Ayer me tiré cuesta abajo por la M-510 a todo trapo, sorteando señales de 'Peligro, curva peligrosa con peligro para tu vida y la de los demás, pero sobre todo para la tuya, que vas en bici. PD: que no se diga que no te he avisado, eh. Peligro'. Y, efectivamente, las curvas + la pendiente + los coches + mi bici + yo predecían un resultado (=) muy (+x+) sangriento.
Lamentablemente para la especie humana no fue así. En lugar de sangre salió un líquido trasparente, cálido y salado que luego supe era lo que aquí vienen llamando 'sudor'. Después de un rato reflexionando sobre el mecanismo que me hacía, humm, sudor, humm, ¿sudorar, sudar, llorar sudor?, en fin, ya me entendéis, y tratar de averiguar por qué el pecho parecía un tamtam (para mí que fue porque las cuestas a la vuelta en lugar de bajar subían, y mucho) decidí ponerme manos a la obra e inventar un sistema mecánico, autosuficiente y barato que montado en mi bici sustituyera el pedaleo humano por uno que no necesitara del esfuerzo del piloto, o sea, el mío. Tras dejarme perder toda la tarde encerrado en mi garaje ideando mi invento mi mujer me dejó caer que alguien se me había adelantado varios años en la creación del mecanismo, al que había bautizado con el obvio y simplón nombre de 'motor' (lo confirmé, está en wikipedia). En fin, no se puede ganar siempre.
Parcialmente frustrado, volví a mis meditaciones matinales y me acordé de los conejos. En mi camino suicida de ayer adelanté a un par de conejos que corrían felices (realmente no sé si eran felices, pero es lo que imagino que sentirá alguien que puede ir desnudo corriendo por el campo a las doce de la mañana sin que nadie le diga nada) y me paré a reflexionar (es un decir, seguí pedaleando mientras pensaba, lo que ahora, en frío, me horroriza: dedicar parte de mi cerebro a pensar en otra cosa que no fuera salvar la vida en esa carretera fue una tremenda temeridad (=estupidez)): ¿en qué piensan los conejos? Y en eso estoy.
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