Los viejos

Hay dos viejos sentados que siempre me encuentro y nunca los he visto hablar. Están muy juntos, no tanto como parecer siameses, pero muy juntos. Cada uno juguetea con su bastón, sin pensar, lo cambia de mano, lo apoya en la silla, contra la pared, lo vuelve a coger. Uno lleva una gorra marrón, de pana. El otro una visera de esas que ya no existen, de las que no te tapan por arriba, no sé si me explico. Sólo visera, y vieja. Puede que sea de las que daban con el 7Up en su día, el siglo pasado, verde. Yo paso porque me viene de camino cuando voy a comprar el pan cada día (hoy no he ido, recordádmelo luego que si no se me olvida) y los saludo. Los dos hacen un ruido, que traduzco como saludo de respuesta aunque perfectamente puede ser que me estén mandando a la mierda. Luego siguen ahí, quietos, pensando, imagino. Al rato vuelvo a pasar, esta vez no saludo, ya con la barra en la mano, y siguen ahí, callados, como si llevaran tanto tiempo sentándose juntos que ya no tuvieran nada que decirse; ni falta que hace. Nunca los he visto llegar ni irse.

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