Se agarra con las uñas de los pies al borde del precipicio, como le enseñó su padre. Es una técnica dolorosa pero efectiva. Sabe que a la hora de saltar toda ayuda es poca. Flexiona las rodillas y echa los brazos hacia atrás. Ahora se imagina como un muelle encogido, listo para propulsarse, conteniendo toda la fuerza posible para soltarla de una sola vez. El sol asoma por el horizonte, su árbitro y disparo, la señal que estaba esperando. Como hiciera mil veces antes, salta, gira en el aire y espera el golpe.
2 comentarios:
¿ y no le duele ??
que suerte!
¿Cómo sabes que no le duele?
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