Sistema público

Entro en el Centro Sexual Público del barrio. Me han dicho que el Ayuntamiento ha incluido nuevas actuaciones este mes y se agracece, porque ya estaba un poco harto de la rusa contorsionista que juega con verduras. En la taquilla un funcionario con visera repasa unos impresos. Saco mis vales. Tengo cinco para todo el mes: tres por soltero y dos por pertenecer a familia numerosa. Al lado de la ventanilla, en un corcho, se puede ver la programación de todo el mes. La novedad es un juego sexual con animales y una chica negra que parte nueces con su vagina. El funcionario me pide el dni, el vale que voy a gastar y me pide que espere mi turno en la salita de al lado.

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Las revistas sobre la mesa son las mismas de siempre. Números atrasados de Playboy y Hustler. Parece que no han sacado este mes la Revista Pública de Sexo por una huelga de los funcionarios que la editan. Por lo visto quieren equiparar sueldos con sus homólogos del resto de la Unión Europea.

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Mi número es el 78. Me llaman pronto y una señorita me acompaña a la Cabina Pública. Tendrá treinta minutos, me dice. Aquí tiene papel higiénico, por si lo necesita. No haga fotos ni vídeos con el móvil. Si es tan amable, a la salida rellene el cuestionario sobre el servicio ofrecido. La Consejería quiere conocer el resultado de los últimos cambios en su política sexual. Asiento. Siempre es así. Casi pasas más tiempo rellenando formularios que disfrutando del servicio. Lo pondré en el cuestionario. Burocracia..., pero bueno, al menos es gratis.

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Un telón rígido se eleva y una chica semidesnuda sonríe mientras señala a sus amiguitos: un perrito, una serpiente y un pony. Pinta bien, me digo, y me pongo a lo mío.

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