El cura habla. Es sudamericano, por el acento. Resulta curioso, no me lo esperaba. Sí que es verdad eso de que falta vocación. En el sermón de hoy el sacerdote trata de explicar la muerte de miles de personas en un terremoto reciente. En resumen, su dios no tiene la culpa y si hay alguna culpa es del mal humano que hay en el mundo. Nadie discute su planteamiento. No sé si hay turno de preguntas y respuestas pero si lo hay nadie hace uso de él. Rezan por ellos, por esos miles de fallecidos, y con eso basta. El murmullo de los rezos que se alterna con los silencios y las palabras del párroco es hipnótico. Apenas entiendo lo que dicen. Las palabras salen arrastradas de sus bocas y se deforman al reverberar en la iglesia. Como en una marcha de soldados, a eso me recuerda, el cura dice unas palabras y los fieles le responden, en una especie de conversación ensayada, mil veces repetida, quizá carente de contenido y reflexión, tan sólo dicha con inercia ritual. También cantan, con ese tono tan reconocible, de ecos monjiles medievales.
En un momento determinado la gente empieza a levantarse y se acercan al cura. Es el momento de comer el cuerpo de Cristo. En ese momento decido salir de la iglesia. No quiero que piensen que vengo por la comida. Además, soy vegetariano. Afuera el sol trata de atravesar las nubes, sin éxito.
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