Los peligros
A veces salgo a la calle y todo me parece peligroso. Me recuerdo a una tía mía, asustadiza de nacimiento, que veía microbios genocidas en todas partes, "cierra la boca, que te entran los microbios", gritaba. A lo mejor algo se me quedó de ella (me pasó su particular microbio) y por eso alterno confianza plena con miedos atávicos. Será la edad, me digo, que chocheo prematuramente. No sé. Los miedos estos son encima poco prácticos, porque el día a día se te hace denso, lleno de obstáculos que los demás no tienen. Salgo a la calle y el sol está allí arriba y quema: no olvides la gorra, ponte protección solar; los coches van como locos: mira varias veces a derecha y a izquierda antes de cruzar, qué imprudentes. Los niños juegan con la pelota y te puedes llevar un buen golpe: te alejas mirándolos con odio, son homicidas potenciales, te pueden romper las gafas con un balonazo y los cristales se te pueden clavar en los ojos (aunque ya te habías quedado ciego simplemente por quedarte sin gafas). Y de noche, cuidado por dónde andas: hay ladrones en todas partes o te pueden raptar y robarte los riñones (los dos). Todo es peligroso. Todo. Pero sólo a veces, cuando me da por ahí. Otra veces salgo y como si nada.
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