Obra teatral: por un mundo mejor

Se abre el telón. Una luz se proyecta desde lo alto y deja ver a un hombre vestido como un mendigo (quizá lo sea). El hombre parece molesto con la luz que por el gesto que hace lo está cegando. Se cubre con la mano derecha y parece buscar a alguien entre el público (si lo hay) y grita:

¡Rendíos,
rendíos,
impíos,
jodíos,
malnacíos!


Una luz roja, como un amanecer, ilumina desde detrás del escenario al coro. No se ven sus caras, sólo sus figuras, negras, a contraluz. Da cierto jiñe (jiñe dramático-infernal). Hay hombres y mujeres. Cantan:

Chunta chunta, chun (silencio),
chunta chunta chun (silencio),
chun, chun, chun.

Un coro de niños surge de entre los coristas adultos. No cantan. Sólo guardan silencio. Se sabe que es un coro porque llevan un libreto, como los coristas que sí cantan. Sólo callan, pero miran fijamente su texto, concentrados en hacer lo que hacen lo mejor que pueden.

A todo esto, el mendigo, que no tiene nada que hacer se hurga la nariz. Parece pasar de lo que sucede a su espalda. Quizá es sordo.

El coro se queda en su sitio, haciendo un ruidito bajo, como un murmullo, como gente que habla, como miembros de un coro que han terminado de cantar y pasan de lo que viene a continuación y hablan pero, eso sí, por lo bajo.

El mendigo vuelve a ser protagonista. Vuelve a gritar (otra señal de que puede que realmente sea sordo, aunque todos saben que en el teatro se grita mucho para que los han pagado menos también oigan la obra; es confuso):

¿De qué os reís, por qué lloráis?
¿Acaso tengo monos en la cara o la bragueta abierta,
o es por mis bolsillos rajados,
por mi aliento a vino barato,
por mis uñas negras,
por mi olor a meados?
¿O quizá soy yo que lo veo así y realmente ustedes pasan y ni ríen ni lloran,
ni me ven, ni me huelen, ni nada de nada? Quizá es cosa mía.
Si es así, les pido perdón por mis gritos.

El mendigo se gira y parece ver por primera vez al coro.

¿Y vosotros?, les grita.

El coro responde, como una voz:

Chunta chunta, chun (silencio),
chunta chunta chun (silencio),
chun, chun, chun.

Y sigue con su parloteo.

Los niños no han aguantado más tiempo en su sitio y corretean por el escenario, jugando al pilla-pilla, en silencio.

El mendigo se mueve hacia un lado del escenario. El foco de luz no lo sigue. Tarda en volver unos minutos. Cuarenta minutos. Cuando regresa bajo el foco trae un bocadillo, la obra ha terminado y el público (si lo hay) ya se ha ido. El mendigo se gira hacia el coro, que deja de hablar entre sí. Los niños se han dormido apoyados unos contra otros.

El mendigo ofrece con un gesto el bocadillo al coro. El coro grita:

No, gracias, ya hemos comido.

El mendigo se sienta y come.

Se debería cerrar el telón pero los operarios se han ido a su casa.

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