato, en la zona de juerga malagueña. (Ahora sí. Esto se parece más a la realidad. Veis, me inspiro en un hecho real para hilarlo ahora con algo completamente falso.) Ligaba como el que más. Era entrar en un pub y llevarme del brazo a quien quisiera. Mis amigos no entendían cómo alguien como yo acababa siempre triunfando. La verdad es que yo tampoco lo entendía. Era un tío normal. Pero se ve que ellas no me veían así y yo qué iba a hacer, ¿decir que no? Pues no, que la vida es corta y las copas caras.

Hoy es una noche de esas, pero sin amigos ni mujeres ni copas, o sea, que estoy despierto cuando debería estar durmiendo. El reloj marca las 2:49 de la mañana, y subiendo. Hace calor, nada se mueve, las gatas duermen en el garaje. Debería de estar leyendo en vez de escribiendo. Leer da más sueño. Escribir me reactiva y puede hacerme entrar en un bucle infinito hasta el amanecer y eso hará que mañana me arrastre por el mundo como un desecho infrahumano.

Son estos momentos los ideales para entrar en contacto con fuerzas paranormales. En serio. De noche, delante del ordenador, el calor, una mosca que se posa un rato y luego sale volando... es el mejor momento para que una luz entre por la ventana y una música con trompas y violines acompañe al ser de otro mundo que viene para contarme algo, llevarme con él o preguntarme por la dirección de algún vecino, el verdadero protagonista de la historia. Pero no pasa nada. Afuera todo está negro y las estrellas en el cielo no dejan de ser eso, estrellas en el cielo. El calor les ha quitado todas las connotaciones habituales: hoy no son románticas, ni especialmente brillantes, ni me hacen imaginar otros mundos, o pensar en si la que estoy mirando sigue existiendo o explotó hace miles de años y ahora sólo veo su luz que sigue viajando por el espacio hasta aquí, como perro sin amo. Hoy son punticos blancos y ya.

El grillo ya no canta. Ahora sería el momento perfecto para acercarme a su oído y gritarle con todas mis fuerzas. Ojo por ojo. No digo con esto que no pueda dormir por su culpa, pero le debo más de una, y no las olvido fácilmente.

Tengo un vecino que lleva un mes con un coche apoyado en un bloque de hormigón. No me preguntéis por qué, pero así lo tiene. Al principio tenía sentido: le faltaba una rueda y se ve que no tenía recambio. Pero ahora la rueda ya está puesta y el coche sigue apoyado en el bloque de hormigón y ya no le encuentro explicación. Podría preguntarle, claro, pero en el fondo a mí qué más me da, ¿no?, como si quiere poner el coche del revés...

Voy a intentar dormir. Si no puedo, vuelvo.

Mis paseos

En mis paseos por el campo veo mucho verde y mucho marrón. Es en esos momentos cuando echo en falta saber más de plantas y rocas. Así podría decir "hum, mira, eso es tomillo, tomillus campestris, buenísimo para la tensión y para evacuar", o algo así. Y al ver una formación geológica distinguir entre tierra arcillosa, el granito y el muro caído de una antigua casa. Que no es porque me interese demasiado el tema. La naturaleza me gusta por su belleza panorámica, así, a todo lo que da la vista. Ya en detalle me da más igual, la verdad. Que no digo que no tenga su importancia, pero que a mí normalmente no me llama la atención. Lo digo porque a veces está bien para fardar de saber de esas cosas. Otras veces está muy bien para no quedar como un ignorante. Esto segundo me pasa mucho: la gente se me indigna cuando no distingo un pino de una encina. Y digo yo, si al árbol le da igual que lo confundan con otro... por qué se tiene que molestar un tercero. Si al final a quien le perjudica a es a mí, que quiero escribir sobre un sauce y ni puta idea de cómo describirlo. Tronco, ramas, ¿verde? Ahora entendéis el porqué de mis limitaciones a la hora de situar historias en el campo. Opto por las ciudades o el desierto (sin cactus). En fin.

Acuarius

Es lo único que puedo beber sin desear morirme al mismo tiempo. Y lo odio. Sabe a medicina, pero mi tripa está en huelga, ha dicho Basta y yo no soy quién para llevarle la contra.

Aprovecho el momento para protestar. Dicen que el hombre es una máquina casi perfecta. Un organismo complejo difícilmente imitable. Y una mierda, digo yo. El aparato digestivo falla más que una escopeta de feria. Propongo pasarnos al reino vegetal. Con lo que nos gusta tomar el sol seríamos los vegetales perfectos. Verdes, eso sí, pero perfectos. Y las sales minerales las cogemos por los pies, y punto.

Por eso digo, NO al aparato digestivo humano. (Esta misma semana hago pins con mi nuevo lema.)

Vida de gato

Por la mañana me levanto cuando quiero y me acuesto cuando me siento cansado, aunque todavía sea de día. Vagabundeo a ratos, ratos largos y ratos cortos, y a ratos me tumbo. A veces algo me distrae y lo miro un rato, con curiosidad que caduca pronto, ya, y vuelvo a lo mío. Si tengo hambre, como, lo que haya, y tiro de la cisterna si hace falta.

Las gatas me miran con su gesto triangular y fijo. Pensarán que quiero ser como ellas. Se equivocan y se lo explico, yo siempre hice vida de gato, pero no me creen.

Conspiraciones y el mar

Dicen que no se puede respirar agua. ¿Quién lo dice? No sé, científicos, la gente en general, y no es verdad. ¿Ya, pero por qué querrían contarnos esa mentira? Porque saben que, si supiéramos que podemos respirar bajo el agua, la mayoría de la gente se habría ido a vivir bajo el mar hace mucho mucho tiempo.

El punteo

En mi grupo yo soy el que hace los punteos de guitarra. El solo. Se para el mundo y me luzco. Me gano los aplausos de la gente y las tías se derriten con el movimiento de mis dedos sobre las cuerdas. Arriba y abajo, a veces rápido, a veces lento, las hipnotizo y hasta las hago llorar. Las muy tontas se embelesan. Procuro ser original. En el mismo tema no siempre hago el mismo punteo. Lo cambio a menudo para sorprender a la gente. Se quedan con la boca abierta, confundidos porque esperan una cosa y les doy otra, casi siempre mejor. Una vez fui tan genial que mis compañeros se olvidaron de entrar cuando les tocaba. Y no me sorprendió en absoluto porque paso miles de horas creando y practicando. Quiero que cuando llega el momento del directo sea especial. Ni siquiera los del grupo conocen mis punteos hasta que los hago en el escenario y claro, así se flipan, tanto o más que el público. Y me da igual que lo que toquemos sea una versión de El Fari, que de Camilo Sesto, que de los Pequeniques o de Enrique y Ana... siempre meto mi punteo y los dejo patidifusos. En la última actuación, creo que fue en Albox (Almería), llevábamos 5 horas tocando, eran las fiestas del pueblo, y, como solemos hacer, acabamos con nuestra versión mejorada de Paquito el Chocolatero. Entonces, a mi señal, se quedó la batería sola y entré con mi punteo brutal... eran las seis de la mañana y el público que quedaba, unos cuantos borrachos y dos señoras que bailaban pasodobles sonara lo que sonarase detuvieron durante unos segundos, sorprendidos por mi intervención, y de pronto la emoción los embargó. Vi lágrimas, vi pasión, vi devoción. Y es normal, joder, que es que mis punteos son la hostia.

Las moscas y Bolaño

Las moscas de mi casa tienen estudios. Por lo menos acabaron el BUP. Lo sé porque cuando me tumbo a leer a la sombra del olivo, se posan en mis hombros y leen conmigo a Bolaño. Si soy sincero no me molesta en absoluto. Una vez se acomodan y se enfrascan en la lectura todo es paz, o casi. Un par de veces he notado que alguna acababa la página y se impacientaba ligeramente, daba un par de saltitos para meterme prisa y luego volvía a su sitio. Tienen que entender que yo sólo tengo dos ojos para leer y ellas, la tira; normal que acaben antes que yo. En fin. Cuando decido dejar de leer (mi respeto por ellas no llega al punto de pedirles permiso) me toca sentir algo de envidia (mucha). Las moscas lectoras se van volando hasta la mesa e inician lo que intuyo es una charla-coloquio sobre la lectura del día, de mi libro, el que han leído gratis, sin tener siquiera la decencia de invitarme a participar, aunque sea de oyente.

La sombra

En la pared hay una sombra y no logro saber qué la proyecta.

Con un lápiz, he pintado el contorno sobre el gotelé cada media hora para confirmar que efectivamente la sombra se mueve como todas las sombras hijas de la falta de sol.

A las ocho y media más o menos la sombra se ha ido de mi habitación.

Mañana esperaré sentado a que vuelva. He comprado unos prismáticos para buscar su origen, porque deduzco que si a simple vista no lo he visto, será algo bastante lejano.