En misa

Largos paseos calle arriba y abajo. Saludos a los vecinos, "buenos días"-"buenos días". Arrastrar de pies y las cigüeñas en sus nidos con sus ruidos de otro planeta. A las diez y media, la campana llama al rezo y, por primera vez en medio año, obedezco y me dejo entrar en el templo. La campana sigue sonando. Todavía vacía, la iglesia es un reflejo gris del cielo nublado, en penumbra suficiente. No veo a nadie. Siento que soy un intruso mientras recorro el camino hacia el altar. El cura estará preparándose para la misa, entiendo. Una señora entra por la puerta y busca su banco. Claro. Aquí la gente se sentará siempre en el mismo sitio. De pronto me ve y se sobresalta. Sí que soy un intruso, me confirma con la mirada. Mi aspecto es poco piadoso pero ella acaba medio sonriendo, saluda, se sienta y se santigua. A los pocos minutos llega el resto de fieles, casi siempre por parejas de mujeres, y algún hombre. El cura ya está en su sitio. No lo he visto llegar. Busco asiento y espero. Realmente no sé qué debo hacer. No quiero molestar y quiero pasar desapercibido. Quizá pueda imitar sus gestos, movimientos, sus rezos. Pero podría ser considerado como una burla y no es así. Simplemente no quiero ser observado por los vecinos mientras les observo yo a ellos.

El cura habla. Es sudamericano, por el acento. Resulta curioso, no me lo esperaba. Sí que es verdad eso de que falta vocación. En el sermón de hoy el sacerdote trata de explicar la muerte de miles de personas en un terremoto reciente. En resumen, su dios no tiene la culpa y si hay alguna culpa es del mal humano que hay en el mundo. Nadie discute su planteamiento. No sé si hay turno de preguntas y respuestas pero si lo hay nadie hace uso de él. Rezan por ellos, por esos miles de fallecidos, y con eso basta. El murmullo de los rezos que se alterna con los silencios y las palabras del párroco es hipnótico. Apenas entiendo lo que dicen. Las palabras salen arrastradas de sus bocas y se deforman al reverberar en la iglesia. Como en una marcha de soldados, a eso me recuerda, el cura dice unas palabras y los fieles le responden, en una especie de conversación ensayada, mil veces repetida, quizá carente de contenido y reflexión, tan sólo dicha con inercia ritual. También cantan, con ese tono tan reconocible, de ecos monjiles medievales.

En un momento determinado la gente empieza a levantarse y se acercan al cura. Es el momento de comer el cuerpo de Cristo. En ese momento decido salir de la iglesia. No quiero que piensen que vengo por la comida. Además, soy vegetariano. Afuera el sol trata de atravesar las nubes, sin éxito.

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