Las albóndigas
Hicimos caso a los de la mesa de al lado cuando las piropearon y ese fue el primer error de la tarde. Las albóndigas sabían a rayos. Eran de lata, al menos la carne, que parecía de comida para perros (y perdón por si la comida para perros se siente insultada, que comparada con esta de la que hablo la de los perretes es una delicatessen), y la salsa estaba contaminada por el hedor de las carne o lo que fuera de lo que estaban hechas esas bolitas repugnantes. El primer error fue pedir esas albóndigas, el segundo, intentar comérnolas. El tercero fue pagarlas sin rechistar. Hay cosas de las que uno se va a arrepentir toda su vida. No haber vomitado las albóndigas en la cara de la cocinera del bar es una de ellas.
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