El lapo carcelario

Me gusta dar de comer a las palomas y cuando no estoy escribiendo son ellas quienes reciben la mayor parte de mi atención. Frente a casa hay un parque donde mis palomas y yo pasamos las horas muertas, ellas comiendo y yo viéndolas comer. Es relajante e inspirador. Allí nadie me molesta. Pensarán que estoy loco o algo peor y no se atreven, quizá. A lo mejor ni me ven.

Ahora estoy en paz.

-¿Es usted el M.S. que escribió esto?

Ahora no.

Me parece intolerable que algo así pueda suceder. Es de mal gusto. Rompe todo mi equilibrio. Si creyera en el karma ahora mismo habría perdido varias toneladas. Hace un segundo podía ver perfectamente cómo las palomas picoteaban las migas de pan que magnánimamente les había regalado, cómo unas se perseguían a otras, rodeado de paz y armonía... Ahora un libro garabateado se interpone entre mis ojos y mis palomas.

-Diga, ¿es usted M.S., Marco Salieri, y escribió esto en la cárcel?

La cárcel. Mil imágenes pasan por mi imaginación, todas cargadas de sufrimiento. Una semana en prisión que me perseguirá toda la vida. Vuelvo la vista hacia el exterior de mí, al libro que alguien sujeta, tembloroso, frente a mí. Es un libro de biblioteca, con su cinta blanca en el lomo y las siglas que el bibliotecario conoce y que le dice en qué estantería ha de ser colocado. En el margen hay unas palabras manuscritas. Sí, son mías. Un lapo carcelario, más inspirado quizá que ninguno. Un lapo que creía olvidado, dejado en otra vida. La mano que lo sujeta es enorme y el brazo que le sigue, musculado y tatuado, sube hasta el hombro de gigante sobre el que descansa la melena que medio cubre el gesto inquisitivo que refleja el rostro curtido del gladiador, o eso me parece, que ha roto por hoy mi necesario momento de calma espiritual. Y ha ahuyentado a mis palomas.

-Sí, yo soy ese M.S.

El hulk tatuado respira hondo, cierra el libro y se sienta a mi lado.

-Yo soy Javier y usted ha cambiado mi vida.

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