Verlas pasar
La abuela en la hamaca está con la labor. Esta vez toca un jersey rojo para la más pequeña, Silvia, que hoy no ha podido venir porque tenía que estudiar para un examen. El tiempo es bueno, pero eso ya lo sabían antes de salir de casa. Ella se ha quedado con la sombrilla, que está delicada de la piel y el sol ya está en todo lo alto. El padre no puede estar sentado y fuma negro apollado en la barandilla del puente. Entre calada y calada hace algún comentario sobre las motos que pasan bajo sus pies, o llama a alguno de sus hijos para señalarle con el dedo amarillento y humeante a un motero que se ha puesto sobre el casco una crin a lo Leónidas o a un grupo de motos en formación de flecha. La madre no atiende al espectáculo. Su misión allí es tenerlos a todos contentos y ya se ha puesto a sacar bocadillos, aunque nadie ha dicho nada de comer, que todavía es temprano. La familia vecina hasta se ha llevado una barbacoa y son la envidia de todos los espectadores reunidos sobre el puente. El ruido de las motos es una constante pero a nadie le molesta. Al día siguiente será la carrera en Jerez y ellos no estarán allí para verla. Demasiado caro, le dijo el padre a los hijos cuando le vinieron pidiendo dinero para las entradas, pero iremos al puente, niños, como todos los años, y veremos las motos pasar hasta hartarnos.
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2 comentarios:
Y esto tampoco, digo yo, pero el retrato en sepia te sale de puta madre!
Qué va, esto, más o menos, le ha pasao a tu M.
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