Políticos, cosa del pasado

-"A principios del siglo XXI", copiad esto que seguro cae en el examen, "se acabó con el sistema por el que unos hombres, llamados políticos, gobernaban al resto de la población". ¿Lo tenéis?

El Sistema de Educación Personal miró fijamente a Ric, esperando que confirmara que había asimilado la información. Igual que él, otros millones de niños escuchaban aburridos la clase, cómodamente sentados en sus casas. Claro que lo tenía. Conocía la historia de ese siglo. El fin del sistema representativo y de los políticos como figuras dominantes. En cuanto la tecnología permitió la participación directa ya no hizo falta delegar las decisiones importantes en esos representantes. Tan sólo se elegía a un número reducido de funcionarios para cuestiones menores administrativas. La mayoría de las decisiones eran tomadas en conjunto por toda la población mediante el voto online.

Ric todavía no tenía edad pero pronto, quizá a los 15 años si pasaba el examen de madurez, podría también decidir. Había visto infinidad de veces a su padre ejercer su derecho. Tres o cuatro veces a la semana le llegaba un aviso con las decisiones pendientes. Tras leer los informes, siempre breves y precisos, accedía al sistema y marcaba su voto. Así de sencillo. Lo mismo para elegir políticas educativas que para decisiones bélicas o económicas. Todo estaba en manos de la elección directa de los ciudadanos. Ric estaba ilusionado y pronto podría decidir, estaba seguro.

-"Los políticos fueron despedidos aunque gradualmente. No todos los países aceptaron el cambio desde un principio. Algunos se resistieron. Había muchos intereses personales. El poder era algo ansiado por muchos". Clase de Historia número 103 terminada. Descanso de 10 minutos antes de Clase de Literatura número 46.

2 comentarios:

JuanRa Diablo dijo...

Pues la cosa no pinta nada mal. Mira que si fueras un Julio Verne con este vaticinio. ¡Regístralo!

MSalieri dijo...

Seguro que algún genio ya lo ha hecho. Yo sólo reencarno las ideas pensadas por otros antes, sin darme cuenta, claro, como aquella vez que creí haber inventado la lavadora, y resultó que... bueno, en fin.