Pasamos varias horas mirando el cielo. Durante nuestra espera vimos pasar muchas nubes, alguna bandada de pájaros y un par de aviones. Cuando estábamos a punto de rendirnos, nuestra espera se vio recompensada. Sobre nuestras cabezas, sobre el cielo más claro, una raya partió el cielo dividiéndolo en dos y durante unas décimas de segundo pudimos ver lo que hay al otro lado. La herida se cerró casi inmediatamente, dejó una ligera cicatriz que se difuminó con el azul del falso cielo.
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