Picor (VII)

Nada a mi alrededor. Nada, y nada más. Silencio absoluto. Ni siquiera me oigo respirar porque simplemente no respiro. Ellos tampoco me oyen hasta que les hablo. Se asustan. Soy la voz que oyen después de que todo termine y oírme los asusta. Van llegando, uno a uno. Me buscan al oírme y no me ven. Entonces les doy turno. Es sencillo. Ese es mi cometido. Punto. Nada más. Llegan, les doy el turno y se van. Así de simple.

-Su turno es el 415. Pase a la sala y espere a que en la pantalla aparezca su número. Entonces pase por la puerta que hay bajo el luminoso.

Es curioso. Llegan siempre de uno en uno. ¿Así muere la gente? ¿Uno a uno? ¿O antes de llegar a mí hay algo o alguien que hace de embudo, que los pone en fila para que todo sea más ordenado? Eso no lo sabe nadie de aquí y lo he preguntado muchas veces. Al del Despacho. Es con quien puedo hablar, a veces. Él sale a veces, cada cierto tiempo...

-Su turno es el 416. Pase a la sala y espere a que digan su número...

... sale a descansar, pasan meses hasta que sale. Y hablamos unos segundos, y está harto. Y yo también pero es que... es que no sé. ¿Qué pasaría? ¿Qué pasaría si...

-Tome, tiene usted el 417, siéntese ahí y espere.

... es que no sé. ¿Qué pasaría? Eso, qué pasaría si...

-Su turno es...

... ¿Y si...?

-Su turno es el...

-Mi turno es, sí, mi turno, ¿cuál es mi turno? ¿Qué pasa?

-... es que... verá. Hoy... disculpe, es que hoy ya no damos más turnos. Hoy ya no hay más, señor. Vuelva por donde ha venido y si acaso... si acaso vuelva mañana. Disculpe. Mmm, gracias.

Y ahora qué.

Ahora a esperar.

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