Lapo mental 71

El mito de Arturo, el Semidios. Tragedia en tres actos.

Acto I

Como en mucho mitos y leyendas, Arturo nació de una manera poco común. Su madre, verdulera casada con dentista, que hasta cinco segundos antes no sabía de su preñez, tuvo un ataque de histeria en medio de una cena de dentistas cuando se vio repentinamente hinchada, cual palomita de maíz bajo el irresistible influjo del calor de una sartén (caliente), con el refajo reventado y la breve falda elevada hasta límites indecorosos incluso hasta para una verdulera. El acojone fue general entre los dentistas quienes, por incompetencia, huyeron hacia la calle cuando alguien gritó ¡un médico! ante tan inesperada hinchazón. Los gritos de ella se confundían con los de los demás doctores, y con los del marido, y a los pocos segundos, con los de Arturo, que sin pedir permiso salió dando cabezados por el butreque materno para caer suavemente en una bandeja de ensaladilla rusa con variantes, muy rica, por cierto. El llanto del niño pronto pudo con el jaleo del resto; más calmados, se fueron acercando unos y otras a aquel bebé que como torero espontáneo había salido al ruedo sin mediar gestación ni nada de nada.

La madre ya deshinchada flipaba, el padre no se explicaba el parto sin embarazo, pero menos el embarazo sin inseminación, puesto que él aborrecía a su mujer y ya no la tocaba, y ella había dejado su aparato reproductor en el quirófano varios años antes tras una incontrolada enfermedad venérea.

Arturo no conoció la historia de su nacimiento hasta varios años después, cuando se hizo evidente que no era un chico normal en ninguno de los sentidos. A su melena rubia y ojos verde pistacho se sumaban un porte aristocrático, una habilidad natural para los trabajos manuales y un miembro superlativo. Todo un semidios. Así se veía Arturo cuando se miraba en su espejo, como un semidios, y así lo vieron también los productores de Pornomedia cuando lo ficharon para rodar la tercera entrega de "Taladros humanos sin compasión".

En el Olimpo de los Dioses el divino inseminador, Zeus, lloraba desconsolado. Tener hijos para esto, se lamentaba. Hacía años que no tenía uno, y ahora que veo que el mundo puede necesitar mi ayuda, voy y pongo a este descerebrado inútil que lo único que hace es manchar mi apellido y hacer que todos los demás dioses se partan sus divinos culos en toda mi cara. Tirado en su sofá de pluma de fénix, Zeus pasaba las páginas de su álbum familiar, recordando mejores tiempos, mejores hijos y, por qué no, mejores amantes. Ay Arturo, lloriqueaba, qué voy a hacer contigo...

A todo esto Arturo disfrutaba de su éxito. Todas las actrices porno querían participar en sus películas, las más bellas, las más reputadas..., incluso actrices de reconocido prestigio fuera del género x querían probar su arte ante la cámara. Vivía en una nube, rodeado de riqueza, lujos, adorables ex doncellas y ambiguos aduladores. Incluso sus padres putativos comenzaron a quererle.

Acababa de terminar "El néctar de los dioses" y se proponía rodar la segunda entrega de "Las doce pruebas de Arturo" cuando recibió la inesperada visita de su padre, el de verdad, el dios de los dioses, Zeus, que hasta ese momento había pasado de él. Soy tu padre, le dijo Zeus vestido de negra túnica y sandalias demodé en medio de la planta de cosméticos del Corte Inglés, y vengo para decirte cuatro cosas, mal hijo. Arturo se jiñó vivo ipso facto y corrió en busca de la salida del centro comercial. Hijo, gritó Zeus, hijo, volvió a gritar, y en gritos quedó la cosa.

No hay comentarios: