Antes de ir al grano, dejo constancia de que no lo hago por gusto: no me gusta hablar directamente con los lectores ya que para mí ellos son un ente abstracto y me gusta que ellos me vean a mí de igual forma (o sea, que no me vean). Siempre he mantenido el anonimato y no creo que eso suponga ningún problema para nadie. No hablo de temas importantes, no me meto con nadie y procuro no insultar, de manera que nadie me puede acusar de no dar la cara, de tirar la piedra y esconder la mano, porque no hay piedra (sí mano, manos, dos, para ser preciso). Se puede decir que aquí, en este mundo de lapos, el anonimato es inofensivo y poco o nada defensivo. De todas formas mi correo electrónico está disponible y hasta hay algún lector habitual que conoce mi dirección física (por un error mío que ya no puedo subsanar, salvo futura mudanza nocturna). Y por aquí han llegado las quejas. Concreto.
He recibido varios correos electrónicos y una nota atada a un ladrillo, que por cierto ha atravesado la ventana (abierta, ¡huy!) de mi salón para, milagrosa e irónicamente, colocarse al lado del Ulises de Joyce en mi librería de castaño. Salvo por el soporte elegido, los mensajes son bastante similares: una educada, entendiendo por educada "no letal", solicitud hacia mi persona para que abandone "inmediatamente" la "penosa y lastimera" costumbre de escribir lapos en este blog, con el objetivo de "liberar" a la especie humana de mis "alaridos desafinados" de "ínfima calidad literaria" y de "dudoso gusto".
Como entenderéis, y me dirijo a los seguro sorprendidos e inocentes lectores habituales, me he visto obligado a recurrir al blog para responder a estos señores (por llamarlos de alguna manera), ya que en sus anónimos no han puesto ni el nombre (claro...) ni dirección electrónica o física de contacto.
En fin, respondo... allá voy:
Pues no os falta parte razón. Pensaré vuestra amistosa propuesta y ya si eso os digo algo.
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