El hombre medieval
Podría haber nacido miles de años después, cuando la Tierra sólo fuera un recuerdo y la galaxia se nos estuviera quedando pequeña después de haberla esquilmado del todo. Podría. Pero me tocó ser un hombre medieval, de dientes negros, esperanza de vida ínfima y educación insuficiente. Nadie me dio a elegir, nadie puso sobre la mesa una opción mejor que la de pasar inadvertidamente por este mundo primitivo. Unos años de agitación celular en mitad de un infinito inexplicable y nada más. Claro que yo nunca he sido consciente de esto. Mi limitada capacidad, mitad biológica, mitad educacional, sólo me ha dejado ver el reflejo del reflejo del reflejo distorsionado del borroso boceto de algo nada parecido a la imagen real de nuestro mundo. Serán otros hombres los que más adelante puedan, quizá, ver donde nosotros no hemos podido ver. En mi corta vida medieval sobrevivir es un objetivo más que aceptable. Quizá demasiado ambicioso, pero todos nacemos con él. Aguantar lo más posible para retrasar el juicio del más allá. Porque en mi época todavía vivimos con miedo. Miedo a la misma vida, pero más si cabe a la que suponemos habrá tras la muerte. Así nos lo han enseñado y así lo sentimos. Qué suerte tienen aquellos que han nacido libres de dioses. Como hombre medieval no puedo hacer otra cosa que creer en lo que me toca creer. Podría haber nacido miles de años después, pero no me dieron a elegir.
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