Laura y Jacinto dijeron que sería "incapaz". Y un huevo. Por lo pronto le he echado morro y no he tenido ningún problema para entrar, porque esto lo he visto hacer mil veces en la tele y yo hago lo que sea por poder ver a mi ídolo. Cualquiera que me vea pensará que soy un profesor de literatura: llevo chaqueta de pana marrón con coderas verdes, vaqueros, gafas de pasta, una maletica bien grande para libros y demás y barba de tres días. Y ha sido más fácil de lo que pensaba. He entrado, he dicho mi nombre falso (profesor Juan Pérez) y he pasado a la sala de conferencias. Así de fácil. Hasta me han dado una identificación con mi nombre y una foto en la que sale un señor canoso que curiosamente se llama Juan Pérez, como falsamente me llamo yo. ¿Ha sido suerte? Quizá. Yo no lo creo.
Me he sentado en uno de los asientos reservados en la segunda fila y me he tragado dos conferencias hasta que ha llegado la de mi ídolo. Al verlo casi me orino encima de la emoción. Marco Salieri ha entrado como si nada, como si estuviera en su casa. De hecho he creído ver que llevaba unas pantuflas de cuadros. Qué seguridad transmite. Como en su obra. He hecho una lista con las preguntas que le quiero hacer, unas cien o así, y seguro que cuando dejen preguntar a los asistentes no voy a ser capaz de levantar la mano, y no digo ya de abrir la boca. A mi derecha se sienta un señor calvo con un portatil. Mientras presentan al señor Salieri el hombre este no para de escribir y su tecleo me pone nervioso. Sin poder evitarlo leo en su pantalla: "El mundo onírico de M. Salieri". Pienso si decirle algo pero espero y cuando mi ídolo empieza a hablar, mi vecino se pasa a la libreta, mucho más silenciosa que el ordenador.
La conferencia trata de la "literatura de farmacia", como él la denomina. Nadie hasta ahora se había atrevido a hablar tan claramente de un tema tan polémico. Porque no sé si lo he dicho, pero Marco Salieri es un polémico escritor, el más polémico de todos, diría yo. Durante un par de horas ha hablado Salieri. Sólo ha parado para beber agua un par de veces y otra para tomarse unos phoskitos. Todo el mundo sabe que tiene bajo el azúcar y no le dicen nada, claro. Alguna risita ha habido cuando se lo ha sacado del bolsillo, pero han sido acalladas rápidamente. Lo que es el no saber...
Cuando ha llegado el turno de preguntas he levantado la mano tan rápido que creo que me he dislocado el hombro.
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