El joven hombre antiguo

Hoy he salido a dar un paseo con La Rosa de los Vientos en las orejas, como es habitual, y me he cruzado con un joven hombre antiguo que corría por el mismo sendero. En cuanto lo he visto me ha venido a la mente la imagen de un halterofílico (no es ninguna enfermedad rara, sino eso que llaman deporte y que consiste en levantar pesas, aguantar y soltar y que nos ponen en las olimpiadas cada cuatro años) de los años treinta. El joven hombre antiguo no tendría más de veinticinco años y corría despacio, con la clara intención de deshacerse de unos cuantos quilos de masa corporal aunque sin mucha fe. Vestía una camisola blanca de manga larga, de una talla o dos mayor a la suya y unos pantalones de deporte azules, anchos, largos y subidos hasta la cintura, con la camisa metida por dentro. Cuando se iba cruzar conmigo lo he saludado y él ha girado ligeramente la cabeza, como si me hubiese oído sólo un poco y no estuviera seguro de ello; como si no yo no estuviera allí realmente, he pensado después. Ha pasado a mi lado con su correr cansino y a los pocos metros me he parado, confuso, y me he quedado mirándolo conforme se alejaba, queriendo confirmar quizá si el joven hombre antiguo estaba realmente allí o si por contra iba a desvanecerse y a volver a su década de blanco y negro.

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