Con las monjas

Con las monjas, cuando era niña, todo era de mala leche. Y qué malas eran. Rezábamos, íbamos a misa y hacíamos sacrificios. Yo no sabía muy bien por qué. No lo entendía. Un día mi madre me pilló arrodillada sobre unos granos de arroz que previamente había tirado al suelo. Me miró como si no me reconociera. ¿Qué haces hija, que te vas a hacer daño en las rodillas? Y yo le dije que era cosa de las monjas, que hacía un sacrificio, que eso era bueno. Mi madre me hizo levantar y me regañó por hacer aquello. A los pocos años, tendría unos doce, decidí pasar de todo eso. Fue de pronto. No lo entendía y para mí era una pérdida de tiempo. Ni misas, ni curas, ni monjas ni rezos. Cuarenta años después sigo pensando lo mismo y me sigue sorprendiendo todo ese mundo de sotanas y rosarios.

2 comentarios:

Miguel Marqués dijo...

¡Coño! A mí me pasó parecido, aunque me costó más sacudírmelo de encima, y en el camino hubo miedos y etc.

Lo que más vívidamente recuerdo era cuando de muy chico rezaba y pedía cosas a Jesús. Desde el primer padrenuestro tuve una vaga intuición de que estaba hablando conmigo mismo, muy apretao, pero conmigo mismo. ¡En fin! Lo espiritual es otra cosa.

MSalieri dijo...

En este caso la experiencia no es mía, aunque está basada en hechos reales.