La bachata de mis vecinos es cansina, repetitiva, y con su poder rítmico es capaz de deformar el tiempo. No sólo la percepción del tiempo sino el tiempo en sí mismo, como la atracción de los astros. La bachata de mis vecinos suena durante horas aunque ellos la reproduzcan durante minutos. Siendo racional, es de suponer que las canciones serán varias, decenas de ellas, con algún silencio entre unas y otras. Pero desde este lado de la pared, parece una única canción, con principio pero sin fin aparente.
No sé si los vecinos bailan. Es de suponer que sí. En España es raro poner sevillanas si uno no va a bailarlas. Mis vecinos sud-o-centroamericanos deben de ser de los que bailan. No me los imagino sentados, escuchando bachata como quien se funde mentalmente con alguna sinfonía. Bailan, ríen, quizá practiquen sexo o hagan sudokus. No lo sé. Hagan lo que hagan, una de las consecuencias de su afición por la bachata es que mi odio por ella aumente, y de paso nazca otro nuevo, un odio por ellos, por mis vecinos que bailan, ríen... y bla bla bla. Y como el fuego se combate con agua (que no con fuego), he sacado mi arsenal personal de música antibachata, que la hay. Si se encuentra la canción adecuada, se reproduce con el volumen indicado y se apuntan los altavoces en el ángulo perfecto, las notas de la canción antibachata son capaces de anular, una a una, las notas de la canción eterna y dolorosa de mis vecinos, igual que los golpes de batería de mi pop, o rock, o folk, barren con eficacia las ondas porculeras de estos incancables bachateros.
Mañana seré yo el que comience el combate. Con el desayuno, toca heavy.
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