Lapo mental 67

Luisita tenía cara de tonta, pero de tonta no tenía nada, si acaso la cara, que le vino por parte de padre, que sí era tonto; a pesar de todo, tras ese rostro bobalicón y ligeramente amongolado, se escondía una gran inteligencia heredada de la madre, quien murió nada más parir y que quizá, en un último intento por perdurar, transmitió el gen de las luces a su huérfana. Niña, con gafas y Miss feto 1979, Luisita siempre fue el centro de las bromas: le tiraban de pelo, le rompían las gafas..., un niño incluso le tocó las tetas al poco de haber tomado éstas la delantera en el desarrollo de Luisita como mujer, y eso que ella había sido muy explícita cuando prohibió a su metabolismo abandonar su plano estado infantil. Si esto fuera una historia ficticia, con los años Luisita se convertiría en Luisa, una chica arrolladora y bella (operada), capaz de devorar a quien se pusiera por delante, amantis religiosa y zorra despendolada sin criterio ni moral... pero esto es historia real, señores/as y se van a tener que aguantar con lo que hay. Luisa creció a lo alto y a lo ancho, y lo que antes era una fealdad perdonable en una preadolescente se convirtió en un horripilante y repulsivo insulto al mal gusto anatómico, a ciertas edades del todo inapropiado. "Ilusa, Luisa pensó que su inteligencia supliría con creces sus pequeños defectos" (su madre, 1997), y se echó a la calle, a comerse el mundo. Cuando superó los ciento cincuenta quilos de masa corpórea, aceptó lo que el destino le tenía preparado y puso en la ventana una bandera blanca. Vendió la casa que le vio crecer y se fue al bosque a vivir con las alimañas, bichas y demás seres salvajes, vestida con un taparrabos y sin afeitarse el bigote. Allí tampoco triunfó y pronto fue pasto de los leones.

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