solía mirar por la ventana en busca de miradas perdidas. me asomaba como un vulgar ladrón y, ansioso, provocaba el encuentro con aquellos desconocidos que pasaban por delante de mi casa. concentraba la mirada en ellos hasta casi sentir dolor hasta que uno, sin saber muy bien por qué, giraba la cabeza y cruzaba sus ojos con los míos. era un segundo, quizá menos, pero ya no me sentía solo. una dosis al día era suficiente, al menos durante los primeros meses. luego fue a peor.
la consciencia de ser individuos es la prueba más insoportable de que 'somos' solos. la mirada de los otros, el oxígeno que nos da vida y nos la quita. el espejo, la metadona cómplice que nos hace compañía.
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