El cazo todavía estaba caliente, como el resto de su comida en el plato. El tenedor se había quedado a medio camino, a punto de ensartar un tibio ravioli, quizá dejado con prisas y con hambre. Su móvil estaba en el salón y por un momento pensé que estaría en el baño, que no se habría marchado aún. Pero no. Me quedé sin verla por un segundo.
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