Hace muchos años que no voy a una peluquería. Es un acto completamente innecesario dada mi alopecia galopante. Así es que he perdido algo propio de esos lugares: la conversación con el maestro de las tijeras y el peine, primero, y el vínculo peluquero-cliente que se crea después. El vínculo es lo más. Esa relación tan especial no se da en ningún sitio más. La habida entre el dueño del bar y el cliente habitual se le acerca... pero es distinta. Que un tío te toque la cabeza, corte tu pelo, el contacto, la cercanía... no sé, eso sólo se puede parecer a la relación del cirujano con el paciente, y en este caso el segundo está anestesiado, así es que no cuenta.
El vínculo entre peluquero y cliente es algo que echo de menos. Recuerdo al último peluquero de mi vida, que no fue el último en sentido temporal, pero sí el último con el que se dio ese lazo, esa confianza, ese llegar y que sin que tú le dijeras nada él supiera cómo querías el corte. Eso es algo que nunca se olvida.
Y por qué me acuerdo de esto ahora... porque hoy he comido en un restaurante regentado por un peluquero retirado de fama comarcal (nacional, según él), que me ha servido el menú del día, medio torpemente, y ahora, horas después, sigo preguntándome cómo es posible que haya querido renunciar a su trabajo, a su arte, a lo que se le da bien (muy bien, según él) y, sobre todo, a ese vínculo especial con el cliente que tanto echo de menos.
2 comentarios:
Tío, mereces un premio, en serio. Te ha salido aquí un corte de lapo perfecto.
Jajaja, un peinado creativo de última moda :D
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