Callejeando por mi pueblo, el de ahora, no el de antes, encontré una calle no vista hasta entonces. La razón por la que no la había visto en mis anteriores paseos es que sólo se puede acceder a ella atravesando un bar (entrando por una puerta y saliendo por otra situada enfrente de la primera) y por un callejón muy estrecho que suele estar tapado por un coche aparcado, con lo que si no se conoce la calle no se te ocurre siquiera mirar detrás del coche. Vamos, que no se ve a simple vista. Yo, por supuesto, la encontré por error. Entré en el bar, me tomé una caña y salí por la puerta equivocada. Esperaba encontrarme con lo mismo de antes: la calle que baja hasta la plaza, algún coche, la puerta entreabierta del sastre. Al ver que no estaba donde debía me di la vuelta instintivamente con la idea de volver al bar y elegir la puerta correcta, pero algo me hizo detenerme y todavía no sé qué fue. La calle estaba vacía de gente. Sólo la puerta del bar a este lado y dos puertas que parecían dar a dos viviendas en la otra acera. A mi izquierda la calle se acababa y a la derecha pude distinguir el callejón. Si no fuera por el callejón aquello parecería más bien un patio interior, pero no era eso. Tenía una salida, y además en un patio no hay puertas de casas. Ni por supuesto un letrero en una de las paredes con el nombre de la calle. "El calvero". Tenía gracia, pensé. Como en un bosque en el que de pronto se hace un hueco libre de árboles. Un calvero, sólo que en un pueblo. Me acerqué a las casas y vi que estaban cerradas. Puertas cerradas y ventanas cerradas. Entonces fui al callejón tratando de adivinar antes de llegar él a qué calle daría. Creía conocerlas todas, pero visto lo visto, no me extrañaba que fuera a dar a una calle nueva para mí. Atravesé los tres metros del callejoncillo y me encontré con el coche aparcado. El dueño viviría en alguna de las casas, o quizá fuera del tío del bar. La cuestión es que lo había dejado tapando el callejón y tuve que pasar de lado entre la pared y el coche para poder salir. No era normal. Así no se aparca. Libre de estrecheces, me encontré en una calle bastante más amplia. Me sonaba pero no del todo.
El ruido de la aspiradora enturbió la imagen en la pantalla. Si ya era irreal antes, ahora lo era más. ¿Será así el infierno de los creyentes? ¿Todo igual que aquí pero con el continuo y ensordecedor ruido de una aspiradora?
Vagué, porque eso era vagar, buscando una calle conocida. Todas me sonaban, pero no del todo. Y cuando quise volver al callejón para deshacer mis pasos ya era demasiado tarde.
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