Los viejos de la Banda del Bastón sembraron el terror por toda la sierra durante muchos años. Pueblo tras pueblo, ninguno quedó libre de sus felonías. Se llevaron gallinas, puercos y hasta una mula vieja, por no hablar de algunos robos menores o las incontables humillaciones. Al alcalde de Villainquina lo dejaron como su madre lo trajo al mundo, atado en la encina de la plaza del pueblo y sin un pelo en el cuerpo. Al cura de San Eufrasio le hicieron comerse todas las hostias que había en la iglesia y beberse todo el vino.
El viejo del bastón era el cabecilla y otra quincena de jubilados lo acompañaban en sus fechorías. Todos le temían. En sus ojos no había piedad y no dudó jamás en usar la violencia cuando lo así consideró necesario. Era un malhechor de los de antes. La leyenda dice que no siempre fue así, que hubo un tiempo en que andaba entre los demás como un vecino más, y trabajaba, y hasta tenía una familia. Fue al llegar la jubilación cuando su mente se trastocó. Entonces convenció a sus compañeros de centro de día de su pueblo y se tiró al monte. O eso dicen.
Fue un polaco, Marcio Salierisky, quien después de muchos años consiguió pararlo. Las historias del final del viejo del bastón son incontables, todas ellas increíbles. La verdad nunca es tan espectacular como la leyenda. O casi nunca. Como cada noche desde hacía un mes el polaco Salierisky y su cuadrilla construían un chalet en Torreinsulsa, todo en dinero negro, claro, y seguro que sin permisos municipales. Casualmente la Banda del Bastón había elegido ese pequeño pueblo para una de sus incursiones y la calle donde los polacos levantaban la casa como camino de entrada para llegar hasta uno de los silos de grano que pensaban vaciar. Salierisky los reconoció al instante. Nunca los había visto pero las descripciones corrían de boca en boca y desde que llegara a España había oído una y otra vez las historias del viejo del bastón y su banda. El viejo andaba apoyándose en un palo y muy despacio le seguía un camión con las luces apagadas y con tres viejos más en la cabina. "Qué le trae a este pueblo, viejo", dicen que dijo Salierisky con voz autoritaria. El nonagenario levantó una mano y el camión se detuvo. Fijó la mirada en el polaco y levantó amenazante el palo que le servía de bastón. Luego miró el chalet, sonrió mostrando su boca desdentada e hizo una señal para que los demás viejos de la banda bajaran del camión.
Al día siguiente la policía detuvo a toda la Banda del Bastón, cuyos miembros se habían pasado toda la noche, embelesados, viendo el buen hacer con el ladrillo de la cuadrilla de polacos.
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