De procesión


"Hay que ver qué pocas mantillas hay este año..." dice la mujer torciendo el gesto, y lo achaca a la crisis. A nuestra izquierda, un Cristo con su cruz y dos romanos, uno a caballo, conforman el paso que abre la procesión. La banda chifla a todo trapo enardeciendo (ensordeciendo) de pasión a los pocos vecinos que siguen el cansino ritmo de la marcha. Las plañideras de luto y mantilla marchan con cara compungida (no sabemos si por la poca afluencia de público o por el dolor mil veces sufrido del Cristo de madera), alguna incluso descalza, "que habrá hecho promesa", apunta la mujer. Entre ellas, unas niñas, también de negro y peineta, ponen el punto grotesco a la procesión. (Apunte: la música me recuerda a la banda sonora de Lawrence de Arabia. Qué gran película, y rodada en parte en Almería, qué casualidad.) Unos guardiasciviles marchan frente al segundo paso, el de la virgen, que resulta ser de reciente cuño, copia de una sevillana, que se ve que estaba libre la franquicia para sacarla por estas tierras. Al paso, humilde, le faltan los oros, que llegarán con el tiempo y las aportaciones de los fieles del barrio. Alguna madre acerca al hijo para que intente tocar a la virgen. El niño no lo sabe, pero ese contacto le trará mil bendiciones o más. "Lo que yo no veo bien es que alguna lleve la falda por encima de la rodilla" dice la mujer torciendo de nuevo el gesto. "Tiene que llevarse más larga; como mínimo por debajo de la rodilla", aclara, y los demás asentimos como si de verdad aquella reflexión nos hubiera hecho ver la luz. Tras cada paso se agrupan los costaleros suplentes. Qué decir de ellos. Tienen toda la pinta de haber estado delinquiendo hasta el mismo momento de ponerse el costal. Y seguro que después de dejarse la espalda bajo el paso, seguirán con sus felonías habituales. Cerrando la marcha, un señor arrastra un carrito con las viandas para los sacrificados porteadores.

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