Lapo mental 74

En la esquina de la Fnac tocaba el violín un viejo violinista, a su lado otro más viejo hacía lo propio con una viola. El problema es que, no sabemos por qué, no se habían puesto de acuerdo en la obra y el barullo era tal que daban ganas de romperles sendos instrumentos en sus respectivas cabezas. A nadie parecía importarle, la gente pasaba a su lado sin reaccionar, y quien lo hacía era para alejarse unos pasos de aquella orgía musical sin sentido. A mí me habría dado igual que la situación se prolongara eternamente, si no fuera porque había quedado justo allí con un amigo que tardaba en llegar. Pasados unos minutos no pude soportarlo más y me acerqué al violero, que quiso sonreírme, buscando la moneda, pero se quedó en intento puesto que debió entender que mi gesto no era de melómano agradecido, sino de potencial asesino. Me retiró la mirada y siguió tocando, y eso me tocó los huevos hasta dolorosos límites nunca traspasados hasta ese momento. Jamás pensé que sería capaz de hacer lo que hice y todavía el recuerdo estremece hasta la última de mis terminaciones nerviosas. Miré despectivamente a ambos musicastros y me fui.

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