Odiar es lo más

El amor está sobrevalorado. Lo que mola es el odio. Cuando amas se te queda en la cara un gesto idiota, cercano al retardismo mental más crudo. Cuando odias, en cambio, tu cara se vuelve la más fotogénica del mundo. Los músculos de la cara (hay más de los que podría contar) se retuercen hasta formar nudos marineros de categoría corsaria: la cara del odio refulge, tensísima, tanto que si odias durante mucho rato seguido luego tienes agujetas. Odiar duele pero es bello, confiere cierta clase y eso se acaba notando en el perfil de uno, que se vuelve aristocrático. Y porque no he dicho nada todavía sobre la mirada. Los ojos que odian tienen los bordes marcados, como retintados con rotulador. Los ojos enamorados se desparraman y dan mucha grima, babean, y yo sólo me permito babear por los ojos con la comida. Qué es lo que suelen decir los que escriben... ojos afilados, cortantes, punzantes, con mala leche, vamos. Odiar a ciegas no es odiar porque el odio se transmite por los ojos (como rayos láser). Los ciegos pueden odiar también, faltaría más, pero no es lo mismo: tienen que saltarse la mirada de odio y pasar directamente a golpearte con el bastón.

Odiar es lo más y, lamentablemente, no todo el mundo sabe hacerlo bien. Enfurruñarse no es odiar. Insultar, gruñir o farfullar por lo bajini no es odiar, ni vale como forma de expresión de odio. El odio de verdad se palpa en el ambiente sin necesidad de verbalizarlo. El resto son conatos plebeyos, simples rabietas, malhumores sin control. De cada diez personas que conozco, solo una, quizá menos, sabe odiar bien.

Espero que 2012, y este es mi deseo para la humanidad (cuánta gente cabe en tan pocas letras), enseñe a odiar a los que no saben y lo necesitan, porque odiar mal acaba produciendo lesiones irreversibles y ya es lo que nos faltaba este año.

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