El jardinero se sentó en el poyete y observó su pequeño jardín como hacía siempre desde que era niño. Era su mayor orgullo. Dedicaba gran parte del día a mantenerlo en perfecto estado. Su ciprés, sus margaritas, sus petunias y demás flores, a un lado, y al otro, pimientos, tomates y berenjenas, lechugas y hierbabuena. Todo perfectamente ordenado y esplendorosamente bello. Y en medio de todo, sus favoritos, los rosales. Y metro y medio bajo los rosales, ella.
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